“Nosotras decidimos que era muy triste que el resto de la gente fuera incapaz de apreciar nuestro genio”
Bastante antes de que llegase la apisonadora (que no sé hasta qué punto ha traído más alegrías que miserias al género de la fantasía y al de aventuras) de ‘El señor de los anillos’, y bastante después de que debutara con una de las películas gore más valientes de los años ochenta, Peter Jackson llevaba a cabo la que probablemente es la película más personal y, en ciertos aspectos, más redonda que ha hecho hasta la fecha. En un cambio más aparente que profundo a la hora de enfrentarse a la realización de una película, el neozelandés se fijaba en el famoso crimen perpetrado cuarenta años antes en su tierra natal, un crimen pasional que recibiría el nombre de sus dos partícipes, Parker-Hulme. Y al llevar a cabo esta película, se abría una fisura en su cine que, para muchos, era la promesa de una gran cinematografía, de un estilo y una sensibilidad propias. Promesa que, según se ha visto a lo largo de los años, ha quedado un tanto desvirtuada por la extrema ambición con la que Jackson ha planeado su carrera.
Pero en esta su cuarta realización, Jackson da lo mejor de sí mismo, y consigue estremecer, conmover y extrañar al mismo tiempo, algo al alcance de muy pocos. ‘Criaturas celestiales’ (‘Heavenly Creatures’, 1994), recibía ovaciones unánimes en el Festival de Venecia, y todos querían saber quién era ese señor bajito, con barba y gafas, orondo y sereno. ¿Un gran director de cine en ciernes? ¿Un artista capaz de proponer una nueva forma de mirar? Lo cierto es que viendo esta magnífica película, se tiene la sensación de asistir a una experiencia sensorial digna de un gran director de cine, pese a algunas arritmias y algunuos balbuceos todavía pulibles. Lástima que el gran cine espectáculo, ese que tantos monstruos ha parido y tan pocos cineastas han podido domeñar, llamara tan pronto a las puertas de Jackson (o al revés), y convirtiera una singular personalidad en una suerte de marca visual. En ‘Criaturas celestiales’ personalidad existe de manera exuberante.
Obsesión, fantasía y asesinato
Filmada en muchos de los lugares en los que acontecieron los hechos, Peter Jackson y su coguionista Fran Walsh elaboraron primero un guión muy inteligente, sencillo pero trufado de detalles inquietantes, en el que los caracteres de Pauline Parker y Juliet Hulme, tan divergentes entre sí, quedaran perfectamente dibujados, y luego construyeron las bases y el desarrollo de una relación pasional condenada al fracaso pero arrasada de obsesión y de malsana complicidad. La historia no puede ser más lineal y más directa, y desde la mitad de la película, ya sospechas que algo terrible va a suceder, pero el viaje que propone Jackson es más sensorial que dramático. Pauline y Juliet se conocen, dejan de sentirse terriblemente solas, construyen una realidad alternativa gracias a la cual pueden escapar de un mundo gris, y terminan enamorándose del modo más excluyente posible, olvidándose del mundo real y llevando a cabo un atroz asesinato que nos hiela la sangre. Es mérito de Jackson no juzgar jamás a sus dos descarriadas criaturas, limitándose a contar los hechos con pudor y compasión.
Porque Jackson filma tratando de que Nueva Zelanda, un lugar que como es lógico él conoce muy bien, explote en todo su esplendor luminoso en la pantalla, con maravillosas localizaciones naturales, con idílicos pueblecitos de mediados de siglo. Y, sin embargo, permite que la duda y lo siniestro vaya inoculándose lentamente en sus imágenes, como si la locura del hombre, o simplemente la locura del amor, todo lo infectara, transformando la atmósfera de la película, volviéndola irreal, violenta, perturbada. Se percibe en cada ambiente que, aunque nos cuenten eventos divertidos, sorprendentes y hasta gratificantes, la malevolencia, el peligro, la destrucción anda cerca, casi como en una película apocalíptica. Y cuanto más profunda es la amistad entre ellas dos, más se enrarece todo, y cuando el amor se vuelve más obsesivo, el infierno aparece sobre la tierra (porque el infierno somos nosotros) y todo es dolor, y sangre y desesperación. Por eso quizá, los mareantes planos de Jackson tienen más sentido que nunca, dedicados a describir y expresar la convulsión interior de las dos protagonistas.
Y no solamente eso: la imaginación escenográfica de Jackson, que ya había alcanzado momentos notables con ‘Braindead: tu madre se ha comido a mi perro’ (‘Braindead’, 1992), es buena prueba de que comprende y acompaña sin complejos a sus atormentados personajes, haciéndose cómplice de su desbordante imaginación interior, fabricando para ellas el mundo que quizá soñaron en la comunión perfecta de sus mentes preñadas de tinieblas. Y accedemos así a los territorios de la Fantasía como expresión poética de un alma atenazada, y como pobladora de monstruos que pueden hacerse reales y temibles. Es decir muy lejos de esa concepción actual, tan colorista, de la fantasía, y mucho más cerca de una romántica, casi decimonónica, que mezclase lo terrible con lo bello sin que el espectador consiga diferenciar a ciencia cierta lo uno de lo otro. Y se vale para ello de un diseño de producción de Grant Major humilde pero brillante, y de la fotografía del desconocido Alun Bollinger, que en combinación crean un aspecto visual realmente estimulante.
Las dos actrices protagonistas, debutantes ambas, bordan sus respectivos papales. Melanie Lynskey goza de un carácter algo más extremo, pero lo controla con la solidez de una veterana. Y Kate Winslet, cuya ya legendaria carrera rivaliza con las más grandes de su tiempo, empieza a demostrar ya por qué ha llegado donde lo ha hecho. El largo elenco de secundarios, aunque no tan perfecto, cumple con sobrada eficacia para un collage de rostros que varía entre lo cotidiano y lo guiñolesco, muy apropiado para la atmósfera que intentan transmitirnos, y que desvela a un director de actores astuto y preparado, consciente de preservar, en el casting y en la puesta en escena, la idea primordial que le mueve, que no es otra que la del realismo mágico más lírico y perturbador, a la manera de un Fellini que, reencarnado, tratase de bucear en las pantanosas aguas del crimen y la obsesión más incomprensibles, pero nítidas cuando se las representa en la pantalla.
Conclusión
Notable película, cuyas virtudes pesan mucho más que sus defectos (ya nombrados, como ciertas arritmias que casi comprometen el desarrollo de su tercio final), y que propone una fantasía y una forma de mirar muy singulares. Si Jackson hubiera continuado por este camino, quizá habría llegado a ser el gran cineasta que tantos promulgan y que, a mi juicio, no es más que a ráfagas. Sólo en hermosos fragmentos de ‘Las dos torres’ (‘The Two Towers’, 2002) y en la dirección de la colosal Naomi Watts de ‘King Kong’ (id, 2005)
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