Su premisa engancha y deja varias escenas para el recuerdo, pero el director de 'Spencer' abusa demasiado de las mismas ideas
El chileno Pablo Larraín se ha convertido en uno de los directores latinoamericanos más aclamados de los últimos tiempos gracias a títulos como 'El Club', 'Jackie' o 'Spencer'. En estas dos últimas se acercaba a la figura de personas reales para ofrecer biopics inusuales que le valieron el aplauso de la crítica, pero ahora regresa dando un salto al vacío sin red con 'El Conde', película en la que propone la idea de que el infame Augusto Pinochet era en realidad un vampiro.
Tan excéntrico punto de partida sirve para construir una sátira que inicialmente resulta de lo más seductora. Desde esa voz en off hablada en inglés -algo que adquiere sentido más adelante, aunque no tengo muy claro que la solución propuesta sea demasiado buena- hasta las diferentes reflexiones que hace el personaje interpretado por Jaime Vadell, pero llega un punto en el que Larraín vuelve una y otra vez sobre las mismas ideas, restando así fuerza al conjunto. De esta forma, lo que proponía haber sido brillante se queda en algo simplemente curioso.
Hace falta más que una premisa genial
'El Conde' es, por encima de todo, un experimento con el que Larraín entra de lleno en una etapa muy escabrosa de la historia de su país. Él mismo se ha declarado en varias ocasiones contrario a Pinochet, por lo que era evidente que en ninguna caso íbamos a encontrar aquí una celebración enmascarada del dictador que lideró con mano dura Chile entre 1973 y 1990. De hecho, aquí siempre muestra cierta vocación lúdica, mezclando un aire decadente que domina toda la función con varios momentos en los que se toma claramente a broma a su protagonista.
Es cierto que eso puede llevar a que algunos espectadores sientan que Larraín está trivializando con una figura histórica tan importante, pero es que desde su propio punto de partida queda claro que aquí cualquier fidelidad a la historia real es pura casualidad. Zanjado este punto, 'El Conde' opta por en un enfoque muy directo a la hora de sentar las bases de su sátira, siendo eso lo que lleva a que acabe volviéndose un poco repetitiva según pasan los minutos, llegando a dar la sensación de que por momentos se alimenta únicamente de lo excéntrico que resulta lo que haga su versión de Pinochet en ese momento.
Esto es algo que Larraín matiza a través de un poderoso tratamiento de las imágenes, dejándonos varias escenas para el recuerdo. Ahí sí si cierto que la relación entre lo que vemos y lo que nos está contando cae mucho de ese primer lado, dejando con la idea de que 'El Conde' probablemente hubiese funcionado como parte de una antología. Anda que no hubiese estado bien mezclarlo con, por ejemplo, un Francisco Franco hombre lobo o cosas por el estilo. Sí es cierto que sería volver sobre una idea similar, pero las particularidades de cada dictador serían diferentes, como también lo son los efectos concretos de sus años de liderazgo.
Además, ese intento de cruzar la comedia con el terror se acaba quedando un poco de tierra de nadie -nunca es especialmente divertida y no da ningún miedo-, destacando más esa idea de que el protagonista está cansado de la vida que ha llevado. También ahí da demasiadas vueltas sobre lo mismo, pero es donde Vadell tiene más oportunidades de brillar de forma individual y añadir más al resultado final.
No obstante, la interpretación que realmente me sedujo de 'El Conde' fue la de Paula Luchsinger, ya que hay un ímpetu en la misma que logra sostener la película en algunos momentos en los que narrativamente parece ir un poco a la deriva. Eso sí, lástima acabe un tanto desdibujada que una vez se resuelve la incógnita que su personaje aporta a la función y todo vuelva a centrarse más de lleno en Pinochet. También es entonces cuando la película aporta algo nuevo por parte de su protagonista, logrando también así que el barco se mantenga a flote.
Con todo, creo que merece la pena echarle un ojo a 'El Conde', pero no es una de las obras mayores de Larraín y como sátira resulta mucho menos afilada que los colmillos de su protagonista. De hecho, creo que, aunque tampoco me volvió demasiado loco, disfruté más con 'Ha vuelto' con esta propuesta tan brillante en su premisa como fallida en su resultado.
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