Cuando vi en una sala de cine ‘Dos duros sobre ruedas’ (‘Harley Davidson and the Marlboro Man’, Simon Wincer, 1991) en el momento de su estreno tenía yo 21 años. Salí del cine con cara de circunstancias y opinando que lo que acababa de ver era un producto más o menos entretenido, algo así como una especie de western moderno completamente inofensivo. Casi 20 años después, gracias a los simpáticos lectores, mejor dicho comentaristas —ambas cosas a veces incluso coinciden—, de Blogdecine, me veo en la tesitura de revisar la película para satisfacer la insaciable inquietud cultural de mis lectores. Vosotros, de entre todas las películas de la historia del cine, habéis elegido —quizá manipulados por la oscura mano de TRA— precisamente ésta para ser comentada en esta desconcertante sección.
Que conste que me entregué a ella con ánimo debido al recuerdo que tenía de la película, pasable sin más. Pero malditos —y benditos en otros casos— los segundos visionados, que permiten la reevaluación de un film después de que el paso del tiempo haya hecho mella no en el film en sí, sino en el espectador, en este caso un servidor. Mi impresión actual dista mucho de la que tuve en el 91, cuando no había visto ni tantas películas como hoy día, ni había vivido tan intensamente. ‘Dos duros sobre ruedas’ me ha parecido un insufrible producto barriobajero que pretende ir de abanderado de la cultura trash, quedándose en poco menos que nada.
El argumento de ‘Dos duros sobre ruedas’ —toma título bochornoso típicamente español— es bien simple: Harley Davidson (Mickey Rourke) y Marlboro (Don Johnson) son dos viejos amigos que viven al día, casi siempre al margen de la ley y metidos en líos. Una noche reciben la noticia de que su bar favorito corre peligro de extinción debido a que el dueño es extorsionado por una empresa que tiene intereses comerciales en la zona. A Davidson se le ocurre la brillante idea de robar un furgón blindado para así recolectar dinero y que su garito preferido no tenga que cerrar. Todos, en una demostración inabarcable de amistad, deciden ayudarle, con tan mala suerte que roban el furgón equivocado, en el cual se encuentra una nueva droga de diseño que está haciendo estragos entre la población.
Una de las cosas que más llaman la atención de este despropósito es el hecho de siendo un film de 1991 su acción se sitúa pocos años después sabe Dios con qué intención. Quizá exista un mínimo interés sociológico a la hora de pararse a pensar en la empresa que en la historia es la malvada de la función, pero más allá de ese detalle puramente anecdótico, el porqué de la ambientación parece reducirse a un “porque sí”. El posible acierto de que varios de los personajes tengan el nombre de elementos típicos norteamericanos —una moto, unos cigarrillos, un whiskey— es totalmente desaprovechado, tanto que podrían haberle puesto cualquier otro nombre y no habría cambiado absolutamente nada. Incluso el chiste sobre Marlboro y su abstinencia no tiene gracia y resulta de lo más previsible, como toda la película.
Simon Wincer venía de realizar un intento de western, ‘Un vaquero sin rumbo’ (‘Quigley Down Under’, 1990) y alguien debió pensar que era el director adecuado para el film, que no deja de ser también un western. Pero este intento de género casi muerto —Clint Eastwood tendría mucho que decir al año siguiente—, ambientado en la actualidad —motos en lugar de caballos pero conservando las pistolas e incluso el sombrero—, se convierte en una insípida película de acción con un ritmo inexistente, un vacuo sentido del espectáculo y unos personajes eminentemente planos. No es que en un film de estas características los personajes tengan que poseer el calado dramático de una obra de Ingmar Bergman, pero tampoco pueden carecer de personalidad. ‘Dos duros sobre ruedas’ adolece mucho de eso.
Tanto Don Johnson como Mickey Rourke estaban en la cima de sus carreras. Johnson tenía una enorme popularidad por haber dado vida a Sony Crockett en la serie de televisión ‘Corrupción en Miami’ (‘Miami Vice’) y ya había protagonizado a las órdenes de Dennis Hopper ‘Labios ardientes’ (‘The Hot Spot’, 1990), un caliente thriller con Jennifer Conelly y Virginia Madsen. Rourke era una estrella y acababa de rodar con Michael Cimino ’37 horas desesperadas’ (‘Desperate Hours’, 1990) un excelente remake de una obra maestra de William Wyler —será tratada en un futuro especial— y curiosamente a partir de esta película las cosas empezaron a irle bastante mal a Rourke, quien siempre confesó que había aceptado protagonizar ‘Dos duros sobre ruedas’ por razones meramente económicas.
Creo sinceramente que Don Johnson se come literalmente a Mickey Rourke a pesar de que el primero es peor actor que el segundo. Hay algo en la mirada de su personaje en determinados momentos que evoca a los viejos tiempos, a la época de grandes cabalgadas y rodeos que ya no volverán. Johnson es capaz de transmitir esa sensación al menos por unos instantes, los únicos en los que la película es capaz de levantarse un poco del suelo. El resto no es más que una inmensa memez, con penosas secuencias de acción —esos pistoleros estilo Terminator con Daniel Baldwin a la cabeza— y con un sentido del homenaje que roza lo ridículo, por ejemplo la inevitable recreación de uno de los momentos más famosos de ‘Dos hombres y un destino’ (‘Butch Cassidy & The Sundance Kid’, George Roy Hill, 1969).
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