Por más que finalizado el rodaje de la primera parte Sam Raimi tuviera ya en consideración el ampliar su estancia en el universo del trepamuros con una nueva entrega de las aventuras de Peter Parker; y aún considerando que Sony había encargado a Miles Miller y Alfred Gough un guión para una posible secuela en la que el Doctor Octopus, el Lagarto y Gata Negra habrían sido los villanos; que los 115 millones de dólares de recaudación de 'Spider-Man' (id, Sam Raimi, 2002) en su primer fin de semana tuvieron algo que ver en el anuncio por parte de la productora de la puesta en marcha de su segunda parte, es incuestionable.
Aumentando el presupuesto de los 140 millones a los 200 que costó a las arcas de la major 'Spider-man 2' (id, Sam Raimi, 2004), varias fueron las vueltas que dio el tratamiento inicial, añadiendo nombres como los de David Koepp —guionista del anterior filme— o Michael Chabon hasta terminar en las manos de un Alvin Sargent que tomando elementos de todos los borradores anteriores, consiguió hilvanar un libreto que, con sus defectos, es a la vez una de esas secuelas que supera al original y uno de los mejores filmes de superhéroes que se hayan estrenado en la gran pantalla.
Vaya por delante que vuelta a ver gracias a la oportunidad que me brindaba esta entrada 'Spider-man 2', al igual que su predecesora, ha acusado el paso del tiempo en formas nada benévolas, y mucho del metraje destinado a seguir ahondando en la personalidad de Peter, en la relación de éste con Mary Jane y en el deseo de venganza que consume a Harry Osborn deja de funcionar como lo hacía hace una década debido a razones similares a las que aduje hace unas semanas cuando hablé por estas mismas líneas de 'The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro' ('The Amazing Spider-Man 2', Marc Webb, 2014)
Ahora bien, lo que en la cinta protagonizada por Garfield y Stone me parecía meloso y por momentos insufrible aquí, haced responsable si queréis al especial cariño que le tengo a la película desde que me dejara boquiabierto en su primer visionado dos lustros atrás, se perfila como una pequeña molestia pasajera achacable, como ya comenté con ocasión de la primera parte, a que nunca he terminado de ver en el tándem Maguire-Dunst lo que muchos sí han visto, y la nula química entre ambos adquiere durante el desarrollo de la trama matices directamente ridículos en, por ejemplo, la escena entre ambos en la puerta del teatro.
A ese resorte mal ajustado del guión habría que añadir el otro que comentaba más arriba y que guarda relación directa con la paupérrima interpretación de James Franco: lo poco creíble que resulta Harry Osborn y lo mucho de bochornoso que tiene la "evolución" del personaje durante las dos horas de metraje, tocando fondo la suspensión de credulidad del personaje encarnado por el irregular actor en uno de los dos momentos dramáticos culmen de la cinta. En serio, no hay quien se crea que así reaccionaría alguien en la situación que el libreto de Sargent supo urdir con cierta pericia.
Mejor Spider-man, inmenso villano
Afortunadamente, si en lo que a Tobey Maguire respecta dejamos de lado aquello que concierne a ese enamoramiento hacia Mary Jane que lo tiene alelado, el motor que hace evolucionar a Peter Parker y a su alter ego a lo largo de la trama permite al protagonista dar muestras de más sólidas tablas que en la primera cinta, llevando el personaje a unos niveles que superan con mucho a los de sus dos íntimos amigos y que encuentran precisa y directa respuesta en ese incomnesurable villano que es el Doctor Octopus encarnado por Alfred Molina.
Corregida la inclusión de "Doc Ock" después de algunos estadios intermedios bastante ridículos —uno de los tratamientos lo convertía en vértice de un triángulo amoroso con Peter y Mary Jane—, el que fuera compañero de primeros minutos de aventuras de Indiana Jones da aquí todo un recital con la forma en la que se aproxima a las ambigüedades en las que está definido Otto Octavius y aquello en lo que se convierte toda vez los brazos mecánicos quedan fusionados a su espina dorsal tras el grave accidente que desencadena el experimento de generación de energía.
Quizás, sólo quizás, el libreto de Sargent habría necesitado de algún que otro pulido en las argumentaciones que justifican los actos del doctor Octopus cuando éste se deja llevar por la obsesión de continuar con el fallido experimento y construirlo a mayor escala, no siendo del todo suficiente el hacerlas descansar en el hecho de que la inteligencia artificial que controla los brazos mecánicos afecte su razonamiento. Pero, como digo, sólo es una posibilidad y, hasta cierto punto, depende mucho del punto de vista desde el que se considere.
'Spider-man 2', una secuela que supera al original
Donde las posibilidades terminan y comienzan las certezas —al menos las del que esto suscribe— es al considerar a 'Spider-man 2', como decía al comienzo, ya una secuela muy superior a su predecesora que huye de arroparse en eso de que "segundas partes nunca fueron buenas", ya una cinta de superhéroes que es de lo mejorcito que hemos podido ver en la gran pantalla desde que, veinticuatro años antes del filme que hoy nos ocupa, cierto cineasta llamado Richard Donner decidiera hacernos creer que un hombre podía volar.
Y si podemos situar a 'Spider-man 2' a la altura que se desprende del párrafo anterior es gracias a la espléndida dirección de un Raimi que, hasta cierto punto, reinventa muchos de sus modos narrativos para pulirlos en aras de dar lo mejor de sí mismo para esta secuela. Sin que ello implique la completa renuncia a algunos de sus más reconocibles sellos —la secuencia del quirófano con Octavius es puro Raimi— sí que sirve al cineasta para concretar las mejores secuencias de acción que ha rodado en toda su carrera, con el encuentro entre Spidey y Doc Ock en el tren elevado a la cabeza.
Portento de ritmo y claridad de exposición, dicha secuencia es el mejor exponente, que no el único, de lo mucho que puede ofrecer 'Spider-man 2', un filme en el que la música de Danny Elfman vuelve a brillar con fuerza —lástima que con el reboot se haya perdido la seña de identidad del personaje que era el genial tema principal compuesto por el músico habitual de Tim Burton—, que plantea con precisión las incursiones dramáticas y que trata de conseguir algo al alcance de muy pocas películas de superhéroes: trascender el que una cinta basada en cómic esté sólo al alcance de los lectores y convertirla en un hecho cinematográfico universal.
Yo soy de los que piensan que lo consigue, ¿y vosotros?
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