Dos asesinatos en un pueblo más pequeño que un sello de correos”.
El guion de ‘Muertos y enterrados’ (’Dead and Buried‘, 1981), que firman Dan O’Bannon y Ronald Shusett (‘Alien’), a partir de un relato de Jeff Millar, Alex Stern; pasó por varias rescrituras provocadas por problemas de producción y por diferencias de criterio acerca del tono, pues se dudaba de si debía o no dar cabida al humor negro. O’Bannon se desentendió de la autoría y aseguró que Shusett la había escrito por su cuenta, pero que necesitaba su nombre en los créditos y, a cambio le ofreció efectuar las correcciones que él sugiriese. Cuando O’Bannon vio la película terminada y se dio cuenta de que no se habían introducido sus modificaciones, ya era demasiado tarde para retirar su nombre.
Una vez dada por buena una versión del guion, se encargó de dirigirla Gary Sherman –Gary A. Sherman en los títulos de crédito–, quien había debutado con ‘Raw Meat’, también conocida como ‘Death Line’ (1973), y que más adelante dirigió ‘La jauría del vicio’ (‘Vice Squad’, 1982), ‘Se busca vivo o muerto’ (‘Wanted: Dead or Alive’, 1987), ‘Poltergeist III (Fenómenos extraños III)’ (‘Poltergeist III ‘, 1988) o ‘Lisa’ (1990), entre otras. El film que nos ocupa no tuvo éxito inmediato ya que, por culpa de los recortes y enmiendas al guion, la productora no quedó por completo convencida y rebajó sus expectativas en la promoción y distribución, y es poco conocido en nuestro país. Sin embargo, se convirtió en título de culto, debido a un enfoque más fiel que el habitual a las leyendas sobre zombis y a ciertas pinceladas, como la inclusión de las cintas de Super 8 o el personaje del científico chiflado, que nos retrotrae al terror de los años cuarenta.
La llegada de un forastero al pequeño pueblo costero de Nueva Inglaterra, llamado Potter´s Bluff (“el farol de los porreros”), desencadena una serie de fallecimientos. Dan Gillis (James Farentino, quien nos dejó este año), el sheriff, investiga lo que parecen accidentes o muertes fortuitas y, cuando le asolan las sospechas de que pueda tratarse de asesinatos, lo que no vislumbra es el móvil. Además de tener que resolver esta intriga en su trabajo, uno de los interrogatorios le crea una nueva duda en su vida personal: la posible infidelidad de su esposa, una guapa profesora de primaria (Melody Anderson), que había ido a visitar al primero de los muertos a su habitación de hotel. Por otra parte, Dan se plantea lo extraño que resulta el comportamiento de los lugareños (entre ellos Robert Englund y Barry Corbin), especialmente el del enterrador (Jack Albertson, que murió seis meses después del estreno), un anciano que se vanagloria de las reconstrucciones de los cadáveres hasta el punto de preferir que los “clientes” le lleguen cuanto más desfigurados mejor.
De esta serie B, de escasa duración y que se rodó con un presupuesto reducido, no podemos esperar un gran lucimiento en la fotografía, que firma Steven B. Poster, y en la que predominan los planos tan oscuros que pueden verse solo en una sala en tinieblas. A pesar de que la inclusión de la violencia es muy escasa en minutos, cuando aparece no se escatima la truculencia en los efectos de maquillaje, que firmó Stan Winston, o en la actitud atacante de los asesinos. La banda sonora de Joe Renzetti subraya las apariciones de personajes clave y las concesiones a lo escabroso con tal contundencia que quizá tenga un efecto contrario al buscado. Estos altibajos en el tono y las entradas repentinas del horror pueden devolverle involuntariamente humor que se descartó en las rescrituras del guion.
Las interpretaciones adolecen de un cierto aire envarado y anticuado. Si bien esto choca en la turbadora escena inicial –que sigue a unos títulos de crédito acompañados de música e imágenes más dignas de un melancólico drama que de un thriller– o en ciertos momentos pretendidamente cotidianos, a la larga aumentan el tono de rareza y juegan a su favor. Y es que, con todo lo dicho, Sherman logra dotar a la película de una atmósfera estremecedora y desconcertante que se convierte en lo mejor del conjunto y que torna todo lo mencionado en valores positivos para dar como resultado una cinta diferente y valiosa.
Utilizando los espacios reducidos y colocando la cámara en angulaciones sugerentes, el cineasta carga de tensión algunas de las secuencias –por ejemplo, la de la familia en el caserón abandonado–, en las que el suspense se ve favorecido por la incógnita de una narración valiente en la que no solo se guardan revelaciones para la conclusión, sino que se dilata el descubrimiento del nudo hasta mucho más allá de lo esperable. La sorpresa final hoy en día se torna previsible en demasía, pero en su momento es probable que tuviese la capacidad de poner los pelos de punta.
‘Muertos y enterrados’ es, en conclusión, un film de culto, que enfoca su punto de partida con singularidad y cuya realización garantiza una envolvente atmósfera no exenta de rareza. Elementos que parecen caprichos para los amantes del terror de serie B, personajes cuyo diseño derrocha imaginación y detalles inusitados completan un total que deleitará a cualquier seguidor del género.
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