Sabemos que es una ficción, que nada perdemos o ganamos pataleando o vitoreando más que la insatisfacción o la algarabía de haber visto un filme que ha colmado nuestras expectativas o las ha vaciado por completo. Y aún así, es inevitable que cuando una película nos gusta —y nos gusta mucho— seamos capaces de perdonarle sus más obvios errores y aplaudir con emoción sus logros más evidentes y que, de la misma manera, cuando no hemos visto en ella lo que ansiábamos encontrar, arremetamos con fuerza contra sus muchas fallas y nos encojamos de hombros con resignación ante esos aciertos que se nos han antojado puntuales y que podían haber sido más abundantes.
Paradojas de la vida del cinéfilo, hace unos días me deshacía en elogios para con 'The Amazing Spider-man' (id, Marc Webb, 2012) y afirmaba sobre ella que era un "entretenimiento palomitero de primer orden que cumple su función a la perfección y que deja con ganas de mucho más", unas ganas que, desgraciadamente, esta segunda entrega del reinicio de la franquicia arácnida se queda lejos de saciar, estableciéndose 'The Amazing Spider-man: El poder de Electro' ('The Amazing Spider-Man 2', Marc Webb, 2014) en unos parámetros que nada tienen que ver con las dulces palabras que le han dedicado mis compañeros Mikel y Pablo.
Es evidente que a la luz del comentario anterior, uno de los primeros epítetos que acuden raudos al pensamiento —y que acudían ya a la salida de la sala— era el de decepción, tremenda decepción de hecho si tenemos en cuenta lo fácil que lo tenían los responsables de esta segunda entrega de las nuevas aventuras de Peter Parker para ganarse mis respetos. Unos respetos que, como siempre en lo que a servidor se refiere, pasan primero por ponderar lo que el guión llega a ofrecer y que después se adentran en el terreno meramente visual para valorar la labor de dirección del nuevamente eficaz Marc Webb.
Matar arañas a cañonazos
Y es en el libreto del trío formado por Roberto Orci, Alex Kurtzman y Jeffrey Pinkner donde el filme busca de forma más directa el jugarle malas pasadas al espectador. Con nada que objetar a su espectacular arranque en dos tiempos —las dos secuencias de inicio son a cada cual más adrenalínicas— es a partir de los primeros veinte minutos de proyección donde 'The Amazing Spider-Man: El poder de Electro' comienza a dar ostensibles muestras de haber cogido un par de ideas y pretender llenar con ellas 142 minutos de metraje que, adelanto ya, resultan excesivos se los mire por donde se los mire.
Estiradas hasta lo indecible, la relación de Peter con Gwen y la finísima trama que sigue a Max Dillon y a Harry Osborn quedan muy, pero que muy, lejos de justificar el letánico tratamiento que la terna de escritores aportan a la acción, haciendo "desaparecer" a Spider-Man durante gran parte del núcleo central de la historia para, supuestamente, cargar las tintas sobre la doble vertiente dramático/romántica de aquello que concierne a los dos enamorados y sobre el pretendido suspense que dimana de los villanos de la función.
El talante almibarado del primero, cercano en muchos momentos a la idiotez y en otros al coma glucémico, es capaz de provocar vergüenza ajena hasta en el amante más empedernido de la comedia romántica —y no lo digo por decir, que el género es mi placer culpable por excelencia— y al cúmulo de ñoñería que se deriva de las secuencias protagonizadas por Andrew Garfield y Emma Stone sólo le habría hecho falta un momento por teléfono de los de "¡Cuelga tú!. ¡No, cuelga tú primero!" para terminar hundiendo lo que la anterior cinta había construido de forma tan espléndida.
En lo que a los villanos respecta, lo obvio a la legua de los mismos hace que uno termine cuestionándose, y con razón, si era necesario insistir tanto en el sustrato que define a ambos supeditando al desarrollo de dos personajes que no dejan de ser arquetipos trillados el buen funcionamiento del avance de la trama. Una trama que languidece sobremanera, como decía antes, en todo el tramo central y a la que poco ayuda lo mal resuelto del supuestamente fundamental enigma "Roosevelt" y la alarmante ausencia del trepamuros salvo en la espectacular secuencia de Times Square.
'The Amazing Spider-man: El poder de electro', ¡¡¿pero qué....?!!
Y es que si algo no puede achacársele a esta segunda parte de las nuevas aventuras de nuestro amistoso vecino es que cuando hay acción, esta no sea todo lo espectacular que merece el personaje: ahí entran de lleno el sentido de la narrativa y la planificación de Webb y unos efectos visuales asombrosos que hacen de los "vuelos" sobre Nueva York y de las peleas del héroe los mejores y más asombrosos momentos que el espectador va a vivir al internarse en 'The Amazing Spider-Man...'.
En estos momentos es donde mejor se expone algo que ya habíamos podido vislumbrar en la primera entrega y que en esta segunda queda establecido sin atisbo de duda: que el Spider-man que vemos aquí es el más cercano al espíritu del cómic, caracterizado como está el personaje en las secuencias de acción como un héroe que adora lo que hace y que se deja llevar por una verborrea constante cuando su vida está en peligro. Con todo, los instantes en los que la acción toma el mando del metraje se antojan como insuficientes y por muy bien resueltos que puedan estar —y lo están, que no os quepa duda—, dejan con ganas de mucho más.
Así, sólo tres son las secuencias de acción que jalonan el metraje de la cinta, y a las ya citadas —y muy efectivas— set-pieces iniciales y aquella que tiene lugar en Times Square viene a añadirse ese clímax final que, también en dos tiempos, supone un duro mazazo desde el punto de vista argumental a los ánimos del espectador. Conteniendo un giro que no por esperado —y tranquilos, que se ve venir a la legua— resulta menos demoledor y paradójicamente inefectivo, queda flotando en el aire flotando la pregunta de por qué dejarlo para el final cuando habría servido mucho mejor a la historia de haber tenido lugar a la mitad.
Aparece aquí de nuevo el fantasma de la excesiva duración que ha pendido, cual espada de Damocles, sobre todo el filme: la intensa disfuncionalidad de todo el tramo central hace plantearse cuánto hubiera aumentado la escueta valoración que servidor hace de esta segunda parte de haber condensado mucho más todo aquello que lastra el avance de una historia a la que media hora menos le habría sentado como un soplo de aire fresco.
Poco pueden hacer para evitarlo el carisma natural de Garfield y Stone —que hacen lo que pueden para que sobrevellemos mejor lo azucarado de su relación—, lo correcto de Jamie Foxx y Dean Dehaan o la curiosa partitura compuesta por Hans Zimmer, cuya escucha aislada hacía prever lo peor para el apartado musical del filme pero que, toda vez contemplada junto a las imágenes, se revela como más ajustada de lo que habría cabido imaginar.
Como digo, poco o nada son capaces de añadir estos factores a un filme maltrecho y poco afortunado que, al menos en lo que al que esto suscribe concierne, arroja no pocas dudas acerca de lo que nos deparará el futuro de la franquicia arácnida, ya sea el que ataña de forma exclusiva a los avatares que la vida le vaya deparando a Peter, ya el que se centre en su atractiva galería de villanos con esos Seis Siniestros y Veneno al frente. Dudas, muchas, muchas dudas...
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