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'Crónicas diplomáticas', un discurso magistral

‘Crónicas diplomáticas’ (‘Quai D’Orsay’, Bertrand Tavernier, 2013) nos muestra por primera vez de forma muy clara el lado humorístico de un autor, con todas sus letras, que normalmente ha hecho conmocionar al espectador llevándolo al peor lado humano con joyas del calibre de ‘La muerte en directo’ (‘La mort en direct’, 1980) y ‘Hoy empieza todo’ (‘Ça commence aujourd'hui’, 1999) —relato sobre la enseñanza y la educación tan terrible como necesario—, o cantos al jazz como la imprescindible ‘Alrededor de la medianoche’ (‘Round Midnight’, 1986).

Film todo ellos diferentes entre sí, aunque bien visible el estilo de Tavernier, con la cámara siempre a la altura de los personajes, para conocer sus miserias y pocas alegrías, y que con ‘Crónicas diplomáticas’ parece dar una vuelta de tuerca pasándose al lado de la comedia más frenética, quizá como bálsamo —el mejor que existe, el único verdaderamente indestructible— a las hostias que nos está dando la vida a todos los niveles. Y además es una adaptación de un cómic por lo que mi compi Sergio nos hablará de ello en su espectacular ciclo.

Christophe Blain y Abel Lanzac son los autores del cómic y asimismo guionistas en el film deTavernier, una historia centrada en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, situado en un lugar llamado Quai d’Orsay, utilizado casi siempre para referirse al Ministerio, de ahí el título original del film. Un film que basa todo su relato alrededor de la construcción de un discurso que el ministro Taillard —sensacional Thierry Lhermitte— deberá pronunciar en la sede de las Naciones Unidas.

La vida con humor

Un discurso, que como muchos otros en la historia del cine, supone uno de los puntos álgidos de la película, en este caso, finalizando con el mismo. Sin embargo esta vez lo importante no es el discurso en sí, sino la gran cantidad de contratiempos que el ministro, ayudado de su gabinete, en el que ha entrado a trabajar como encargado del “lenguaje” Arthur Vlamick —un poco anodino Raphaël Personnaz—, solventan en la construcción del citado discurso.

Tavernier ha declarado haberse inspirado en clásicos de la comedia como ‘Uno, dos, tres’ (‘One, Two, Three’, Billy Wilder, 1961) para su película. Lo cierto es que el ritmo frenético del film recuerda sobre todo al de la obra maestra de Wilder, sin llegar a ser tan hiriente ideológicamente. Tavernier no se posiciona políticamente hablando, prefiere mostrar las idas y venidas de un gabinete las 24 horas del día sometido a una presión brutal debido a intereses internacionales.

En otras palabras, Travernier muestra, con sentido del humor, sin resultar ni cargante ni moralista, el desastroso mundo que se esconde detrás de la figura de un ministro, de cualquier ministro de asuntos exteriores. Zancadillas, puñaladas traperas, mentiras, ambición y envidias motivan a todo el equipo del ministro, una vida frenética a la que Vlamick debe adaptarse con igual de rapidez si no quiere ser devorado en el camino. Todo ello mientras el famoso discurso va construyéndose y tomando forma a través de borrones, de retales y sobre todo de subrayados con un rotulador amarillo específico, el colmo de la obsesión del ministro.

Inculto, pero convencido

Donde sí pone el dedo en la llaga Tavernier y su brillante equipo de guionistas es en el retrato casi inculto del ministro y alguno de sus seguidores. Con frases tan terribles como “los libros se escriben solos”, o “sé lo bueno que es un libro por lo subrayado que está”, todo ello dicho con una mezcla de seriedad y humor muy difícil de matizar —es el milagro que obra Lhermitte—, y las continuas citas a clásicos, sin entenderlos, transmite cierto miedo a la hora de pensar en nuestros representantes.

Una de las cumbres de ‘Crónicas diplomáticas’, y que viene al caso con lo comentado es precisamente la reunión entre el ministro y Molly Hutchinson —la mítica Jane Birkin en lo que casi es un cameo—, donde la segunda queda completamente estupefacta ante la rapidez de palabra del representante francés y su continúa cita de grandes frases, mezclando incluso algunas para construir frases sin sentido, pero pronunciadas con la mayor de las convicciones.

Y es ahí donde la película de Tavernier se alza divertida e impiadosa —esos portazos que hacen que vuelen los papales es una metáfora sobre las palabras perdidas o mezcladas que no tiene parangón—. El mensaje puede ser claro, confuso, no decir absolutamente nada, o ser la salvación eterna, lo que verdaderamente importa es la convicción y elocuencia con la que es dictado o representado. Muchos se lo creerán a pies juntillas, sin saber ni entender que se ha construido a base de chorradas, mentiras o tópicos. Tavernier, a sus casi 73 años, tiene aún mucha cuerda.

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