La celebración madrileña de la Cutrecon se ha convertido ya en una tradición que ahora se expande al formato de festival puro y duro. La reivindicación del cine menos agraciado por los valores de producción y con ocurrencias más delirantes establece una relación especial en la sala de cine con un montón de espectadores interactuando, algunos con poca gracia, otros con mucha menos. Pero no es un impedimento para disfrutar del cine que no es sencillo ver en salas.
Películas consideradas atroces como ‘Tammy and the T-Rex’ son accidentes irrepetibles, cine hecho sin ataduras y en el que puede ocurrir cualquier cosa. Algo que en las películas filtradas por el prestigio de la distribución tradicional rara vez permite, salvo en casos excepcionales y extraordinarios como ‘Cats’ (2019). En el caso de esta especie de película juvenil tarada el resultado es tan descerebrado —nunca mejor dicho, viendo el argumento— que resulta una experiencia única, una verbena de estupidez, sangre y momentos de adictiva vergüenza ajena.
En 1993, no sería extraño ver esta película en un videoclub, aunque en su momento estaba en la sección de cine familiar, como otros productos de la dinosauriomanía reinante en esos años, muy impulsada por el estreno, claro, de ‘Parque Jurásico’ (Jurassic Park, 1993). La trama gira en torno a Tammy, interpretada por Denise Richards, que debe hacer todo lo posible para salvar a su novio Michael (un muy joven Paul Walker), cuando su cerebro es transplantado al cuerpo de un Tiranosaurio Rex robótico por un científico loco.
Operaciones imposibles, romance y dinosaurios
En su origen, todo quedaba en una inofensiva cinta de travesuras infantiles y chistes tontos, pero esa versión no representa cómo era ‘Tammy and the T-Rex’ en su versión original y completa. Aunque la historia sigue siendo la misma, el lanzamiento de Blu-Ray remasterizado por Vinegar Syndrome, la estrenada en la Cutrecon, fue calificada con una R, y más que ciencia ficción para niños, es una comedia de terror al estilo de los productos gore de vídeo de los 90, toda una cultura de la sangre en ferrocromo que en este caso ofrecía ciertos valores de producción, pese a su torpeza.
La historia asociada a este tipo de locuras suele explicar muchas cosas, y en este caso, el film fue producido prácticamente porque un tipo se acercó a los cineastas ofreciendo su robot T-Rex como gadget, por lo que se construyó alrededor de esa oportunidad, al estilo del cine de Roger Corman. Para organizar la trama tiraron del catálogo del cine de Mad Doctors en boga en el videomercado con títulos como ‘Re-animator’ (1985) y secuelas marcando el camino. Si nos dicen que está producida por Brian Yuzna no resultaría raro.
Y la idea de partida no puede ser más deliciosamente estúpida. El cerebro de un adolescente muerto por culpa de un grupo de bullys es trasplantado en el cuerpo de un T-Rex, mientras su novia, que cree haberlo perdido, se reúne con él en medio de su venganza. Como una versión de ‘El cuervo’ (The Crow, 1994) para fans del afamado film de Spielberg. Sin embargo, ‘Tammy and the T-Rex’ no puede catalogarse totalmente en las películas "involuntariamente divertidas" como ‘Troll 2’ (1989), pero sí que es una comedia que no hace gracia por lo que debería y su premisa es totalmente ridícula.
Las actuaciones son malas, pero también impostadas, exageradas y algo conscientes. Tiene decenas de chistes malos y gags muy estúpidos, pero se alinean con el cine adolescente de ‘Colega, ¿Dónde está mi coche?’ (Dude, Where's My Car?, 2000), por lo que, además, no han envejecido bien. Pero hay una consciencia constante en lo ridícula que es la historia, en momentos como el T-Rex usando un teléfono público, o con Richards a la espalda, o sus momentos románticos que maximizan el absurdo esa ridiculez.
Un nuevo título de culto del infracine bis
Otro elemento hilarante a lo largo de todo el film es la falta de articulación del robot, que no mueve mucho más que la cabeza y los brazos y añade algo más de surrealismo y la sensación de que todos los que participan en el film abrazan la estupidez del proyecto, incluso Richards, que da una ingenuidad exagerada a su papel hasta lo iconoclasta. Esa inmovilidad del Tiranosaurio es hasta una solución cinematográfica para el contraste torpe con las escenas más sangrientas.
Mientras la versión para niños no tenía muertes, el corte gore incluye casi diez minutos de imágenes de casquería y tripas, junto a dos secuencias extendidas. Desde el splastick quirúrgico en el que el cerebro de Michael es sacado de cuajo hasta el primer caos en el quirófano o la masacre en la fiesta del instituto, en donde los estudiantes son pisoteados, masticados y asesinados de formas sorprendentes con litros de líquido rojo y cuerpos cortados y aplastados casi con lógica de dibujos animados de Tex Avery.
Pero lo más bizarro viene al final, con Richards inventando el sexting antes de que se utilizaran las webcams, en una disparatada escena erótica scifi que no habría soñado el Cronenberg de ‘Videodrome’ (1985). ‘Tammy and the T-Rex’ es una de esas películas de ver para creer, con amigos y un barril de cerveza, y hace reconsiderar el humor kamikaze del director Stewart Raffill, cuya ‘Mi amigo Mac’ (Mac & Me, 1988) está considerada otra de las Best Worst Movies de la historia, lo que es dudoso es que la hubiera hecho completamente en serio.
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