Críticas a la carta | 'El fantasma del paraíso'

Críticas a la carta | 'El fantasma del paraíso'
Facebook Twitter Flipboard E-mail

Vendió su alma por el Rock & Roll…

Ingredientes de ‘El fantasma de la ópera’, ‘Fausto’, ‘Frankenstein’ y ‘El retrato de Dorian Gray’, agitados y mezclados con estética glam y una sátira de la industria musical. Eso y más es lo que se encuentra el espectador que se adentra en el siniestro, romántico, desatado, hortera y cómico viaje que propone ‘El fantasma del paraíso’ (‘The Phantom of the Paradise’, 1974), una atrevida “opera rock” dirigida por un Brian de Palma pletórico en imaginación y energía, solo un año después de estrenar con éxito ‘Hermanas’ (‘Sisters’, 1973). La banda sonora se vendió con facilidad pero la película no tuvo suerte en taquilla, produciéndose uno de esos casos en los que poco a poco, tras el desconcierto o la indiferencia inicial, fue conquistando espectadores, y resistiendo los cambios en las modas y los gustos del público, se convirtió en un título de culto, al igual que otra propuesta de estética similar que se estrenó solo un año más tarde (‘The Rocky Horror Picture Show’), siendo calificado como uno de los mejores musicales jamás filmados. La etiqueta sigue vigente hoy día.

Escrita por De Palma en colaboración con el músico, compositor y actor Paul Williams (que además de autor de las canciones es quien interpreta al villano de la historia), ‘El fantasma del paraíso’ se centra en dos personajes de comportamiento obsesivo vinculados por su deseo de fascinar al mundo con su obra, Winslow Leach (William Finley), un apasionado cantautor que ansía crear una pieza magistral, y Swan (Williams), un ambicioso productor que busca crear el espectáculo musical definitivo. Es interesante cómo en un principio se nos hace creer que el protagonista del relato va a ser este “Cisne” que parece haber nacido para asombrar al mundo, y que todo va a girar en torno a una desesperada búsqueda artística, pera enseguida se nos revela como un ser mezquino y diabólico, manipulador y sin escrúpulos, que ha encontrado una nueva presa a la robará su talento: el ingenuo y poco agraciado Winslow, el antihéroe de una grotesca peripecia que se va enturbiando y desenfrenando con el paso de los minutos.

swan

Parece que fue ayer cuando conocí a Annette en ese coro de iglesia. La metí en canto, la enseñé a vestirse, conseguí su primera actuación. Le pagué a un crítico. Hizo un reportaje precioso. Le dije con quién tenía que ser amable… Le di drogas para que fuera de gira, hice que su disco fuera un éxito. Y te la vendí. Tú hiciste que fuera la mejor del rock. ¿Y qué hace ella? Nos traiciona, cancela lo de Las Vegas… y quiere dar entradas gratis a los huérfanos hambrientos. Para mí era más que un objeto, era la luz de mi vida. Y ahora se ha ido. La demandamos. No podíamos perder. Teníamos un riguroso contrato, era como una cerradura bajo llave. Soborné al juez. Pero dijo que no se puede firmar un contrato de por vida. Dijo que éramos una desgracia para la profesión. Yo hice de ella una puta avara, ¿y yo soy una desgracia?

La película cautiva desde el principio, desde los créditos iniciales. Arranca con la carismática voz en off de Rod Serling (el creador de la serie ‘En los límites de la realidad’) presentando a Swan como esa brillante figura que busca lo inalcanzable, y acto seguido vemos una actuación de The Juicy Fruits, una exitosa banda de pop-rock que lleva el sello del magnate (“Death Records”, “Discos Muerte”). Visualmente resultaría un segmento aburrido, de no ser por la letra de la canción (que uno sospecha que será premonitoria), el comportamiento de los miembros del grupo y una escena que sucede en un despacho situado en las alturas (Swan siempre observa desde arriba, como un dios) cuyos ventanales dan al escenario, donde la mano derecha de Swan habla (directamente a la cámara, uno de los muchos recursos que emplea De Palma para atrapar nuestra atención) sobre una cantante a la que deben castigar, lo que nos mantiene alerta, expectantes. Asimismo, se intercala otra escena en la que vemos cómo alguien pega un pequeño anuncio encima del enorme letrero de los Juicy Fruits, lo que nos indica que se trata de un don nadie y que, posiblemente por envidia, no soporta al popular grupo.

Pronto descubrimos que se trata de otro músico, uno que escribe y compone sus propios temas; mientras la cámara da vueltas a su alrededor de Winslow (y nos preguntamos de qué circo habrá salido semejante “freak”), Swan interrumpe a su interlocutor, emocionado, pues acaba de encontrar el sonido que buscaba para su espectáculo definitivo, bautizado como “El paraíso”. El esbirro del dueño de Death Records ofrece entonces a Winslow un jugoso contrato, éste pica el anzuelo y entrega su trabajo para una cantata, con una serie de condiciones que son falsamente aceptadas. Pasados unos meses sin que nadie le llame, Winslow busca a Swan y descubre que está usando sus temas sin permiso; así conoce y se queda prendado de Phoenix (Jessica Harper, en su primera aparición en la gran pantalla), una de las muchas chicas que acuden a las pruebas de “El paraíso” (esclavas de ese ídolo que aparece entre rojas humaredas). El compositor es expulsado de la casa de Swan y encarcelado con pruebas falsas (en “Sing Sing”, para mayor cachondeo); tras una milagrosa fuga, y un desafortunado accidente en la fábrica del sello Death Records mientras huía de la policía, Winslow desaparece y es dado por muerto.

las mujeres de Swan

Evidentemente no lo está. A través de una portentosa secuencia de suspense marca de la casa, que juega con el plano subjetivo y la pantalla dividida, De Palma nos presenta al fantasma del paraíso con un homenaje a ‘Sed de mal’ (‘Touch of Evil’, 1958); más adelante, el mismo personaje protagonizará una desternillante escena que parodia el famoso asesinato de la ducha en ‘Psicosis’ (‘Psycho’, 1969), y es que no podía faltar el recuerdo del director al maestro Hitchcock. Winslow, transformado ahora en una especie de enorme cuervo sobrenatural ultrajado, con rasgos que recuerdan inevitablemente a Darth Vader (el traje oscuro, la capa, la fuerte respiración, la voz electrónica, la máscara que esconde el rostro desfigurado), pretende sabotear “El paraíso” pero Swan vuelve a engañarle; promete que reformará el espectáculo para ajustarlo a todas sus exigencias, incluyendo situar a Phoenix como estrella principal. El fantasma vende su alma (como todos en la película) y sella el acuerdo con su propia sangre, en una escena que parece sacada de ‘Una noche en la ópera’ (‘A Night at the Opera’, 1935). De ahí en adelante, más música, diversión, crítica (los medios como vergonzosa herramienta de la sociedad de consumo, en la presentación del disparatado personaje que encarna Gerrit Graham), melodrama barato (por supuesto, buscado), cutrez (ídem), misterio, odio, asesinato, depravación, obsesión, desamor (tremenda la escena de Swan castigando al fantasma) e inevitable tragedia.

Es una película exagerada, frenética y apasionada, que se disfruta plenamente a pesar de algunas decisiones estéticas de la época, un presupuesto escaso que no permitía derroches y problemas extracinematográficos que afectaron al montaje (la discográfica de Swan debía ser “Swan Song”, justo el nombre que eligió Led Zeppelin para su sello, obligando a retocar y eliminar numerosos planos para evitar un litigio judicial que retrasaría el estreno). ‘El fantasma del paraíso’ es indudablemente una de las joyas de la irregular filmografía de Brian de Palma, una gozada que no acusa el paso del tiempo gracias a su espíritu gamberro, su audacia, su humor y su poderío visual. Deja imágenes en la retina que no pueden olvidarse.

fantasma-del-paraiso-1974-jessica-harper

Comentarios cerrados
Inicio