El joven Eric Packer (Robert Pattison) emprende su viaje en limusina para cortarse el pelo en su antiguo barrio, el Bronx. Pero este viaje será más largo y habrá tiempo para especular con una divisa asiática, contratará prostitutas y encontrarse con sorpresas de sus antiguos aliados.
Don DeLillo es, si no lo saben ustedes, uno de los grandes escritores contemporáneos. Cualquiera que haya leído Ruido de Fondo conoce de su genio.: lo de DeLillo son frases que encadena con un estilo fracturado y poético, bien aprendido de otras savias del inglés, sea Hemingway en esa frase que se entrecorta, sea Thomas Pynchon, en esa visión esencialmente maligna y paranoide de la era que nos rodea.
DeLillo es un gigante, pues, cuya capacidad para el diálogo es también muy sonada. Tanto en sus cuentos como en sus obras de teatro, nos encontramos a un autor con capacidades humorísticas muy peculiares y una visión del mundo digna del mejor Samuel Beckett, con personajes encerrados y jugueteando con sus roles. En los noventa, DeLillo escribía Mao II donde decía que el relato ya no era de los escritores sino de los terroristas. ¿Recordáis qué pasó en 2001?
En el año 2003 publicó una novela estupenda que sirve como perturbador diagnóstico de todo lo que sucedía en este ahora que se declaró en 2008. Un viaje en limusina que era una historia abreviada del capitalismo tardío, con un joven de Wall Street ignorando las protestas de la calle al tiempo que sigue una línea peligrosa con el valor de una divisa china. Porque, con el patrón oro muerto y enterrado, el dinero ya solamente vale lo que alguien dice que vale. ¿Qué hay tras esas abstracciones? ¿Qué sucede en el marasmo de transacciones, ambiciones y movimientos económicos más allá del ciudadano medio?
DeLillo es también profeta, aunque uno de la mejor calaña.: lejos de ofrecer visiones más o menos claras de lo que sucede, ofrece iluminaciones de la manera en que interpretamos y sentimos y gestionamos lo que sucede. Idea buena, pues, que David Cronenberg, en la etapa más libérrima de su carrera, decidiera respetar la fuerza de los diálogos de la novela, para firmar una de sus mejores y más perturbadoras películas. Cosmópolis dejará a muchos espectadores fuera, pues no es lo mismo digerir a DeLillo, vivir sumido en la angustia de la prosa, que permite siempre la relectura y tomar unas horas, que darse un viajazo en estas magnéticas dos horas en las que los personajes reproducen a la perfección los largos monólogos sobre la naturaleza del arte, Occidente o sobre el sexo y las imágenes.
Es, por supuesto, un acierto. Cosmópolis es una historia de aislamiento, de una subjetividad aislada que descubre las consecuencias de su trabajo, de su sistema, en el insólito rebelde que encarna un genial Paul Giamatti. Tal vez enamorado del crecimiento espiritual que supone la artista, Packer no es solamente un narcisista absorbido en sí mismo.: es un péndulo del comercio entre sexo e imagen, entre deseo y amor, un cínico que todavía cree que su voluntad cuenta en el sistema del que es partícipe.
Cronenberg parece haber vuelto a sus viejos temas, se dice. Hay similitudes, puesto que siempre fue crítico con el mundo en el que vivimos y proporcionó imágenes memorables.: ya fuera con sus imágenes basadas en sus propias historias o con el clásico de Ballard. DeLillo era una elección lógica, maxime viniendo de su aventura freudiana, donde demostró (y se acreditó) como un viable cronista del deseo, cada vez más atento a lo sutil y desdeñoso de las convenciones.
Cronenberg dirige de manera magistral, muy fría. Se adecua a los personajes. Su dibujo del vampiro definitivo, que no está triste por amor sino quizás notando los primeros pesos de la pérdida de alma, no simplifica las sutilezas de la novela de DeLillo, capaz de usar una prosa de acero para enseñarnos un mundo en el que la conciencia ha sido completamente fracturada. Que a mi compañero Caviaro le fascinara es natural.: los enigmas del verbo de DeLillo y de su director y traductor Cronenberg son poderosos y está demasiado infravalorado el desconcierto. Nada más sugerente que la extrañeza, el desconcierto, la angustia. Sentimientos muy contemporáneos, y justamente desterrados del cine, como si la ficción los pudiera purgar, como si no debiera descodificarlos mediante la exageración.
Se trata de una película, sesuda, profunda y decididamente brutal. Lejos de ofrecer una estructura dramática más o menos convencional, buscando la catarsis, nos sucede toda la película desde el punto de vista de quien es incapaz de concebir las protestas sociales más allá de su limusina y es todo alucinación en su punto de vista. Pattinson está estupendo, muy bien seguido por Samantha Morton y Paul Giamatti. La decisión más arriesgada es escoger a la bella y madura de Juliette Binoche en el papel de prostituta.
La película nos golpea. Las palabras de DeLillo, en boca de la maestra de Packer, resuenan.: Porque el tiempo es un activo corporativo ahora. Pertenece al sistema de libre mercado. El presente es difícil de encontrar. Está siendo arrastrada fuera del mundo para dar paso al futuro de los mercados no controlados y el potencial de grandes inversiones. El futuro se hace insistente. Esta es la razón por la que algo va a ocurrir pronto, tal vez hoy.
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