El debut de David Schwimmer, ex miembro de la serie 'Friends', en el largometraje (aunque en 1999 estrenó la TV movie 'Desde que os fuisteis') se salda con una correcta comedia al más puro estilo british, gracias a la fundamental aportación del gran Simon Pegg, coguionista y protagonista absoluto. Una película hecha a la medida de su enorme capacidad cómica, heredada de la clásica escuela británica de humor.
Como comedia convencional funciona, no es una historia para desencajar las mandíbulas de los espectadores, pero tampoco decepciona. Si bien es cierto que cuando más divertida resulta es cuando se aleja del convencionalista patrón hollywoodiense y se asemeja más al sarcástico y ácido humor inglés. Y aderezado con ese toque romántico tipo Hugh Grant, pero en la piel de Pegg, que resulta más inverosímil pero bastante más simpático.
Las pretensiones de la película tampoco son adoctrinar sobre las segundas oportunidades y cómo afrontar los errores de la vida. Schwimmer deja las moralinas en segundo plano para centrarnos en la historia de Dennis, un hombre bastante básico y simplón que cometió un grave error en el pasado y cuyo única modo de enmendarlo es prepararse para correr una maratón y competir con el nuevo y snob hombre de su ex novia. Y teniendo en cuenta que Dennis está bastante fondón (de ahí la "pericia" de los distribuidores españoles en la adaptación del título original 'Run fabtboy run'), el proceso de preparación es un cúmulo de sentimientos encontrados, de luchar contra el lastre de los errores en el amor y la capacidad para superarlos (gracias al hijo en común que sirve de nexo).
El ritmo es algo irregular, arrancando con brío y planteando la situación con un montaje rápido (siempre acompañado de diversos temas musicales muy apropiados a cada situación y gag), para estancarse en las escenas más dulzonas de momentos previsibles. Aún así no produce aburrimiento en el sentido estricto. Y es que el protagonista y su entorno resulta, con mucho, lo más entretenido y Simon Pegg, en su alarde de comicidad gestual está bien arropado por el resto del reparto, que plantea una réplica adecuada (Hank Azaria, Dylan Moran).
Y es que lo más divertido resulta ese toque soez y burdo del protagonista, pero a la vez sutil, que provoca las escenas más cómicas. Como el picor en la entrepierna y sus métodos para solucionarlo en la tienda de lencería donde trabaja como vigilante o la visita al gimnasio. Y pierde mucho en las escenas de su relación con la bella Thandie Newton, muy convencionales y demasiado típicas.
Pegg saca a relucir su repertorio gestual y cómico en dos relaciones opuestas. La extraña pero simpática con su amigo (Dylan Moran), el que le ayuda a lograr su objetivo a la par que pone la nota más grotesca. Y la antagónica con Whit, la nueva pareja de su ex novia, con el que intenta mantener una cordial pero imposible relación, y que a la sazón resulta una dura competición, con maratón de por medio, para lograr el favor de la chica. No podemos olvidar a su casero, un hindú de nombre impronunciable que acaba convirtiéndose en su mentor moral, y del que el realizador sabe sacarle el suficiente partido.
Quizás el hecho de que sea una coproducción entre Reino Unido y Estados Unidos (que ya es raro) haya influido en la inclusión de ingredientes más convencionales, pensando en el público yanki. Se echa de menos una vuelta de tuerca que hubiese roto con ese toque empalagoso y facilón que acaba degradando la original propuesta. Pero esa falta de riesgo le resta puntos.
Aún así, la cinta resulta entretenida, gracias a un inspirado Simon Pegg, y hace pensar qué podría haber sido si hubiese tenido a un director más experimentado, y nos hace albergar grandes esperanzas ante el futuro de este pelirrojo actor.
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