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'Con la magia en los zapatos', el mundo es de los zapateros

‘Con la magia en los zapatos’ es el ridículo título que ha recibido en nuestro país ‘The Cobbler’, la penúltima película dirigida por Thomas McCarthy, quien después de la interesante ‘Vías cruzadas’ (‘The Stationt Agent’, 2003), nos maravilló con ‘The Visitor’ (id, 2007). Tras la película por la que Richard Jenkins obtuvo una muy merecida nominación al Oscar, ‘Win Win’ (id, 2011) pasó bastante desapercibida, y tres años después McCarthy, que también tiene su faceta de actor, regresa con lo que parecía un vehículo al servicio de Adam Sandler.

Afortunadamente el temible actor encuentra en ‘The Cobbler’ –me niego a utilizar el titulito español− uno de los productos en los que apartarse un poco, incluso más de lo esperado, de sus habituales composiciones, destinadas a comedias varias sin la más mínima gracia. Dicho de otra forma, en la presente Adam Sandler está dirigido, alejado de sus habituales tics, con un personaje en parte agradecido. La pena es que la interesante propuesta termine por revelarse más insulsa de lo que parece.

En aquella obra maestra de Robert Mulligan, ‘Matar a un ruiseñor’ (‘To Kill a Mockingbird’, 1962), una de las películas con mayor poder pedagógico que existen, se transmitía, entre otros valores, que para conocer realmente a alguien había que ponerse sus zapatos, sencilla metáfora que entiende hasta un niño pequeño, nunca mejor dicho. En ‘The Cobbler’ convierten dicho mensaje en una premisa de tono fantástico, derivando hacia la comedia más amable. Aquello de ponerse en lugar del otro cobra un sentido literal, aunque no se aprovechan todas las posibilidades que el argumento sugiere.

Una película inofensiva

Curiosamente ver a Sandler metido en la piel de un zapatero que ha heredado el negocio de su padre, y aquél de su padre, descubriendo que una antigua máquina manual dota a los zapatos tratados con ese poder, es curiosamente de lo mejor de la película; el resto se divide entre lo puramente cómico –todas las identidades que el personaje adopta con su nuevo poder− y lo tierno, en este caso todo lo referente al padre del personaje, papel a cargo de un breve Dustin Hoffman, con el que McCarthy se permite el extraño lujo de jugar a los héroes en un giro final imprevisto.

Aun siendo un film amable, cuyas pretensiones no van más allá del hecho de hacer pasar un rato más o menos entretenido, McCarthy está muy lejos de sus dos films previos –ya con otro en marcha− en los que metía el dedo en la llaga. Esta fábula de corte fantástico, en la que pueden oírse ecos de Philip K. Dick, se queda a medio camino de prácticamente todo, aun teniendo un par de ideas ingeniosas –la premisa en sí−, y algún que otro chiste muy inspirado –el encuentro nocturno de un grupo de chavales con el protagonista calzando otros zapatos−.

Ni siquiera la posibilidad que propone la premisa en sí, citada en el film de Mulligan, da para realizar una de esas reflexiones con mensaje. Es probable que no fueran las intenciones del director, que prefiere un tono amable, casi inofensivo, prescindiendo de mirada crítica aun cuando la película lo pide, en algunos momentos, a gritos. Eso sí, todo el mundo de fantasía y aventuras que se sugieren en su tramo final daría para una secuela que a más de uno nos interesaría ver.

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