‘Cuestión de honor’ estuvo a punto de realizarse a principios de esta década, teniendo como protagonistas a Hugh Jackman y Mark Wahlberg. Sin embargo, los famosos atentados del 11 de Septiembre en la ciudad de Nueva York, hicieron postergar el proyecto, pues hablar de la corrupción en el departamento de policía de dicha ciudad no era muy buena idea, o más bien, no era oportuno. Han tenido pues, ocho años para pensárselo e intentar hacer las cosas bien, ya que hablamos de un film con numerosos boletos para ser bueno.
Para empezar, en el guión ha metido mano Joe Carnahan, quien deslumbró a propios y extraños con su espléndida, y hoy un tanto olvidada injustamente, ‘Narc’, en la que trataba temas parecidos. El elenco de actores no podría estar mejor elegido, tanto principales como secundarios; y el hecho de caminar sobre el espinoso tema de la corrupción siempre despierta el morbo del espectador. Sin embargo, ‘Cuestión de honor’ termina naufragando de forma estrepitosa, entre otras cosas por el poco arrojo de su director, Gavin O´Connor.
‘Cuestión de honor’ da comienzo con el asesinato de cuatro policías en Nueva York. El jefe del departamento pide a uno de sus hijos, un policía marcado por un trauma, que investigue el asesinato y encuentre a los responsables. Pero en su investigación descubrirá que hay gente del cuerpo metida en asuntos turbios, y que todo apunta a su cuñado, también policía. Pronto tendrá que decidir entre ser leal a su familia, o a su integridad como agente, y también como ser humano.
El film comienza de forma interesante, describiendo el modo de vida de los policías cuando no están cumpliendo con su deber. Un partido de rugby y la vida cotidiana con sus familias, entre los que se introduce el descubrimiento de los policías muertos. Son estas escenas de lo mejor de la película, sobre todo por su cuidada puesta en escena, con una cámara ligeramente nerviosa y vivaz, que se acerca sin miramientos a unos personajes apenas presentados. Lo que importa es su forma de vida, el retrato de la misma, no los personajes en sí, los cuales nunca dejan de ser estereotipos vistos en infinidad de películas anteriores.
Ese conciso retrato inicial, en el que queda claro la importancia de la unidad familiar, enseguida se convierte en una historia de lo más predecible e insustancial, y lo que es peor: en una película que quiere contentar a todo el mundo. Todos tienen su ración en ‘Cuestión de honor’. El caso por supuesto queda resuelto, aunque ya lo está desde su primera media hora, en la que el film descubre todas sus cartas, y a partir de ahí no presenta nada más. El que se tiene que arrepentir se arrepiente y decide el camino de lo correcto, el malo recibe su merecido, y el molesto por la corrupción en cuerpos policiales tiene hasta una escena de linchamiento (con ecos del caso de Rodney King). Ningún cabo queda suelto, y aquí todos muy contentos. El problema es que intentado gustar a todos, el film no profundiza en absolutamente nada, y descuida ocasiones de calidad servidas en bandeja.
La más triste de todas es haber desaprovechado sin ningún tipo de vergüenza por parte de sus responsables, el duelo interpretativo entre Edward Norton (que empieza a convertirse en símbolo de mala calidad en las películas que protagoniza) y Colin Farrell. Ambos hacen lo que pueden con unos personajes tópicos hasta la médula. Su más que lógico enfrentamiento no está dotado de la tensión necesaria, teniendo en cuenta que se juegan algo más que sus trabajos. La escena en la que por fin se enfrentan con todas las cartas sobre la mesa, se queda en prácticamente nada, en una pelea de patio de colegio. Jon Voight y Noah Emmerich dan vida a personajes con más matices, no muchos, pero los suficientes como para destacar entre tanta mediocridad. El primero por no poder controlar ni ejercer como líder entre los suyos (la familia), y el segundo por lo mismo pero en el cuerpo policial, y por reflejar bastante bien su particular conflicto de sentimientos.
Dicen que todas las historias están contadas, que la originalidad se encuentra en la forma de contarlas. La forma hace el fondo. ‘Cuestión de honor’ es la prueba latente de que no basta con tener un buen material entre las manos. Hay que exponerlo con eficacia, con convicción, que el espectador se lo crea y disfrute, que sienta en sus carnes todo lo que le muestran. Los arquetipos existen, a ellos recurren una y otra vez, unas veces con maestría, otras con desidia. La culpa no es del arquetipo, sino de quien lo maneja sin ningún tipo de rigor, convirtiéndolo en un tópico.