Ayer se estrenó la película argentina ‘Cuestión de principios’ (2009), dirigida por Rodrigo Grande e interpretada por Federico Luppi, Norma Aleandro, Pablo Echarri, María Carámbula, Pepe Novoa, Óscar Nuñez, Mónica Antonopulos, Mabel Pessen, Óscar Alegre, Mario Vidoletti, Mateo Izza, Emanuel Gardini y Natalia Dalmolin.
No suelo empezar hablando sobre el reparto de una película, pero voy a hacer una excepción, por variar y porque estos intérpretes lo merecen. Si nos dicen que Federico Luppi, a quien conocemos de sobra, y que Norma Aleandro, a quien vimos, por ejemplo, en esa obra maestra llamada ‘El hijo de la novia’, protagonizan un film, muy mal tendrían que ponerse las cosas para que no pudiésemos esperar algo grandioso.
En esta película, ambos veteranos, así como los intérpretes de menor edad, están formidables y disfrutan de papeles con los que pueden sacar a flote toda su maestría. El personaje de Luppi aprovecha del actor todo su potencial, incluidos sus defectos, pues se trata de un señor con demasiado orgullo y extremadamente tozudo, pero que despliega una integridad y una entereza inusitadas. Aleandro también resulta idónea para su papel, pues su personaje, sin dejar de exigir lo que le corresponde, tiene esa dulzura que solo esta actriz sabe transmitir. E igual de óptimo está Pablo Echarri.
‘Cuestión de principios’ nos habla de justo lo que indica su título: la cuestión por la que el protagonista y el antagonista pelean carece de valor económico e incluso su valor sentimental es falso. Sin embargo, esa revista que el viejo posee, pero ni sabe dónde la guarda, y que el otro desea adquirir como sea para completar su colección, cobrará unas dimensiones y un valor inmensos solo por los principios que repentinamente se asocian a ella. El objeto, de pronto, representa la valentía y la incorruptibilidad de un señor cuya valía nunca se había apreciado y que, casi en su jubilación, decide plantar cara por primera vez a un superior. Para el más joven, el ejemplar representa el triunfo…
Cuestión de matices
Dejaba lo último en suspensión porque de ahí surge otro de los valores mayores del film. Este hombre, de aproximadamente cuarenta años, que al protagonista le resulta desmedidamente joven para el cargo que acaba de ocupar y que se sienta en su sillón debido a másters, viajes, idiomas y cosas de hoy en día de las que el viejo ni sabe en qué consisten… este hombre, decía, se muestra altivo y soberbio en un principio y de forma muy clara toma el lugar de la némesis. Pero no se tarda nada en descubrir que es otra víctima más, que sufre tanto o más como su contrincante, que se aferra a la completitud de la colección, no por un orgullo y por la falta de costumbre de perder, sino porque quizá es el único flotador que le queda en una vida vacía, en la que todos le han abandonado y ha tenido que renunciar a sus logros anteriores. Igualmente, el señor íntegro e insobornable demuestra enseguida ser un cabezota incorregible cuyos principios no comparte ni comprende ni siquiera su mejor amigo, militante izquierdista.
Esa ausencia de maniqueísmo, es decir, de personajes blancos o negros, demuestra la grandeza de su director, que se gana el apellido que lleva, y del coguionista, Roberto Fontanarrosa, un enorme autor de cómics, que ya antes había colaborado en el cine, autor del relato en el que se basa este film. Aunque haya una carga crítica e incluso una lección vital, no se dan moralinas, sino que se aportan siempre las dos caras de la moneda.
El conjunto de la película es grandioso, pero al mismo tiempo está compuesto por escenas con enorme fuerza y por pequeños detalles que emocionan, divierten y nos invitan a reflexionar. La secuencia final es sin duda uno de los momentos más altos, con esa forma de acabarlo que no nos podríamos esperar. Pero antes existen ya instantes sublimes, como la conversación en la tienda en la que Aleandro se resiste a caer en la seducción de Luppi arguyendo que está montando un número como de película norteamericana. Son solo dos ejemplos de muchos otros pasajes destacables.
Con su fotografía no muy vistosa y una producción mediana, ‘Cuestión de principios’ es mucho más de lo que aparenta, ya que lo que está por debajo de esa estética, su contenido, así como sus interpretaciones, tienen la capacidad de emocionar, hacer reír y, a la vez, de reivindicar las actitudes correctas ante la vida. Sin apariencia de gravedad, sino tratada como una comedia ligera, la película es, no obstante, profunda. Se trata, en definitiva, de un film más que recomendable que no habría que dejar pasar.
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