‘Daniel no es real': una joya indie que retorna a los inicios del cine de terror para proyectar su futuro

‘Daniel no es real': una joya indie que retorna a los inicios del cine de terror para proyectar su futuro

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‘Daniel no es real': una joya indie que retorna a los inicios del cine de terror para proyectar su futuro

Aunque ‘Daniel no es real’ (Daniel Isn’ Real, 2019) fue una de las mejores películas de terror del año pasado, llega meses después directamente a Movistar+. Fue una de las grandes sorpresas del Festival de cine fantástico de Sitges 2019, donde curiosamente compartió cartel con ‘Colour Out Of Space’ (2019), gran adaptación de H.P. Lovecraft dirigida por Richard Stanley. ¿Qué tienen ambas en común? Que están producidas por el mismísimo Frodo. Sí, el actor Elijah Wood tiene la clave del cine de terror futuro.

Y es que su productora Spectrevision no solo está detrás de estos dos títulos, sino de otro terremoto en el género que está transformando el concepto del cine fantástico independiente. ‘Mandy’ (2018) de Panos Cosmatos, un vórtice psicodélico de violencia, efectos especiales prácticos y regreso a las texturas del cine del pasado sin recurrir a la nostalgia. El dinero de la trilogía de ‘El Señor de los anillos’ (2001-2003) está siendo invertido en encontrar y dar oportunidad a nuevos visionarios del género con plena libertad y presupuestos adecuados.

El secreto de lo nuevo es volver al origen

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En el caso de ‘Daniel no es real’, su director, Adam Egypt Mortimer, sorprende con un segundo trabajo radicalmente opuesto a la curiosa ‘Some Kind of Hate’ (2013). Nos encontramos con una adaptación de una pequeña novela llamada ‘In This Way I Was Saved’ (2009) que coguioniza el autor de la misma. Una propuesta que ya, de primeras, recuerda a otros tiempos, cuando la literatura era una buena fuente de ideas y no los remakes, las marcas, las secuelas y los subgéneros dominantes.

En una época en la que predominan las tendencias, o bien de sustos o bien de autor, hacía mucho que no se atendía a las “granjas de ideas” de la literatura reciente, salvo si lleva el nombre de Stephen King, que, pese a seguir publicando, no puede considerarse una nueva voz. Por ello, cuando se mira al panorama independiente, la tendencia actual es la marcada por autores como Robert Eggers y Ari Aster, que han llevado las tendencias de autor a nuevos terrenos que miran hacia la cinefilia europea, Bergman, Polanski, y otros grandes nombres.

En ocasiones excepcionales, la televisión está dando ejemplo con propuestas tan estimulantes como ‘Channel Zero’ (2016-2018), que también atiende a la actualidad adaptando de forma libre creepypastas, pequeñas historias de terror compartidas en internet que suponen también, de alguna manera, un tipo nuevo de literatura que ha ido fraguando lo que es el miedo en el siglo XXI. Por ello, ‘Daniel no es real’, como otras propuestas recientes como ‘Mandy’ y ‘Bliss’ dejan ver intenciones de autor pero que no se comen la obra.

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Vuelta al clásico de la dualidad

No es que ‘Daniel no es real’ sea el colmo de la originalidad, sin embargo, mueve sus referentes alrededor de su historia y no al revés, como por ejemplo hace ‘Midsommar’ (2019) con ‘El hombre de mimbre’ (The Wicker Man, 1973). Utilizando la idea del amigo imaginario, el film de Mortimer se sitúa en el subgénero del doble, como una revisión en toda regla del clásico silente ‘El estudiante de Praga’ (Der student von Prag, 1926), también a partir del ‘William Wilson’ (1839) y el mito de Jekyll & Hyde, para desarrollar una escalofriante plasmación de la esquizofrenia.

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Utiliza la idea de una persona, Daniel, que suponemos una imaginación del personaje principal, Luke, que representa, como suele suceder en filmes de dobles como ‘El club de la lucha’ (Fight Club, 1999) el eco de un fracasado con forma de superhombre. Así, consigue posicionar al espectador primero en el divertido cambio de personalidad del protagonista y luego en la angustia vivida por alguien que realmente siente un desdoblamiento, evitando así caer en la estigmatización propia de muchos filmes de terror psicológico, planteándolo como algo casi terapéutico o catártico, como si el autor supiera bien de lo que habla.

Así, partiendo de un pilar troncal de los inicios del cine de terror, que hacía tiempo que no se exploraba dentro de un escenario cercano, como son los temas del superyó y el pacto faustiano, ‘Daniel no es real’ se acerca a otros más habituales en la actualidad como los descensos a la locura, y el doppelgänger, reinventando de formas muy imaginativas el trabajo de Fincher, empapada por la libertad creativa y la estética explosiva y colorista de Spectrevision.

El futuro del cine de terror

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De esta forma, tenemos espacios mentales representados como universos propios, como en la serie 'Legion' (2016-2019), pero en este caso casi a modo de realidades sacadas del imaginario de Clive Barker y una gran influencia de la pintura de artistas de lo grotesco como Francis Bacon y El Bosco. Para ello, también hay un regreso a los efectos especiales prácticos, con el uso del CGI limitado a interconectar algunos momentos o crea espacios visuales surrealistas con tendencia al infinito.

También hay que hacer una mención especial para los tres actores principales, Sasha Lane, Miles Robbins, el hijo de Tim —en un guiño directo a 'La escalera de Jacob' (Jacob’s Ladder, 1990), que también se deja notar en algunas visiones— y sobre todo, Patrick Schwarzenegger, también hijo de Arnold, perfecto como reverso oscuro de la personalidad del personaje protagonista. Ellos son el alma de ‘Daniel no es real’, estando por encima del discurso y los temas centrales, que, como el buen cine de terror, permanece en la metáfora tan opcional como evidente.

Daniel no es real’ es un drama inteligente, divertido y deprimente, pero que nunca olvida que es un film de terror puro y duro, clásico en su esqueleto pero capaz de crear una mitología propia que tiende hacia lo cósmico. De pertenecer a algún género, podríamos empezar a meterlo en la propia etiqueta de la productora Spectrevision, cuya personalidad parece forjarse en el color, la libertad y lo inesperado, marcando el paso del futuro del género con paso firme, quizá no el de más impacto económico, pero, hoy por hoy, el más prometedor.

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