Sobre el papel, 'Cuando los ángeles duermen' tiene claro a qué ha venido, qué ofrece y qué puede dar (dejando aparte un título que podría pertenecer tanto un melodrama de romances otoñales entre plantaciones de café como a una de ciencia-ficción metafísica sobre inteligencias artificiales). Es un artefacto de tensión con una situación al límite y un pequeño puñado de personajes que poco a poco van sufriendo situaciones que ponen a prueba sus nervios (y los nuestros) hasta el extremo.
Es una pretensión aparentemente modesta, pero los artefactos minúsculos a veces son los que precisan mecanismos más sofisticados. Son los que tienen resortes que pasan desapercibidos, innumerables ruedas dentadas que mantienen en movimiento perpetuo máquinas que parece que se desplazan solas. Y no: una película de suspense es más sofisticada cuanto más invisibles son los hilos que sacuden sus demiurgos.
En 'Cuando los ángeles duermen', a menudo esos hilos están lejos de la ansiada invisibilidad. Los personajes están descritos a tópicos, las reacciones incomprensibles se prolongan hasta romper la credibilidad y algunas interpretaciones, de tan apasionadas, simplifican un drama que queda con muchas aristas por explorar. Un guión que como punto de partida tiene interés, plantea un conflicto con indiscutible potencia y al final se queda parcialmente en la cuneta.
'Cuando los ángeles duermen' cuenta la peripecia de un padre de escasa calidad (Julián Villagrán) que llega tarde al cumpleaños de su hija y decide acudir a toda velocidad en un viaje nocturno en coche. Por desgracia, las prisas y el cansancio le llevan a provocar un accidente que irá complicándose según avance la noche, debido a la negativa de una adolescente (Ester Expósito) a aceptar la explicación más sencilla.
'Cuando los ángeles duermen': Jo, qué noche
El gran valor y el gran problema de la película es Villagrán: la accesibilidad y fragilidad de su estupenda interpretación convierten a su padre desesperado por hacer algo medio bien en un personaje cercano y creíble. Esa cadencia dubitativa que tiene siempre al hablar hace que el espectador perciba como absolutamente legítima la tendencia de su personaje a dejarse arrastrar por las circunstancias. Por desgracia, como el personaje no tiene desde el guión excesiva densidad dramática, esas dudas se convierten en un mero folio en blanco que permiten que la historia discurra por derroteros inverosímiles... y él no haga nada por impedirlo.
El problema, posiblemente, es que la película ajusta el cinturón del suspense a una cuestión muy concreta: algunos personajes saben que la situación es accidental, otros creen que no lo ha sido. Esos mimbres, que habrían podido estirar una situación mínima hasta el paroxismo, en las manos menos expertas del director Gonzalo Bendala hacen que los personajes den bandazos sin un comportamiento definido. Policías muy listos o muy tontos, según; bakalas que entran en escena para generar caos y hacen mutis por el foro porque sí; o un personaje, el de Ester Expósito, que peca de histérica cuando conviene, y de cerebral cuando viene bien.
La película, sin embargo, tiene también en el apartado de innegables virtudes una tensión bien sostenida la mayor parte del tiempo, una estética tenebrosa muy lograda con pocos medios y un plantel de actores, en general, muy apropiado. A Villagrán y Expósito se suman una Marian Álvarez estupenda y cuyo personaje, por desgracia, es absolutamente prescindible. Y hay algo más, un extra para espectadores perversos y antimoralistas convencidos.
Ese extra es un poso amargo que queda tras el final de la película, no se sabe si por lo árido que es su último tercio o porque el esquematismo del guión ha dejado demasiadas cuestiones por explicar, pero prescinde de enseñanzas y moralejas. La película quiere ser un episodio alargado de 'Alfred Hitchcock presenta' pero, a diferencia del clásico televisivo, aquí no hay redención, ni moraleja, ni masaje para el espectador. Algo me dice que se trata más de una cuestión de incapacidad para formular una conclusión que de un auténtico propósito de dinamitar los tópicos, pero de todo este modesto y fallido artefacto de suspense, sin duda lo más memorable es esa agria sensación final de que nada en esta vida tiene un sentido tranquilizador.
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