Una de las rarezas más fascinantes de la ola de cine de terror japonés que llegó a principios del siglo XXI
El interés por Junji Ito se encuentra en un punto álgido, con dos antologías de anime, 'Junji Ito Collection' y 'Junji Ito Maniac: Relatos japoneses de lo macabro', recientes, reediciones de su obra, exposiciones itinerantes y un reconocimiento transmedia insólito que tiene pinta de llegar a una catarsis tras el estreno de la esperadísima adaptación al anime de ‘Uzumaki’, que tras 5 años de espera ha llegado a Max en todo el mundo. Puede que este sea, entonces, un buen momento para recuperar la adaptación “live action” del año 2000, una de las mayores rarezas del fenómeno J-Horror de principios de siglo.
Se trata de una película corta, extraña y bastante espeluznante, que se escribió y empezó a rodar antes de que el manga terminara de publicarse, por lo que revela un final y explicaciones diferentes. El autor llevaba tiempo publicando, pero provocó un seísmo en Japón en 1998 al convertirse en colaborador habitual de ‘Big Comic Spirits Weekly’, en la que fue desarrollando su gran obra maestra mientras en las salas de cine explotaba el fenómeno ‘The Ring’ (1998) para dar salida al nuevo renacimiento del terror japonés al que seguirían títulos clave para la cultura popular como ‘Ju-On’ o ‘Audition’.
El estilo del autor, deudor del manga de Kazuo Umezu, la televisión de los 60 y el kaidan tradicional japonés, irrumpió de forma que todavía cuesta asimilar en occidente, pero su obra se convirtió rápidamente en una perfecta diana para carburar la fiebre que estaba teniendo lugar en la imagen en movimiento, por lo que vimos llegar a la pantalla versiones de ‘Tomie’ o ‘Kakashi’, hasta que Higuchinsky Akihiro Higuchi se atrevió a trasladar al movimiento su obra más potente hasta la fecha, con la ayuda de Kengo Kaji como supervisor del guion.
Una alternativa al manga con su propio lenguaje
Si uno piensa en ‘Uzumaki’ como una adaptación canónica se sentirá especialmente decepcionado, ya que tan solo afrontaba el primer acto de la obra, lo que no significa que como apéndice independiente no sea una verdadera rara avis dentro del J-horror, más centrada en la atmósfera que en los sustos o las apariciones de fantasmas con pelo negro, logrando transformar un entorno familiar en algo bastante extraño, que parte de algunas historias interconectadas que se desarrollan en la ciudad ficticia de Kurouzu, un lugar pintoresco que se transforma en un limbo inexplicable.
Los ciudadanos se ven acosados por una especie de maldición sobrenatural que se manifiesta en forma de espirales. El manga se vuelve más y más grotesco a medida que se profundiza en la influencia, llegando a un nivel colectivo que olvida un poco al personaje principal, una joven llamada Kirie, que aquí interpreta Eriko Hatsune. Suyos son los momentos claves de la historia en el inicio, cuando descubre que el padre de su novio se obsesiona con la forma de espiral y empieza a actuar de forma irracional, hasta que la misión de su vida es consumir y estudiar la forma en cualquier elemento, desde caracoles, flores o cortes de boca de mar, tratando convertirse en uno solo con ella.
Mientras el manga llega a niveles apocalípticos, la película tiene tres capítulos titulados ‘Premonición’, ‘Erosión’ y ‘Visitación’ que resumen el alcance del problema en un epílogo con los resultados de la influencia maligna, capaz de contorsionar y remodelar los cuerpos de los residentes en todo tipo de formas inhumanas, tras una progresiva fiebre que lleva a límites de locura extrema. Esto se trasladaba paulatinamente en el arte de Ito, con sus intrincados trazos y un nivel de detalle desquiciante que transmite una locura imposible de llevar a imágenes en movimiento.
Una pesadilla lovecraftiana
El trazo que sí logra imprimir el anime en blanco y negro se convierte aquí en una escala cromática enfermiza, verdusca e irreal, pero la mayor dificultad no es tanto transformar dibujos a otro formato sino trasladar la naturaleza entrecortada de los microcuentos de Ito a una narración lineal, que se consigue con una deslocalización del foco principal, picoteando en instantes que se mueven hacia un caos inevitable, en donde los dos personajes principales, unidos por un sentimentalismo sincero e ingenuo, se ven abocados a la decadencia sin posibilidad de escapar del pueblo, como planean constantemente.
No es casualidad que Ito haya citado a menudo la obra de H.P. Lovecraft como inspiración para ‘Uzumaki’, lo que se traduce en esa claustrofobia inevitable que en la obra original se tornaba en una exploración de las raíces ancestrales de la espiral, una figura tan sencilla como ajena a la ficción de terror. El genio de Ito fue atribuir a una forma cualquiera un valor escalofriante, con posibilidades infinitas, más cuando en el dibujo manga general ha representado un efecto de calidez al dibujarse sobre las mejillas, pese a ser uno de los motivos japoneses más populares.
El simbolismo de la figura va desde lo interminable o el infinito a la naturaleza cíclica de la vida, el expresionismo del impulso creativo del cómic, según una conversación del autor con la revista 78, tiene que ver con la leyenda griega de Ouroboros:
“Que representa a una serpiente comiéndose su propia cola y sugiere la naturaleza cíclica e interminable de la maldición en espiral, así como el fatalismo inherente a la situación, va más allá de los límites de la normalidad y utiliza la base del círculo de la vida, lleno de giros y vueltas interminables... el Ouroborus de la vida, la muerte y el renacimiento, el flujo y reflujo del movimiento rítmico de la fuerza vital natural”.
Patrones ocultos
Toda la película está impregnada de motivos en espiral, desde conchas de caracol, túneles, primeros planos de ruedas de bicicleta, personas que abren paraguas, tropezones que flotan en cuencos de sopa de miso, el parabrisas agrietado de un coche tras un accidente… otras aparecen más sutilmente, ondulando en las nubes del cielo, en las paredes y aceras del fondo del plano, milpiés que se meten en las orejas de la gente, y otras son detalles escondidos del director, como los números seis y nueve, vistos recurrentemente, desde la matrícula de un coche al número de habitación en el hospital, la fecha en una grabación de vídeo (que también usa la espiral como símbolo de censura en los subtítulos).
A veces hay algunas zonas de la pantalla que se retuercen digitalmente unas cinco veces, en ocasiones bastante inapreciable, como un panel del techo de la casa de Kirie, el pasillo del hospital, o en el momento que laberínticas calles devuelven a la protagonista a su punto de partida, como en ‘En la boca del miedo’. Higuchinsky también utiliza algunas técnicas de fundido y granulado propio de ‘Twin Peaks: the return’, como en la inquietante transición con un fantasmagórico rostro de Kirie apareciendo en medio de la pantalla cuando entra en casa de Shuichi en busca de su padre, el mismo que se ve en la terrorífica grabación de vídeo del señor.
Un añadido para el que no se da explicación y que añade capas de incertidumbre al largometraje, y al mismo tiempo le separa del manga como una obra con su propio lenguaje. El uso del VHS, por ejemplo, se puede achacar la influencia de ‘The Ring’, pero da un toque de ultrarrealidad que nos saca del tono onírico del conjunto, en un reflejo casi vanguardista tan solo un año después del éxito de 'El proyecto de la Bruja de Blair’, aunque en el contexto japonés se puede explicar con la omnipresencia de Kôji Shiraishi, futuro director de ‘Noroi’ (2005) y la fundacional ‘Psychic Vision: Jaganrei’ (1988), que ya ubicaba la idea del horror “en directo” a través de los noticiarios nacionales.
Una quimera de la era dorada del J-Horror
Pero es muy difícil ubicar el género de ‘Uzumaki’, ya que tiene partes de comedia oscura y partes de atmósferas que tratan conectar con el subconsciente, despertando temores atávicos a través de conceptos desconocidos e imaginería macabra. Al mismo tiempo vemos otro tipo de momentos cándidos, salidos de un producto juvenil —no olvidemos que las obras de Ito fueron durante años destinadas a publicaciones Shōjo, es decir, manga dirigido a chicas adolescentes— al mismo tiempo que nos muestra horrendas mutaciones de nueva carne.
Hay momentos en los que parece adelantarse al Sion Sono de ‘Exte’, con una chica con un gigantesco peinado en espiral de tres metros que crece como un árbol sobre su cabeza, y otros que parece querer ser un dibujo animado, como la cara de la viuda con los ojos distorsionados digitalmente, como en el videoclip de ‘Black Hole Sun’ de Soundgarden, a lo que hay que unir el body horror del torsos de la gente retorcida en nudos gigantes, tal y como se presenta a veces Pennywise en las nuevas películas de ‘It’. La mezcla de tonos e ideas es imposible, pero funciona gracias a una entropía interna única, quizá solo comparable a la de ‘Hausu’ (1977).
La trama va enredando al espectador en una desesperanza etérea que acaba con un último plano que es el mismo que el primero, haciendo que la historia gire sobre sí misma como una espiral, un ciclo sin fin, que nos devuelve al punto de partida, pero sin llegar a ofrecer una explicación concreta del origen de los patrones circulares y por qué afectan al comportamiento, convirtiendo lo visto en una experiencia sin demasiados asideros, un viaje de setas mostrado desde un punto de vista subjetivo, pero sin las soluciones que en parte sí da el cómic.
Más que una adaptación
Hay un punto trágico en la historia de Kirie que emparenta esta iteración de ‘Uzumaki’ con ‘Donnie Darko’ de Richard Kelly, otro cuento de terror cuya trama, que incluye viajes en el tiempo y conceptos de suerte y destino, es también en el fondo un retrato de los cambios a los que tiene que enfrentarse un adolescente al crecer, con temas parecidos, una fuerte sensación de desencanto y alienación con respecto a la familia. Son los dos amigos los más activos a la hora de actuar, mientras los adultos quedan absortos e inhabilitados, hasta el punto de que parece a una película de ultracuerpos, con ese dramático final en el que uno de los dos también es captado.
El director Higunchinsky sólo ha realizado otras dos películas, pero una de ellas es ‘Long Dream’ (2000), otra tenebrosa adaptación de un manga de Junji Ito, más modesta pero en la que mostraba ya su capacidad para cambiar de una atmósfera reconocible a un aura siniestra de decrepitud creciente, quizá ayudado por la localización del hospital en donde se rodaron ambas. Cuando se estrenó ‘Uzumaki’ fue recibida de forma fría, siendo comparada con ‘The Ring’ de 1998, algo que hoy no puede ser más inexacto, puesto que resulta una rareza con difícil par en su momento, salvo quizá la también bastante extraña ‘Infection’ (2024).
Pese a que algunos efectos visuales son anticuados, la caricatura grotesca de muchas situaciones llega a hacer el visionado más incómodo, su tendencia la divagación la aleja más de lo que podemos decodificar, con escenas sin explicación, como esa pantalla partida con una enfermera dentro de un ascensor con una mirada desquiciada y fija, que nunca se llega a continuar. Posiblemente ‘Uzumaki’ merezca una serie en acción real para complementar la obra maestra de Adult Swim, pero este intento es una quimera en sí mismo, tan bizarro que inquieta, tan extravagante que se hace más y más valioso a cada año que pasa.
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