Es muy curioso el efecto que hay tanto entre crítica como con el público sobre las segundas temporadas de algunas de las propuestas más atrevidas que hay en televisión. Estas últimas semanas lo hemos visto con la de 'Westworld' y su complejidad narrativa y con la de 'El cuento de la criada' ('The Handmaid's Tale') que en esta segunda temporada se ha vuelto, para algunos, demasiado deprimente.
Aunque eso no ha evitado que la serie haya obtenido 20 nominaciones a los Premios Emmy, incluyendo mejor actriz principal (Elisabeth Moss), secundaria (Yvonne Strahoviski, Alexis Bledel y Ann Dowd), actor secundario (Joseph Fiennes) y, por supuesto, mejor serie. El dramón está en boca de todo el mundo y no es para menos, ya que su segunda temporada la ha confirmado en su carácter imprescindible.
La primera temporada de 'El cuento de la criada' ya presentaba un presente y un porvenir deprimente para Offred/June (Elisabeth Moss) y el resto de las criadas. No parecía haber esperanza de escapar de Gilead o de que las cosas cambiasen en este perturbador futuro. Y esta segunda temporada ha jugado, a veces cruelmente, con ello.
Ya cuando se estrenaron los primeros episodios de esta nueva entrega, nos daba la impresión de que la temporada iba a ser algo más oscura y contundente que la primera. Y esa fue todo un mazazo en 2017. La verdad es que la serie no está pensada para ver de un tirón mientras cenas: pide al espectador cierta atención y estómago.
Por otro lado, visualmente 'El cuento de la criada' sigue cuidándose mucho con su distintivo sello y esa oscuridad casi total que hay en las casas de Gilead frente a la luz del exterior diurno. Esa paleta de colores recalca aún más esta contundencia y esta visión pesimista de un futuro posible.
Yo creo que el principal problema que ha tenido esta temporada 2 de 'El cuento de la criada' ha sido ese: el haber mezclado los lados más oscuros de los personajes y la sociedad de Gilead con tenues brillos de esperanza. Esas pistas de que o bien June tiene una oportunidad de escapar o hay un plan para cambiar la situación de la mujer en el país.
La temporada de Serena
En este último sentido, si hay un personaje que se ha merecido todas las alabanzas en esta segunda temporada es Serena Joy, interpretada por una majestuosa Yvonne Strahovski. Ya a principio de temporada se nos mostraba un atisbo de su pasado: una chica intelectual y formada dispuesta a ser la portavoz de ideas radicales asociadas a los movimientos alt-right actuales.
El personaje tiene episodios soberbios donde vemos cómo la fría y cruel esposa de la primera temporada tiene una lucha continua en su interior. Se ve, de repente, atrapada en una sociedad opresora que ella misma ha ayudado a construir y diseñar. Y, al igual que entonces trazó sus líneas maestras, no puede retomar un papel relevante para que Gilead siga evolucionando.
Además, la relación con June/Offred ha estado repleta de altibajos: de una pequeña alianza a sentir repulsión la una por la otra cuyo único nexo en común (y punto de discordias) es el bebé que gesta y pare la criada. Una relación de cierta codependencia.
Los rituales de Gilead
La temporada 2 de 'El cuento de la criada' no ha escatimado en ofrecernos un vistazo a los rituales y ceremonias de Gilead. Por ejemplo está ese extraño rito de parto (todas las esposas atendiendo un falso parto de Serena mientras June está en otra habitación) o el del matrimonio como recompensa a algunos de los hombres más valiosos, Nick (Max Minghella) entre ellos.
Aquí de hecho empieza una de las subtramas más mediocres de la temporada. Si ya de por sí nunca han sabido llevar bien la relación entre Nick y Offred, menos cuando deciden casarle obligadamente con una adolescente, Eden (Sydney Sweeney), una chica pía que ve que poco tiene que hacer con su nuevo marido.
Huyendo de la heroicidad
Es curioso cómo nuestro cerebro está más que acostumbrado a los viajes del héroe y nos rebelamos, y nos entra un poco de mala leche, cuando una historia que tiene todos los ingredientes para hacer ese tipo de arcos (el escape/destrucción de la sociedad distópica en este caso) y no quiere ir por ahí.
June es una más, es testigo de una época, no es el icono de la revolución en Gilead (por lo menos no de momento) y a veces eso hace que 'El cuento de la criada' sea a ratos frustrante. Ya no es el hecho de que parezca que la chica no tenga salida; sino que la pueda tener y que por alguna u otra razón, acabe de nuevo en casa de los Waterford.
Además, esa decisión última en el final de la segunda temporada de 'El cuento de la criada' cuando a lo ferrocarril subterráneo logra salir con Holly/Nicole en brazos, es tan lógica y coherente para ella como dolorosa para nosotros, que queremos verla de una vez en Canadá o allá donde acaben los libertos gileadianos.
Plantando semillas de destrucción y esperanzas
Siguiendo por este camino, durante esta segunda temporada somos testigos de una gran atentado que merma parte del poder en la otrora Boston y el regreso de Emily (Alexis Bledel) y Janine (Madeline Brewer) para sustituir a las criadas fallecidas en él.
Este reencuentro es bastante emotivo y da un grado de luz, por lo menos ánimo moral, a las criadas. Como muestra está el momento en el que empiezan todas a decirse sus verdaderos nombres en el mercado; o el gran episodio que se marca Janine cuando convence a tía Lydia (Ann Dowd) para que pueda estar con su bebé, que casi muere en el octavo episodio.
Al igual que vemos esos envites de la sociedad, se nos muestra la fuerza de unas mujeres a las que se les ha arrebatado algo más que su libertad y su dignidad. De hecho es curioso ver esta evolución de June, Emily y Janine y sus visiones diferentes sobre sus vidas y su futuro. Emily es poco más que una muerta en vida, mientras que Janine se muestra animada y esperanzada en un Dios que no las abandona.
Por otro lado, no creo que la temporada 2 de 'El cuento de la criada' sea mejor o peor que la primera. Sí que es verdad que ha decidido meterse de lleno en una distopía que apela a sentimientos de impotencia ante las cosas en una época (nuestra) en la que se lucha cada vez más por esos mismos derechos que están suprimidos en Gilead.
Sí que es verdad, o por lo menos lo he sentido, que trece episodios les han venido bastante grandes. Tengo la sensación de que el cocinar a fuego lento las cosas no está reñido con hacer menos episodios por temporada y esta temporada se ha hecho algo pesada en ese sentido.
En conclusión, la temporada 2 ha sido un terremoto de emociones y situaciones. Bruce Miller se ha visto libre de la "tiranía" de tener que seguir un libro y la serie ha escalado en cierto nivel la violencia y el sadismo. A ratos desagradable, a ratos deprimente y con cierta irregularidad de la que no ha logrado deshacerse. Pero pocas series encontramos con tan buen guion y tan delicada interpretación.
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