Un hombre se instala en una mansión victoriana y ¿adivinan? le esperan tenebrosas apariciones, fantasmas con, por supuesto, un oscuro secreto que debe ser revelado. ¿Qué clase de tragedia permanece en la casa como forma de aparición? ¿Cuál es la verdad que amenaza con destruir los secretos de los miembros más relevantes de una comunidad? Gracias a lo familiar y derivativo de esta historia, el resultado nos resulta familiar, pero lo cierto es que esta cinta de fantasmas, más un drama que un ejemplo de lo que conoceríamos como cine de terror, resulta estar dirigida con indudable gracia y pone el ojo en el abuso del poder lo cual está siempre muy bien (nada mejor que el arquetipo del rico como malvado siquiera por placeres pequeñomarxistas). En todo caso, la trama se desenvuelve con la soltura que esperamos y es capaz de hacer de sus giros algo poco familiar, cosa de agradecer. El título original de la película es intraducible pues hace referencia a niños cambiados al nacer así que la imaginación se impuso para el caso.
¿Una prueba de que la teoría del autor no es válida como se pretende para el cine, así en general? Peter Medak dirigió esta película, un pequeño clásico, en 1980 cuya influencia fue parcialmente recogida por Amenábar pero con resultados menos interesantes. Hasta ‘Romeo is Bleeding’ (id, 1993) no haría ninguna otra película relevante: lo que importa, muchas veces, es lo que una obra es capaz de sugerir, es el objeto en sí, y por muy necesarios que sean los discursos personales en un canon como el cinematográfico, también lo son las obras únicas, surgidas de contextos absolutamente insólitos y de inspiraciones verdaderas. No se trata de evaluar tanto a Medak como de comprobar que al menos un par de ocasiones ha estado realmente inspirado.
El guión lo escribieron tres personas, solamente uno hizo una carrera interesante a posteriori en el género, y fue William Gray, co-autor de los libretos de ‘Prom Night. Llamada de terror’ (Prom Night, 1980) y ‘Luna Negra’ (Black Moon Rising, 1986), estimables y menores entradas del género. Tanto George C. Scott como Melvyn Douglas están excelente, dando un recital interpretativo de la épica viejuna, repleta de flato y muy verosímil para el relato. La fotografía es uno de los secretos de esta película, obra de John Coquillon, operador habitual de Peckimpah, acostumbrado a luces naturales y estéticas documentales, casi televisivas (en el mejor de los sentidos). En fin, muy recomendable.
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