¡¡Bárbaro, ya no te soporto!!(Khalar Zym – Stephen Lang)
Casi tres décadas después, ha vuelto al cine el más famoso personaje creado por Robert E. Howard, con el reclamo (cada vez menos efectivo) del 3D para tratar de conquistar al público actual e iniciar una nueva serie de películas. Se suponía que este “reboot” de Conan llegaba en el mejor momento, estando aún reciente el éxito de la serie ‘Juego de tronos’ (‘Game of Thrones’), con la cual se ha popularizado el rostro de Jason Momoa y resucitado el género de la fantasía épica, y sin embargo, la película ha resultado ser un rotundo fracaso en taquilla (suma 17 millones de dólares en Estados Unidos, superada por el drama ‘Criadas y señoras (The Help’), que ha recaudado casi 100), lo que por el momento acaba con la idea de lanzar la secuela que al parecer ya había escrito el propio Momoa, muy confiado. Puede que las malas críticas hayan espantado al público, pero no ocurrió con otras, así que habría que apuntar a los responsables de una producción que nunca pintó bien, nunca dio la sensación de ser ese espectáculo que podía interesar tanto al fan del personaje como al del cine de aventuras.
Recientemente volví a ver la célebre adaptación ochentera de Conan realizada por John Milius, para tenerla más fresca en la memoria antes de enfrentarme a la moderna ‘Conan el bárbaro’ (‘Conan the Barbarian 3D’, 2011), y aunque entiendo por qué gusta (la banda sonora de Basil Poledouris, los esfuerzos por crear un entorno creíble, el tono adulto y violento) y por qué me cautivó siendo niño (si bien la que más veía era la segunda parte, dirigida por Richard Fleischer), se trata de una flojísima historia de espada y brujería con un protagonista demasiado simplón y unas torpes escenas de acción. La buena noticia, me dije, es que la nueva solo puede ser mejor. Pero no. Este intento por resucitar al guerrero cimmerio es un despropósito casi absoluto, una película mediocre que en ningún momento consigue hacer creíble la brutal historia que desea narrar, con algunos momentos de vergüenza ajena. Lo más acertado, y quizá lo único que salvaría, fue apostar por Momoa para dar vida a Conan, se le ve muy cómodo con el personaje, parece que nació para interpretarlo.
En un atropellado prólogo que intenta transmitir la épica del que abría ‘El señor de los anillos’, nos explican que existió una máscara mágica formada por huesos de reyes, que fue destruida cuando el hombre que la creó trató de conquistar el mundo y sumirlo en la oscuridad (lo típico); los pueblos bárbaros que le derrotaron se repartieron los trozos del poderoso artefacto y los ocultaron para evitar que los encontrara otro loco despiadado con ganas de esclavizar al mundo. Luego asistimos al nacimiento de Conan que se produce, literalmente, en el campo de batalla, una de las escenas más idiotas de la película, de las que hacen que te lleves las manos a la cabeza y desees abandonar la sala para no perder más tiempo. Luchando embarazada, la madre de Conan es herida de gravedad, y expresa a su esposo el deseo de ver a su hijo antes de morir; Corin, ni corto ni perezoso, abre la barriga de la mujer con un cuchillo y le entrega al recién nacido, al que ponen nombre ahí mismo (y sin que ningún enemigo los moleste). Pasa el tiempo y Conan es un adolescente cimmero con ganas de demostrar que no hay nadie más rápido, fuerte y brutal. Aunque él solo machaca a un puñado de salvajes (en una escena desastrosa), no convence a su padre.
Esta nueva ‘Conan el bárbaro’ se nos vendió como una versión más fiel a la obra de Howard que la película de 1982, pero al igual que en la que escrita por Milius y Oliver Stone, vemos a Corin enseñando a su hijo importantes lecciones sobre el acero (también vemos forjar una espada, y aquí resulta ridículo porque parece que la hacen en un momento) antes de que su pueblo sea cruelmente arrasado por un villano que se cree un Dios, quedando Conan como un huérfano sediento de venganza. De ahí pasamos ya a la etapa del cimmerio en su plenitud, tras haber crecido entre ladrones, aventureros y piratas. Conan encuentra a uno de los tipos que atacaron a su gente y le obliga a confesar el paradero de Khalar Zym, su gran objetivo; a pesar de haber completado el puzle de huesos tras el enfrentamiento con Corin, Khalar necesita la sangre de una joven en concreto para poder realizar el ritual que le proporcionará habilidades sobrenaturales. Gracias a la ayuda de su hija, la bruja Marique, Khalar da con el paradero de la muchacha que buscan, pero Tamara ha huido justo a tiempo y, vaya casualidad, se encuentra con Conan, que por fin podrá vengarse.
El primer gran error de la película es haber partido de un guion nefasto (algo que ha reconocido uno de los autores, Sean Hood), repleto de situaciones absurdas y manidas, y por tanto aburridas, decisiones incoherentes de los personajes, más gruñidos que diálogos, y constantes viajes de un lado a otro sin que suceda nada realmente relevante ni dé tiempo a reposar la narración, por distraer, camuflar el sinsentido, y dar la falsa sensación de que se ha recreado el universo imaginado por Howard, cuando lo cierto es que muchos escenarios dejan en evidencia las carencias presupuestarias (90 millones de dólares mal empleados). Como lo de ese vergonzoso plano a cámara lenta del carromato volando por los aires, que es la idea de acción y espectáculo del realizador Marcus Nispel, sin duda, el segundo error grave de esta producción. El director del lamentable “reinicio” de ‘Viernes 13’ (‘Friday the 13th’) termina de hundir ‘Conan el bárbaro’ con una mediocre puesta en escena que tritura las escenas de acción, dependiendo de planos cortos que, montados con rapidez, marean y hacen imposible sentir la emoción del momento.
Por el contrario, cabe destacar el trabajo de maquillaje, el vestuario, los efectos digitales (los seres de arena, aunque sea un disparate que usen ropa, sepan artes marciales y mueran cortados por una espada) y la eficaz música de Tyler Bates. En cuanto al reparto, en general los actores cumplen, pero sus personajes están muy desaprovechados, tanto por la falta de ingenio de los guionistas como por la escasa visión del director; aparte del carismático Momoa (es un Conan más creíble e interesante que el interpretado por Arnold Schwarzenegger), me divierte el papel de Rose McGowan, esa especie de Bellatrix con garras de Freddy Krueger y complejo de Electra, Rachel Nichols consigue aportar naturalidad a la esquemática chica guapa en peligro, mientras que Leo Howard (el joven Conan) fuerza demasiado su registro malvado, a Ron Perlman se le ve desganado, y Stephen Lang está muy desatado, a lo Nicolas Cage. Una pena que no se hayan tomado más en serio este regreso de Conan a la gran pantalla, y que no se haya confiado en un director más inteligente y habilidoso. Casi ochenta años después de su primera aparición (en la revista Weird Tales), seguimos sin ver una película que haga justicia al personaje.
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