'Dark City', dicen que llueve por nosotros

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La costumbre española nos dice que tenemos que ver esta película comparándola con ‘Matrix’ (id, 1998), como si Philip K. Dick o el expresionismo alemán o la alucinación del anime hiperbólico de ‘Akira’ (id, 1988) no fueran cosas que uno puede sumar y juguetear, no fueran parte misma de un paisaje, como si ‘Hellraiser’ (id, 1987) la hubieran visto unos cuantos y no muchos creadores. Para mi compañero, Alberto Abuín, la película tuvo una recepción injusta, pero me gustan las películas que crecen como un secreto entre espectadores y al final reviven.

La verdad es que mi momento favorito de la película se refiere al despertar del protagonista. Una vez Panero nos dejó dicho un verso con el que Belén Gopegui abría Lo Real, un verso precioso “Y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra”.

Lejos de querer descifrar los misterios de Panero, os digo que cuando el protagonista de esta película, encarnado por Rufus Sewell, mira al detective, que encarna un muy eficiente William Hurt, y le dice “¿cuándo fue la última vez que viste la luz del sol? ¿no te has preguntado cuanto tiempo llevamos aquí?” es uno de los mejores gestos políticos que he visto en el cine contemporáneo.

Es el rudimento de los arquetipos que le sirve. El hombre sin memoria, el falso culpable, es el personaje de Sewell. El doctor enloquecido, este sacado del expresionismo alemán y del mismo gabinete del doctor Mabuse, lleva el rostro de un magnífico Kiefer Sutherland mientras que Hurt da una buena répica de los policías que poblaban las películas de Siegely Dassin que sucedían en ciudades desnudas.


La película juega con mucha habilidad con todos los elementos del cine negro, claro. Está, por ejemplo, la visión de la playa en una postal, una mujer paradísiaca que encarna, quien sino, la bella Jennifer Connelly (doblada al cantar standards de jazz, para placer del más avispado halcón de la noche). El duelo superheroico final entre dos personas cargadas de poderes es quizás el momento más histérico y divertido de la película, una obvia espectacularización de los elementos finales.

La pregunta que se hacen los villanos de la película es si existimos más allá de la memoria colectiva. El sujeto, si queréis, materia de Platón y Descartes, matería también de unos cuantos pensadores franceses, materia favorita y elemento por el que llevamos mucho tiempo pensando. Pero está bien que estos Extraños pálidos, que con sombrero encajan como pálida perversión del cine negro y en su traje de cuero nos recuerdan a las criaturas imaginadas por Clive Barker bajo el nombre de Cenobitas, se pregunten si existimos más allá de una memoria colectiva. Cuando un hombre despierta, sus planes se derrumban. Basta la excepción, para que todo tiemble. He leído y gozado los libros de Kindred Dick, especialmente ‘Time out of Joint’, pero esta visión cinematográfica contiene todo el ingenio y la angustia que esperamos de los géneros, que a veces se encausan con usar sus estructuras para tensarnos metafísicamente el pensamiento.

Pero la puerta que se abre al final, es una pequeña muestra de esperanza, que llegaría a su expresión más profunda y metafísica de la mano de Charlie Kaufman.

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