Quedan lejos los tiempos en los que el director de origen egipcio, pero afincado en Canadá, Atom Egoyan, se daba a conocer por estos lares ganando la Espiga de oro con ‘El liquidador’ (‘The Adjuster’, 1991) –galardón compartido con la muy diferente ‘Thelma & Louise’ (id, Ridley Scott, 1991)−, potenciando más tarde su fama con la laureada ‘Exotica’ (id, 1994), para tocar el techo de la aceptación crítica con ‘El dulce porvenir’ (‘The Sweet Hereafter’, 1997), sin duda la cumbre de su autor.
Pero si en su etapa canadiense el cine de Egoyan desconcertaba a muchos –hay que reconocer que no es para todos los paladares−, el mini período que ha tenido en suelo estadounidense, comenzando por la coproducción ‘Chloe’ (id, 2009), desconcierta aún más, al elegir Egoyan un material de base verdaderamente sustancioso para su personalidad, pero rendido, en el caso de ‘Condenados’ (‘Devil’s Knot’, 2013), a ciertos parámetros preestablecidos dentro del más convencional cine americano. Cautivo, así pues, de unas leyes, casi siempre con miras comerciales, y también de una historia demasiado presa de la ausencia de datos.
En 1993 el mundo se despertó por la escandalosa noticia de tres niños de Arkansas que habían sido torturados y asesinados, apareciendo sus cuerpos desnudos y maniatados en un río. Enseguida se desvió la atención de las investigaciones hacia tres adolescentes, sospechosos de prácticas satánicas a los que acusaron, sin demasiada convicción en las pruebas, de la autoría del horrible crimen debido a una especie de ritual. Tan delirante premisa, que es fruto del guion escrito a cuatro manos por Scott Derrickson y Paul Harris Boardman, a partir del libro de Mara Leveritt, está demasiado sujeta al “basado en hechos reales”.
A día de hoy no se sabe con claridad qué sucedió y quién asesinó o no a los niños. La película, centrada demasiado en el juicio al que fueron sometidos los adolescentes, más bien carnaza para los medios, y objetivo de querer saciar la venganza y dolor de una comunidad afectada, ofrece en su recorrido varios caminos paralelos a la versión oficial, no aclarando, evidentemente, ninguno, simplemente sugiriendo al espectador las demás posibilidades, mucho más jugosas e interesantes que la que vemos, cuyo tratamiento parece extraído del peor de los telefilms domingueros de resaca.
Cautivos de la ignorancia
Películas como ‘Zodiac’ (id, David Fincher, 2007), y lo mismo cierto film coreano en el que se inspira el de Fincher, parten de terribles hechos reales, de asesinatos no solucionados, y a partir de esa intriga construyen fascinantes ficciones que juguetean con el thriller hasta límites insospechados, crónicas de un caso que obsesionan a sus investigadores. Egoyan no se acerca a eso ni de lejos, aunque intenta con el personaje de Colin Firth –excelente en su composición, pero pareciendo pertenecer a otra película− transmitir la intranquilidad, incluso miedo, que produce un caso investigado de forma muy poco convincente.
Al lado de Firth, como madre de uno de los niños, una sorprendentemente contenida Reese Whiterspoon, como grito apagado de un dolor e inquietud incontrolables, reflejo en cierto modo del miedo que puede levantar en cualquiera el entender que demasiados elementos en el caso no encajan, sobre todo a partir del encuentro de cierto objeto. Un miedo que se basa sobre todo en la extraña ansiedad de una comunidad empeñada en justificar a través de la existencia del demonio un horrible asesinato. Una ambigüedad que nunca termina de hacerse fuerte en un film demasiado falto de garra, de humanidad.
Por supuesto, como casi toda película basada en hechos reales, ‘Condenados’, que también ahoga sus condición de documento fílmico por culpa de una estética demasiado pobre, concluye con los consabidos letreros que informan al espectador del destino de algunos de los personajes. Unos letreros que, debido a su extensión, provocan más bochorno que otra cosa, todos sobre un plano fijo que parece querer evocar a unos fantasmas del pasado que nunca podrán hablar.
Ver 4 comentarios