Que un anciano como Robert Redford —por muy bien conservado que esté el actor, sus 78 primaveras no hay quien se las quite— tenga los reaños como para ponerse delante de las cámaras en una cinta de las características de 'Cuando todo está perdido' ('All is Lost', J.C.Chandor, 2013) es digno de todas las alabanzas que uno pueda imaginar, máxime cuando entre esas características que marcan el devenir de la producción está, de una parte, el hecho de ser el único protagonista que aparece en pantalla durante los 106 minutos de proyección y, de la otra, que salvo una frase inicial dicha sobre negro y una "F word" espetada hacia el final de la cinta, ésta carece por completo de articulación vocal alguna por parte del veterano intérprete.
Dichos "detalles" conforman, al menos a priori, una cinta ante la que caben dos posiciones iniciales muy claras: o te pica la curiosidad por saber si tanto Redford como J.C. Chandor han sido capaces de dotar al metraje del suficiente interés como para mantener la tensión en el espectador y que éste no se aburra a la primera de cambio, o eres de los que piensan que para ver cine "mudo" mejor cualquier película de Chaplin, que por lo menos te ríes, que un drama con ciertas ínfulas de arte. Sin nada que decirles a los primeros salvo animarles a que se acerquen a sus cines más cercanos a ver el filme —a no ser que sus cines más cercanos sean unos Cinesa, en cuyo caso estaréis apañados— es a los segundos a quienes alentaría a dejar de lado prejuicios y darle una oportunidad a una cinta sorprendente a la que, sinceramente, no le hace falta la voz humana para transmitir lo que quiere transmitir.
Mientras veía el filme y pensaba, como me suele pasar, en un titular llamativo para la crítica que estáis leyendo, uno de los que consideré fue "192 horas", jugando tanto con los ocho días durante los que se supone transcurre la acción de la cinta como con el hecho de compararla con '127 horas' ('127 hours', 2010), la cinta de Danny Boyle protagonizada por James Franco con la que la presente producción guarda ciertas concomitancias al tratarse de la historia de supervivencia de un hombre contra los elementos naturales, sacando a relucir lo indómito del espíritu humano y su innata capacidad para tratar de sobrevivir como sea ante las circunstancias más adversas posibles.
Si al final rechacé la idea de colocarle dicho titular a la entrada fue porque me pareció mucho más adecuada la referencia literaria a la que apunta el que podéis leer más arriba, pero no porque fuera a renunciar a establecer ciertas comparaciones entre la cinta de Chandor y la de Boyle, unas comparaciones que no van destinadas en ningún momento a servir de demérito de una propuesta con respecto a la otra, pero que sí habla —y muy bien— de lo que podemos encontrarnos en la que hoy nos ocupa; un filme que —y espero sepáis disculpar el chiste facilón— sabe mantener el curso y no llega a navegar a la deriva en ningún momento.
En firme contraposición a lo que podíamos ver en la cinta de 2010, que era un poderoso canto a la vida y todo un prodigio de inventiva de realización por parte de Doyle, a 'Cuando todo está perdido' no le hacen falta soliloquios ni grandes peroratas por parte de su protagonista principal, y si hay un adjetivo que califica a la cinta de Chandor ese es austero. No porque las formas narrativas del director huyan de mover la cámara y se conforme con hacer descansar todo el peso en su único protagonista, sino porque la absoluta carencia de diálogos, sean éstos internos o no, provocan que la atención del espectador se vea obligada a volcarse sobremanera en captar todos los pequeños matices que la impresionante interpretación de Redford logra capturar, no contando el respetable con el apoyo emocional que podrían haber supuesto las digresiones de "Nuestro hombre", que es como aparece recogido el personaje en la IMDb.
Maquinaria narrativa de precisión, 'Cuando todo está perdido' no tiene ni un segundo que pueda considerarse tiempo muerto, y en lo que a planificación y montaje posterior se refiere, el filme es impecable. Si a ello unimos, como decía, el carisma a prueba de bombas de su protagonista —impresionante la determinación que se refleja en su rostro durante todo el metraje y, aún más, la impotencia que muestra llegado el momento—, la espléndida y natural fotografía y una banda sonora que se aleja de inducir al dramatismo de las situaciones y sirve de acompañamiento ocasional a las desventuras del sufrido marinero, nos encontramos, no cabe duda, ante una propuesta cinematográfica estimulante a la que hay que agradecerle, y mucho, el esfuerzo consciente por no ponerle las cosas fáciles al espectador, algo de lo que ya podrían aprender la inmensa cantidad de complacientes producciones que al cabo del año nos llegan del otro lado del charco.
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