Hay una cláusula en todas las pólizas por accidente, una cosita llamada “doble indemnización”. Quiere decir que pagan el doble por determinados accidentes, los que casi nunca ocurren”, Walter Neff.
‘Perdición‘ (‘Double Indemnity’, 1944), de Billy Wilder, parte de la adaptación, escrita por Raymond Chandler y por el propio director, de la novela de James M. Cain. Fred MacMurray interpreta a Walter Neff, un vendedor de seguros, que se acerca a casa de uno de sus clientes para renovar la póliza que tiene sobre sus coches. En lugar de al hombre, encuentra a su esposa, encarnada por Barbara Stanwyck, quien le pregunta de forma algo sospechosa sobre un seguro de accidente.
Un hecho de apariencia cotidiana, unos personajes que no pertenecen al mundo del hampa o de la investigación se presentan ante nosotros, desde antes incluso de comenzar a planificar fechorías, imbuidos en una atmósfera de cine negro. No son pocas las secuencias cargadas de tensión, que propicia la situación de suspense –el riesgo, la posibilidad de ser sorprendidos o de cometer un error–, apoyada en los acordes de Miklos Rozsa.
Wilder consigue esta ambientación gracias a una sabia utilización de todos los elementos de los que dispone. Aparte de los que provienen del guion o los que radican en la dirección de actores –ambos aspectos que se verán en profundidad más abajo–, emplea una estilizada fotografía en blanco y negro, donde la sombras proyectadas semejan seres acechantes o fantasmales. Aunque el ratio 1.37 : 1 –lo que entendemos por formato en 4/3– limita sobremanera las pociones de los encuadres, que generalmente son frontales al escenario, el director juega con la duración, sosteniéndolos largamente en ocasiones, casi hasta llegar a lo que llamaríamos plano secuencia –no literalmente, pero como sensación– ayudado tal vez por algún travelling.
Los giros
‘Perdición’ comienza con el recurso que se emplea con frecuencia en la actualidad, tanto en cine como en televisión, de presentar una secuencia tardía y retroceder en la narración de los hechos. El flashback no era novedoso en la época, pero sí ofrecer al espectador la intriga resuelta desde el minuto seis, sin por ello restarle a lo que viene a continuación un ápice de interés. Esta medida, a su vez, justifica la voz en off, gracias al dictáfono, idea genial que sirve asimismo más adelante para que lo que podría ser una carta o un informe que hubiese de ser leído en pantalla, se escuche en alta voz.
El conflicto, por lo tanto, queda planteado desde el arranque y poco después se inicia la treta, que desde ahí presentará numerosos e imprevisibles golpes de timón y que se tornará intrigante y divertida de seguir –la manera de obtener la firma, por ejemplo–, con lo que los tiempos muertos de guion no existen. Un ejemplo de estos sorprendentes giros es la primera suspicacia de él, pues se podría creer que picaría el anzuelo inocentemente y esta desconfianza introduce la primera traba en lo que parecía que, de momento, iba a ir rodado. La señora Dietrichson prueba para empezar con la carta del engaño y, cuando no le da resultado, saca la de la pena; no me extraña que él piense en una jugada de póker. Los sucesivos vuelcos son tan o más admirables, si no los reseño es para no desvelar más de lo debido.
(Spoilers) La culpa será el elemento recóndito que tome posesión del relato desde que los hechos se han perpetrado. Como en ‘Crimen y castigo’, de Dostoiewski, el ser atormentado se convertirá en su propio enemigo. ‘Perdición’ se vuelve durante estos instantes un thriller psicológico, aunque la historia más adelante salga de ahí para seguir refiriéndose a conflictos externos. Esta culpabilidad les sirve, además, a los guionistas para que la educativa resolución final, aunque frustrante, no resulte artificial, pues viene derivada no de un destino forzado por la mano aleccionadora de la censura, sino por el sentimiento del protagonista que no puede llevarlo a otra conclusión (fin de los spoilers).
Wilder recuperará el argumento de la estafa a las compañías de seguros años más tarde con un tono diametralmente diferente, pero no por ello con menor mordiente, con ‘En bandeja de plata’ (‘The Fortune Cookie’, 1966), un ejemplo de humor negro en el que Jack Lemmon y Walter Matthau ponen en liza sus talentos sin otro ganador que el divertido público.
Diálogos de cine negro
Los guionistas que ocuparon los escritorios del Hollywood para crear films delictivos y criminales en la época eran en su mayoría novelistas. El cine negro, influido de forma tan directa por la literatura policiaca, se sumergió así en un mundo propio en el que eran verosímiles comportamientos dominados por cierta aura de irrealidad –como la forma de encender los cigarrillos idiosincrática en muchos otros films y, en este caso, además significativa y recurrente: “no me gustan las cerillas, siempre me explotan en el bolsillo“– y los diálogos hasta cierto punto literarios. Chandler, el caso más notorio de novelista metido a guionista, nos ofrece en ‘Perdición‘ muchas de las joyas que han marcado el código del género. Son señas de identidad el sarcasmo y la ironía en los diálogos y aquí están sembrados por doquier. Se pueden escuchar frases de gran mordacidad, como “no eres más inteligente, Walter. Solo eres más alto”.
Apreciamos, además, la mano del otro autor, ya que el humor no está ausente de los diálogos, por grave que sea el tono de la cinta. Wilder no se priva, por ejemplo, de firmar lo que en inglés hace juego con el título ‘Double Indemnity’, un “double entendre”, con la insinuación que le dirige Walter a Phyllis, “totalmente cubierta”, cuando ella lleva solo una toalla. Se encuentra asimismo gran profusión de subtexto, habitual no solo en el cine negro, sino en cualquier buena película, pero más común entonces, sobre todo cuando se empleaba para trasladar una conversación picante y pasar así los controles. En la misma escena mencionada, lo que se refiere a la multa por exceso de velocidad podría haber cabido en cualquiera de las comedias de Wilder.
El reparto
Fred MacMurray tiene la responsabilidad de demostrar su valía desde que la cinta abre de negro en ese inicial y larguísimo plano sostenido de la confesión a la bocina y tanto ahí como en el resto de su intervención, guarda la compostura –pues su papel es más de víctima que de verdugo y podría descomponerse en cualquier instante– de forma impecable. Edward G. Robinson, como en toda su carrera, resulta sobresaliente, con un tono bastante más subido que el de MacMurray, aportando color y carisma como hacen estos secundarios a los que les sobra el talento para protagonizar lo que quisieran.
Barbara Stanwyck es pura fuerza y personalidad en un personaje lleno de aristas y complejidades. La actriz acompaña con maestría la evolución y muestra todas las distintas caras que surgen, a medida que caen los velos del personaje. Si acaso su físico me impide creer un enamoramiento inmediato, basado en la apariencia, comprendo que el protagonista quede obnubilado por su seducción y actitud envolvente, gracias a esa mirada de grandes ojos, a la profundidad de la voz y tal vez a los perfumes de los que se habla, así como a la tobillera de la lujuria –qué arma de seducción más discreta, pero efectiva cinematográficamente–. Pasados los primeros encuentros, no tengo dificultad para convencerme de que su determinación, su frialdad, su astucia… lo cautiven y no veo que otra actriz pueda llevar con la misma entereza la difícil tarea que supone esta femme fatale.
En conclusión
Agradezco que hayáis elegido una obra maestra del cine negro en la que los numerosos giros de la trama siguen aún sorprendiendo y donde la información está tan bien dosificada como la progresión de los personajes, para crear momentos de suspense inmejorables. Billy Wilder podría ser mi director favorito, si es alguna vez tuviese que responder tan difícil pregunta, que obliga a dejar fuera a los demás. Lo que tengo por seguro es que se trata del guionista al que más admiro y del autor de la película que más disfruto.
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