Si él muere… todo lo que para mí es vida morirá con él.
(Ivy Walker)
Volvemos a hablar en Blogdecine de M. Night Shyamalan (sin duda es uno de los cineastas más importantes del presente) debido a que una de sus películas fue la más solicitada en los comentarios de la anterior “crítica a la carta”. Me llamó la atención, en ese famoso vídeo sobre la rueda de prensa de ‘Airbender: El último guerrero’, que Shyamalan reconociera que ‘El bosque’ (‘The Village’, 2004) es su película favorita de todas las que ha hecho hasta ahora. Esto evidentemente no implica que sea la mejor, si es que tal extremo importa y pudiera dilucidarse, los directores suelen ser muy especiales a la hora de elegir sus trabajos más inspirados. Por ejemplo, no creo que nadie piense en ‘El proceso’ (‘The Trial’, 1962) si sólo hubiera que elegir un título de Orson Welles, pero a él le parecía su película más redonda.
Personalmente, pienso que la obra más perfecta que ha realizado Shyamalan es ‘El protegido’ (‘Unbreakable’, 2000), con una puesta en escena insuperable. Pero ya sabiendo la preferencia del director por ‘El bosque’, al verla de nuevo a causa de vuestra petición, entiendo por qué le gusta tanto. De todos sus trabajos, éste es en el que más claramente se habla del amor; esa cosa mágica, intangible pero poderosa y transformadora, que nos hace ver todo de otro modo, esa conexión que se establece entre dos espíritus que se entregan pura y completamente el uno al otro. Es el gran tema de este director, la búsqueda del amor, y es aquí donde más se ocupa de ello, a través de una fábula en la que también caben reflexiones sobre la sociedad, el sacrificio, la inocencia y el miedo. Y por si fuera poco, entretiene, sorprende, inquieta y emociona, desde el primero hasta el último minuto. Una joya.
El pueblo a salvo de los lobos
Tras los títulos de crédito, acompañados por la arrebatadora partitura musical de James Newton Howard, vemos a un hombre llorar la muerte de su hijo, mientras un grupo de gente lo mira a cierta distancia, con profundo respeto. La tumba marca dos fechas: 1890-1897. Acto seguido, el mismo hombre estrecha afectuosamente la mano del que parece ser el alcalde del lugar, Edward, mientras éste habla a la comunidad de momentos difíciles, confianza, compromiso y seguridad. Todos se quedan congelados cuando entre el viento que azota los árboles se oyen los lejanos y amenazadores aullidos de lo que parecen ser bestias, terribles lobos. Sólo uno de los pueblerinos se ríe y aplaude, como si se burlara de toda aquella seriedad, pero es Noah, un joven con discapacidad mental, y todos aceptan su extraño comportamiento (no saben, ni sabemos aún, lo que él ha visto).
Así arranca ‘The Village’ (originalmente titulada ‘The Woods’), abriendo incógnitas desde sus primeras escenas (todas se irán contestando poco a poco), creando una atmósfera perturbadora y misteriosa, de cuento de hadas, y recordando inevitablemente al primer episodio de la serie más popular y adictiva de los últimos años, ‘Lost’ (cambiando el pueblo por una isla y el sonido de los “monstruos” por el del “humo negro”). Pronto descubrimos que en el pueblo (construido de la nada para la filmación de la película) hay reglas estrictas que nadie puede incumplir. La fundamental es que está prohibido atravesar los bosques, pues es el territorio de unas criaturas terribles, sin nombre, que mantienen una especie de tregua con los seres humanos; no hay peligro mientras nadie cruce los límites establecidos, marcados con señales amarillas, el color protector (se le asocia con la tranquilidad, pero me llama la atención que “amarillo” en inglés significa también “cobarde”). Del mismo modo, hay un color asociado a los monstruos, que todos se empeñan en ocultar, alejar de las casas o de sí mismos; es el rojo, que simboliza peligro, agresividad, y también la sangre derramada.
Siempre me ha parecido curioso echar un vistazo a los nombres que se barajaron para determinados proyectos (me acuerdo de Dustin Hoffman para ‘Blade Runner’), o que fueron reemplazados a última hora, siendo a menudo de lo más sorprendente que se pensara en otros actores tan diferentes de los que aparecen finalmente en la pantalla. Shyamalan escribió el personaje de Lucius pensando en Joaquin Phoenix, si bien el de Ivy era en un principio para Kirsten Dunst, hasta que lo impidió el rodaje de ‘Elizabethtown’ (imagino que se arrepentiría bastante); sin audición previa, el director eligió a Bryce Dallas Howard para sustituirla. Quizá lo más sorprendente es descubrir que Ashton Kutcher pudo dar vida a Noah, pero igualmente tuvo que dejar su sitio por problemas de agenda (Hayden Christensen fue otro de los candidatos). Shyamalan tiene una mano fantástica con los intérpretes, pero sin duda tuvo suerte con el reparto final. Adrien Brody, William Hurt, Sigourney Weaver, Brendan Gleeson, Michael Pitt y Jesse Eisenberg, entre otros, viven cada momento de este poético cuento de amor y terror.
De luces y tinieblas
Porque otras podrían haber cumplido estupendamente en el papel, pero es que Dallas Howard está sencillamente sublime; ella es Ivy. Shyamalan ve en la pelirroja los valores que representa la chica ciega (la inocencia, la vida, la calidez), y consigue que la actriz no sólo dé rienda suelta a su innato talento para la interpretación (poco aprovechado hasta ahora, a excepción de ‘La joven del agua’, también del realizador de origen indio), sino también que desprenda esa extraña mezcla de ingenuidad y madurez que caracteriza a Ivy, más despierta que el resto (a pesar de su ceguera); como llega a decir, ve el mundo de una manera diferente a los demás. No le hace falta el sentido de la vista para comprender nada, no los necesita para ver lo que importa de verdad. Es muy significativa la manera en la que Shyamalan nos presenta a esta chica, abrazada a su hermana, consolándola y reconfortándola, en una habitación cálidamente iluminada por las llamas de las velas.
Tan auténtica como la interpretación de Dallas Howard es la de Joaquin Phoenix, un actor de instinto, de ésos raros individuos que son capaces de vivir y respirar la ficción, hasta hacerla realidad (tanto es así que aún se duda sobre la veracidad de un documental que gira en torno a él, tras su anunciada retirada del cine para dedicarse al rap); puro talento al que también aprovecha hábilmente Shyamalan dejando en sus manos al silencioso Lucius (Ivy no ve, él parece mudo), de mirada curiosa, tímido a su pesar, atrapado entre reglas, un joven valiente (el que más) que sólo se inquieta cuando está cerca de Ivy, y sólo tiene miedo a que ésta sufra algún daño. El progresivo acercamiento entre estos personajes llega a su máximo esplendor en la maravillosa secuencia de la entrada de las criaturas en el pueblo, con Ivy tendiendo la mano, confiando en que su amor llegará a tiempo para salvarla. Puro cine.
El esperado beso, en el porche de Ivy, supone la consumación del amor entre los dos jóvenes, y será también el desencadenante de todo el último tramo del film. Resulta interesante cómo desde ahí pareciera que ambos han tomado lo mejor del otro, compenetrándose y completándose, siendo mejores personas; ella se contagia de la valentía de Lucius, mientras que él adquiere una enérgica vitalidad; estas transformaciones serán esenciales para resistir y superar lo que ocurrirá a continuación. Dos veces intenta Lucius cruzar el bosque (para conseguir medicinas), pero será Ivy quien consiga finalmente la aprobación del consejo de “los mayores”; sólo ella puede emprender la aventura porque lo solicita en el momento adecuado, cuando ha abrazado el amor, ha perdido el miedo y está dispuesta al sacrificio. Sólo así puede adentrarse en la oscuridad que rodea el pueblo (como una caperucita amarilla) con la esperanza de regresar con vida. Puede decirse, por tanto, que el amor es la luz que identifica, dignifica y da sentido al ser humano; es aquéllo por lo que merece la pena vivir, y morir. Los monstruos (los reales y los simbólicos) viven entre tinieblas, incompletos y violentos, inseguros y autodestructivos; ineficaces y realmente ciegos ante esa luz única.
Se le pueden criticar o discutir (con normalidad) a M. Night Shyamalan muchas de las decisiones que ha tomado hasta ahora (que actúe en sus películas o que subraye tanto sus finales), pero es incontestable que se implica al máximo en las historias que cuenta. Es uno de los pocos directores que escriben sus propios relatos y que se atreven a exponerse de una manera tan valiente, casi suicida, ante el público, exprimiendo todo su ser (todo su talento, todo su esfuerzo) en cada trabajo. Por eso resulta tan triste, y al mismo tiempo tan irónico, que esté siendo vapuleado sistemáticamente por la crítica especializada de su país (y de otros que bailan detrás) prácticamente desde el estreno de ‘El protegido’, cuando decepcionó a los que esperaban ‘El séptimo sentido’. Los monstruos se están cebando con él, cada vez con mayor irritación, pero (al menos por ahora) parece que el hombre resiste, fiel a su estilo y su visión única, tanto del cine como de la vida.