Aprovechando la reciente —aunque no muy sorprendente— noticia sobre el acuerdo al que llegaban hace dos días Marvel y Sony y lo que éste afectará a lo que podremos ver del trepamuros en el cine en los años venideros, damos hoy un pequeño salto en el especial de Cómic en cine para finalizar el repaso por la primera trilogía del personaje que se cerró sobre el héroe creado por Stan Lee y Steve Ditko, interpretado por Tobey Maguire y que apadrinó, con resultados desiguales, el otrora genial Sam Raimi.
Y es que 'Spider-man 3' (id, Sam Raimi, 2007) servía para confirmar, una vez más, aquello de que la calidad de una trilogía disminuye conforme la misma toca a su fin. Y si bien aquí podríamos apuntar muchas sagas cinematográficas en las que esto ocurre, parece lógico recurrir a aquella que en su devenir más se parece a lo que la trilogía del trepamuros daba de sí, la "clásica" de 'La Guerra de las Galaxias' ('Star Wars', George Lucas, 1977). Las primeras entregas de ambas sagas son las cintas que sirven de introducción a los personajes y no pueden —o no quieren— evitar cierta inocencia en los guiones y un marcado tono camp. Además, en esencia, ambas versan sobre la juventud del héroe, sus inicios y cómo una gran pérdida personal los cambia para siempre.
Para cuando 'Spider-man 2' (id, Sam Raimi, 2004) / 'El Imperio Contraataca' ('Star Wars. The Empire Strikes Back', Irving Keshner, 1980) se estrena, las primeras partes se han convertido en éxitos monstruosos, recaudando millones de dólares en todo el mundo y propiciando la aparición de una línea de merchandising que llena las arcas de Sony/Lucasarts. Las segundas partes de ambas trilogías son, una vez vistas las sagas completas, las mejores fuera de toda duda. Son las que atesoran los mejores guiones, los mejores diálogos y en las que las acciones de los personajes están mejor justificadas: en ellas los héroes pasan de la juventud a la madurez, enfrentándose a sus demonios internos y superándolos contra todo pronóstico.
Llegados sus capítulos finales, ambas sagas se han visto elevadas a la categoría de productos de culto y sus seguidores se cuentan por legión. Los héroes en esta ocasión son tentados por el lado más oscuro de su fuerza y, qué duda cabe, salen de tal liza reforzados en sus creencias sobre el bien y la justicia. El problema es que ambas trilogías intentan el más difícil todavía e introducen más acción, más personajes, más presupuesto, más, más, más. Y se sabe lo que dice el refrán: "El que mucho abarca, poco aprieta".
El guión, gigantesco mal paso
Si hay algo que falla estrepitosamente a lo largo y ancho de todo el extenso —extensísimo— metraje de 'Spider-man 3' es su guión y los diálogos que de él se derivan. Prescindiendo de Alfred Gough, Miles Millar y Michael Chabon, la triada que daba forma al libreto de 'Spider-Man 2', aquí se decidió pasar la antorcha al propio director y a su hermano, Ivan Raimi, auxiliados por Alvin Sargent en los diálogos. Y esta decisión, que no debería haber comportado mayores problemas dado el amplio bagaje que ya arrastraba el realizador con el personaje termina pasando una factura muy cara a la cinta.
Traduciéndose en una dilatadísima duración de cerca de dos horas y media, el guión de la cinta divaga mucho más de lo que de novedoso aporta a lo ya desarrollado en las dos —espléndidas— primeras partes. Personajes cuya idiosincrasia dentro del micro-universo que se mueve alrededor de Peter Parker estaba fuera de toda duda, quedan tras 'Spider-man 3' como meras comparsas de un acción que por desenfrenada resulta risible a la par que poco creíble. Y si en Mary Jane o la tía May es dolorosamente palpable tal carencia, es en la totalidad de las nuevas incorporaciones donde más acusa el libreto las ganas de hacer algo que pudiera sobrevivir a un mínimo escrutinio.
No es cuestión de calzarme ahora los zapatos de "mega friki" —que lo soy, y a mucha honra— y explayarme aquí con un análisis pormenorizado de por qué Gwen Stacy, el Hombre de Arena y, sobre todo, Veneno, se quedan muy lejos de servir de pálidos reflejos de sus contrapartidas bidimensionales. De hacerlo, tendría que dedicar a cada uno de ellos un párrafo completo —o dos— para poder explicar con la suficiente profusión el maltrato que el libreto de 'Spider-man 3' da, tanto a una chica que, seamos francos, no funciona y queda como mera excusa para que Mary Jane se ponga celosa como a ese primer villano que no deja de ser un matón de tres al cuarto al que se le imprime un giro de guión IMPOSIBLE.
Ahora bien, si todo lo anterior no fuera suficiente para arruinar la función, ahí vienen a chafarla por completo el segundo malo en discordia y Peter Parker. La absurda simplicidad con la que es presentado el simbionte y el salto de fe que hay que dar para asumir todo lo que de él se obvia —y mira que lo tenían fácil, que hasta la serie de animación de los noventa clavó al super-villano— sólo es superada por la inmensa estulticia con la que se describe al Peter Parker malote, ese que por cambiar de peinado y ponerse sombra de ojos ya es un tío super-chungo-que-te-cagas y que es todo un manantial de momentos de vergüenza ajena.
Relacionado con ésto último, y por rematar lo mucho que hay de olvidable en la labor de los Raimi al guión, cerremos esta sección comentando uno de los momentos de mayor "vicisitud" cinematográfica vividos jamás en una sala de cine. Muchos ya nos echamos las manos a la cabeza con las dos secuencias musicales de la segunda parte, pero nada nos podía preparar para lo que 'Spider-man 3' nos tenía reservados en este ámbito. Para darnos a entender que Peter es un chico malo —pero malo de verdad—, y tras cambiarle el flequillo de dirección, Raimi recurre a un montaje musical en el que Maguire es poseído por el espíritu de Tony Manero mientras se pasea por la calle chuleando a toda fémina que se le ponga por delante
Pero no contento con una secuencia que se alarga hasta la pesadilla, el cineasta se tira a la piscina y se marca una escena de baile entre Peter y Gwen que pone la puntilla a los quince peores minutos de toda la trilogía. Y a todo esto podríamos seguir abundando detalles que sacarían a la luz líneas y líneas de diálogo a cada cual más absurda, giros argumentales sacados de noveluchas de usar y tirar —ese mayordomo, por Dios, ¡ese mayordomo!— y un sentido del drama más propio de un culebrón venezolano que de una superproducción norteamericana.
'Spider-man 3' tocada y hundida
Contaminada a diestra y siniestra por minutos y más minutos de completa y total nadería, 'Spider-man 3' aún tendría severas dificultades para poder levantarse si, al menos, contara con una dirección férrea y ciertos valores artísticos que la sacaran del pozo en el que el guión la hunde irremisiblemente conforme se avanza. Pero, ¡ay!, es que ni siquiera aquí hay suerte, y todo el conjunto queda mancillado de tal manera que buscar algo positivo en él es, como se suele decir, tan complicado como tratar de encontrar a un político honesto.
Si queremos ceñirnos a lo que Sam Raimi da de si detrás de la lente, digamos, por ser suaves, que el director conoció tiempos mejores. Vendiéndose por completo a exigencias externas, Raimi abandona aquí casi por completo el excelente hacer de las dos primeras partes para ponerse, no ya al servicio de la historia, sino al de lo que la taquilla exige, concretando un espectáculo descerebrado en el que el público es tratado como una masa incapaz de pensar y a la que hay que epatar por encima de cualquier otra consideración.
Así, aunque la estructura de la cinta sigue respondiendo más o menos a lo que ya pudimos ver en la primera y la segunda parte, alternando las inevitables set-pieces con momentos de exposición dramática —eufemismo al canto— , en 'Spider-man 3' ambas vertientes de la cinta terminan por ser insufribles. Para empezar, las cuatro secuencias de acción abusan de unos CGI que la mayoría de las veces cantarían más de lo que lo hacen sino fuera por un montaje frenético en el que la claridad narrativa se olvida por completo.
En cuanto a los momentos de descripción de personajes resulta llamativo que la mayoría de la cinta opte por los extremos, desde la comedia más desaforada —y aquí habría que destacar, como uno de los pocos momentos que valen la pena del metraje, a la incursión de Jonah Jameson— al drama más cutre, sin que se produzca ningún esfuerzo consciente por la contención y la seriedad salpicadas por ese humor bien entendido que evitaba en lo posible caer en el ridículo que tan bien funcionaba en las dos cintas precedentes.
Entre tanta medianía, acudimos en última instancia a la banda sonora. Prescindir de Danny Elfman y dejarle la responsabilidad a Christopher Young no parecía muy arriesgado, habida cuenta de la solvencia del segundo, y del conocimiento de que respetaría los temas originales de Elfman dada su no acreditada intervención en 'Spider-man 2'. Pero una vez vista la película, uno tiene la firme convicción de que el resultado final es bastante mediocre, y a ello contribuye, ya en los créditos iniciales, lo estruendoso de los temas asociados a los villanos que vienen a hablar también desde éste ámbito artístico, de las lamentables decisiones que rodearon a la producción.
Lo que en las dos entregas precedentes había sido singular punto de apoyo para terminar de elevar la valoración del filme, aquí se convierte en todo lo contrario, y es la gota que colma el vaso de la agridulce mediocridad con la que queda caracterizada esta última entrega de la trilogía del trepamuros. Una que, como hemos ido viendo, peca de ambición desmedida de principio a fin y sobre la que el único consuelo que nos queda es que, al menos, no contó con la más que probable continuación que anunciaba lo abierto de su última escena. A día de hoy, seguimos respirando aliviados...
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