A partir de ahora somos enemigos, tú y yo. Porque eliges como instrumento a un jactancioso, lujurioso, obsceno, infantil muchacho… y a mí solo me recompensas con la capacidad de reconocer la encarnación. Porque eres injusto, desleal, cruel… te detendré, lo juro. Voy a obstaculizar y dañar a tu criatura en la tierra tanto como pueda. (Antonio Salieri / F. Murray Abraham)
‘Amadeus’ (1984) fue el título más votado por vosotros, estimados lectores, en los comentarios de la última “crítica a la carta” (sección que continuamos hoy), lo que me dio la oportunidad de revisar una película que tenía muy abandonada, que no había visto desde hacía bastantes años, cuando todavía estaba de moda alquilar cintas en VHS. Aquel visionado me dejó una profunda huella, muchas de sus imágenes permanecían intactas en mi memoria, y honestamente, debo reconocer que me daba pereza recuperar una película cuyo metraje alcanza las tres horas de duración (el montaje del director, que es el que considero que hay que ver). Así que, en definitiva, me alegra que me hayáis “obligado” a volver a ver este trabajo de Milos Forman, una experiencia más placentera de lo que había imaginado. Se nota el paso de las horas, desde luego, pero por circunstancias ajenas al film; nunca decae el interés, uno observa hipnotizado el desarrollo de esta apasionante historia, igual que cuando el personaje de Salieri escucha la música de Mozart. No sé si ‘Amadeus’ merece los 8 Oscar que se llevó, pero sí la etiqueta de obra maestra.
A pesar del título, la película de Forman no se centra en Wolfang Amadeus Mozart sino en Antonio Salieri, un importante compositor de la misma época. Y aquí radica uno de los mayores aciertos narrativos de ‘Amadeus’, ofrecer un retrato de Mozart, la figura que ha atraído al público, a través de los ojos y los recuerdos de Salieri, que es al mismo tiempo su mayor admirador y su mayor enemigo. La película, basada en una obra de teatro escrita por Peter Shaffer, que él mismo adaptó a guion con la ayuda de Forman, no pretende ser un fiel reflejo de la realidad; para eso mejor un libro o un documental histórico. Como otros trabajos de ficción, ‘Amadeus’ se toma numerosas licencias creativas (con rastros de verdad o apoyados en rumores) pero el recurso de dibujar a Mozart a través de ese otro personaje, que siente emociones tan fuertes hacia él, permite potenciar una serie de aspectos que Salieri considera relevantes o exactos, creando una imagen parcial, y por tanto, más interesante desde un punto de vista cinematográfico. Así, Mozart no queda explicado, es un misterio del que solo descubrimos algunas piezas.
La película arranca a principios del siglo XIX mostrando el intento de suicidio del anciano Salieri, después de pedir a gritos el perdón de Mozart, a quien asegura haber asesinado. Luego le vemos en una silla de ruedas, muy débil, en un hospital psiquiátrico donde va a verle un sacerdote, quien le plantea que una confesión daría descanso a su alma. Podría haberse plasmado de mil maneras, pero el camino elegido por Forman y Shaffer me parece brillante; en lugar de introducir la historia entre Salieri y Mozart con algún diálogo, se hace con música, y con el legado de la obra de cada uno. De esta manera, en un instante, el viejo compositor ha revelado la amarga envidia que ha marcado su vida y que aún domina su existencia, que no le abandonará hasta que muera. Salieri (en el film, claro) es la envidia personificada. Es un hombre de profundas creencias religiosas que se siente traicionado por Dios, cuya voz y poder cree encontrar en las partituras de Mozart, su "criatura".
Al explicarse frente al sacerdote (y frente al público), Salieri se remonta a su infancia y cuenta cómo prometió a Dios entregarse en cuerpo y alma a la música, esperando recibir a cambio un talento extraordinario. Uno de los sacrificios que ofrece es la castidad, una decisión (totalmente ficticia, el auténtico Salieri se casó y tuvo descendencia) de la que sacan provecho los responsables de ‘Amadeus’ para adornar el retrato del personaje, contrastándolo con Mozart, del que llegan a insinuar que era un mujeriego incontrolable; por cierto, un detalle muy apropiado es la afición de Salieri por los dulces, un claro sustituto del sexo (de hecho llega a comer pequeños pasteles con forma de pezones). En este sentido, no debe ser casualidad que la primera vez que Salieri ve al Mozart adulto, a su ídolo, a ese genio a través del habla Dios, el primero entrara en la habitación para comer un bombón, mientras el segundo se encontraba persiguiendo a una chica, a la que le declara su amor de la misma manera que la invita a comer su mierda.
Ése es Mozart, un joven alocado con una risa escandalosamente ridícula. Salieri esperaba encontrar a alguien merecedor del don divino que ha recibido, alguien virtuoso desde su punto de vista, pero lo que halla es justo una persona totalmente opuesta a él. No lo entiende, y cuando Mozart comienza a ganarse la simpatía del Emperador, demostrando su inmenso talento, ridiculizando a los demás, Salieri enfurece, rechaza a Dios y clama venganza por considerarse víctima de una intolerable injusticia. Sobre el papel, la trama podría haber dado lugar a un sencillo enfrentamiento, con el público sufriendo por el destino del bueno, acosado por el malvado enemigo, pero el excelente guion, la puesta en escena (aprovechando al máximo la majestuosa dirección artística) y el reparto (todos los actores están sorprendentemente impecables) no lo permiten; el conflicto es fascinante. En primer lugar porque los personajes no son lo que uno espera de ellos, ni siquiera cuando crees que empiezas a conocerlos. Resultan tan auténticos, complejos y contradictorios como si fueran reales. Aun siendo Salieri un personaje de comportamiento despreciable, llegas a entenderle, a comprender sus motivaciones y conectar con él.
Salieri es un personaje fantástico, de peculiar tragedia (parece el único capaz de apreciar la prodigiosa música de alguien a quien desea asesinar), al que la portentosa interpretación de F. Murray Abraham, llena de matices, termina por convertir en uno de los mayores villanos del séptimo arte. Mozart parece quedar retratado durante varias escenas en palacio (a José II le dice “soy vulgar pero le aseguro que mi música no lo es”), sin embargo esa parece ser la cara superficial, la vía de escape, de un imparable creador con tendencia a la autodestrucción. Tom Hulce borda el complicado papel, resultando convincente en todas las facetas, tanto cuando toca liberar al niño y al excéntrico como cuando encara los tramos más oscuros y dramáticos. Hay un momento soberbio, dentro de la impresionante secuencia en la que Salieri ayuda a escribir el Requiem, en la que Mozart pide perdón al hombre que había estado planeando su muerte (¿se burló de él pensando que no valoraba su obra?). Una de las veces en las que me di cuenta que estaba totalmente metido en la película, viviéndola. Es una película maravillosa, intensa, hermosa e irrepetible.