El realizador Renny Harlin, un especialista en el cine de acción, fue el encargado de ponerle sentido –si es que ésto es posible– a ‘Deep Blue Sea’, una historia de tiburones muy espabilados. Aunque se mueve entre el suspense y notas de terror submarino, Harlin le pone todo su empeño en conseguir que las costuras del guión (altamente inverosímil) y los arquetípicos personajes (meras marionetas) se vean disimuladas gracias a un ritmo endiablado y encaminado a mantener el suspense en el espectador hasta el final.
A pesar de contar unos efectos especiales que –con alguna mejora– consiguen acompañar a la historia, la intensidad del film es el valor principal que le podemos encontrar a ‘Deep Blue Sea’. Y ésto, en buena medida, es gracias a la labor de Harlin.
Aunque no nos engañemos. La película tiene deficiencias que lastran el resultado. Especialmente tener una premisa argumental que no termina de convencer en ningún momento, a pesar del estéril intento de la dirección. Podemos encontrar demasiadas referencias (‘Tiburón’, ‘Aliens’, ‘Abyss’,…) pero sobre todo cae en el tópico sin buscar un ápice de originalidad. Y cuando lo hace, es subrayando lo más absurdo de todo el argumento.
‘Deep Blue Sea’, cine de consumo rápido
Consciente de ello, es por lo que Renny Harlin se afanta por entretenerse demasiado en los diálogos explicativos, por no acentuar demasiado las evidentes (y rídiculas) carencias de la historia. No se entretiene en el prólogo, presenta a los personajes de forma rápida y eficiente y se mete de lleno en la acción. Lo que, en definitiva, se espera cuando uno se dispone a ver la película. Ver a esos tiburones asesinos en acción.
La violencia de los tiburones, más allá de sus “dotes inteligentes”, es la protagonista. Los protagonistas encerrados en una base acuática, una especie de Alcatraz, serán la presa que los tiburones se encargan de atrapar. Y cuando entran en acción sube la tensión y el casi único interés del film. Eso sí, bien dosificadas sus apariciones e intentando subrayar su permanente amenaza, en cada rincón (sí, porque se mueven con agilidad inusitada) y en cada momento del enfrentamiento con sus rivales, unos humanos crueles que los usaban de ratones de laboratorio.
Un reparto atípico y un desubicado Samuel L. Jackson
Otro de los puntos débiles del film es el reparto. Resulta atípico para un film de sus pretensiones, aunque en algún caso, a pesar de ser poco conocidos, logran sacar a relucir suficiente carisma. Como principal rostro estelar nos encontramos a Samuel L. Jackson, en un personaje demasiado forzado en la acción, con escasa aportación y en la que el propio actor denota su “¿qué hago yo aquí?” permanente. Pero, como indicamos, el resto del elenco no transmite lo suficiente, además de tener que lidiar con personajes mal dibujados (desde la científica protagonizada por Jacqueline McKenzie, al cocinero desubicado encarnado –y desaprovechado– por LL Cool J).
Los tiburones, auténticos protagonistas, cuentan con sus momentos estelares y son los más mimados. Por sus apariciones y por ser la cara del terror en el film (a lo que ayudan referencias obvias como ‘Tiburón’ y el pánico que destila la mera aparición de aleta sobre la superficie del agua). Aunque lamentablemente, su historia personal (me permiten la licencia) es tan absurda y disparatada que derrumban cualquier esfuerzo por sostener el argumento creíble.
Pocas ganas quedan tras la conclusión de recordar mucho más del film. Cine de consumo rápido, a ser posible con dosis de palomitas, que se ve sin mucho esfuerzo y fácilmente olvidable. Sin embargo, algo tuvieron que verle, por poco que fuera, para lanzarse, justo una década después, a una secuela que, como era de esperar, solo tendría existencia en DVD.
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