Dejando muy atrás a lo que podríamos considerar una media "normal" —esa a la que apuntaba, por lo bajo, el comienzo de 'El protegido' ('Unbreakable', M. Night Shyamalan, 2000)— la cantidad de lecturas que al cabo del año pasan por mis manos han llegado a alcanzar números de talante genuinamente enfermizo. Por daros una idea de a qué números me refiero, sólo el año pasado tuve la ocasión de leer más de setecientos comic-books estadounidenses y casi un centenar y medio de tomos y álbumes producidos a uno y otro lado de los Pirineos.
Con tamaño volumen a mis espaldas, huelga decir que el que una lectura sorprenda, y sorprenda de verdad, dejándote completamente extasiado toda vez pasas su última página y toca reflexionar acerca de lo que ofrecía, es cada vez más complicado. Suele serlo mucho más si a lo que nos referimos es al tebeo "tradicional" yanqui —el de las grandes editoriales, vamos—, pero lo cierto es que a este lado del charco las cosas no son muy diferentes dada la ingente cantidad de títulos que, ya de producción francobelga, ya española, nos llegan cada mes de mano de nuestras editoriales. Y es por eso que, cuando encuentras un título como 'El azul es un color cálido', caer rendido ante él es ineludible.
'El azul es un color cálido', el cómic
Ópera prima de Julie Maroh y una de las dos únicas historias que la autora nos ha ofrecido desde 2011 —la otra fue 'Skandalon', un elocuente análisis de la fama y las brutales consecuencias de la misma—, 'El azul es un color cálido' servía a su autora para narrar con suma pasión e intenso sentimiento la historia de amor entre Clementine, una adolescente de quince años inmersa en el turbulento proceso de cambios asociados a su edad, y Emma, una veinteañera de pelo azul que estudia Bellas Artes y que abrirá a la protagonista un mundo que jamás habría podido imaginar.
Directa al corazón y de una honestidad que derriba cualquier tipo de fronteras, el trabajo de Maroh para su primera incursión en el mundillo del noveno arte es uno de esos que, a poco que comiences la lectura, te atrapa irremisiblemente de tal manera que resulta harto complejo abandonarla sin haberla consumido por completo. La naturalidad con la que la artista describe a todos sus personajes, y la tridimensionalidad que llegan a alcanzar Clementine y Emma son sólo comparables con la fuerte implicación emocional que llega a crearse entre el relato y aquél que lo lee.
De alguna manera que no alcanzaría a poder explicar —y que habla con rotundidad de lo mágico que envuelve a la obra—, el vínculo que genera dicha implicación se traduce en que terminamos sintiéndonos como parte de la historia que aquí se nos traslada. Una historia que trasvasa las fronteras de la homosexualidad y que bien podría traducirse a cualquier condición para hablar de la fuerza del amor y de cuánto morimos cuando nos es negado. Completada con el genial trazo de la artista, que no se da a grandes gestos ni divismos innecesarios, 'El azul es un color cálido' se alzó sin problemas como una de las más grandes lecturas de 2011, una a la que las tres ocasiones que he vuelto desde entonces no han hecho sino aumentar las superlativas percepciones iniciales.
'La vida de Adèle', la película
Debido a ese último apunte, y como ya he apuntado infinidad de veces a lo largo de este especial, no recibí de buen agrado el anuncio de su traslación a la gran pantalla por cuanto, por muy sobresalientes que pudieran ser las apreciaciones sobre las viñetas —que, como habéis podido comprobar, lo son— la historia que se trata en las páginas de 'El azul es un color cálido' es de esas que hemos visto incontables veces en el cine. De acuerdo, mucho habría que matizar sobre esta afirmación, pero asumiendo todos esos matices, la personalidad "telefilmesca" del esqueleto sobre el que se sustenta la historia del cómic es incuestionable.
A esta disquisición venía además a sumarse el temor de que, aunque se tratara de cine francés —menos proclive a suavizar la dureza de una historia que el estadounidense—, la cinta no respetara al pie de la letra el esquema trazado por Maroh en su obra y se corrompieran así los parámetros marcados por el álbum desde su primera página. Dichos parámetros, que en su suma eran los que apartaban de forma radical a la lectura de ese talante de folletín televisivo que apuntaba en el párrafo anterior, acumulaban además un fuerte arraigo cinematográfico en su devenir, con lo que hubiera sido tarea muy sencilla respetarlos y ofrecer una fidedigna adaptación.
Pero los intereses de Abdellatif Kechiche para con 'La vida de Adèle' ('La Vie d'Adèle', 2013) no se mueven por los terrenos de la traducción fiel, al menos no en la totalidad que exigía la obra original, y si bien la polémica cinta —una polémica como siempre absurda y basada de forma plena en el aborrecible sensacionalismo— respeta "secuencias" completas del cómic y hasta traslada diálogos "tal cual" de la viñeta al fotograma, traiciona a la esencia misma del tebeo al olvidarse de lo que, en parte, convertía a éste en singular y especial. (A partir de aquí, spoilers acerca del cómic y, por tanto, de la película).
Con el subtítulo de 'Capítulos uno y dos', cabe preguntarse si las intenciones de Kechiche eran, tras haber ofrecido tres horas intensas de relación entre los personajes de Adèle —la Clementine original— y Emma, continuar con una secuela para acercarse a lo que Maroh planteaba en el tebeo. Pero como quiera que la experiencia del rodaje fue un infierno para sus dos protagonistas, y que ambas prometieron no volver a ponerse a las órdenes del director nunca más, es improbable que algún día podamos salir de la duda y asistir al cierre de una historia que queda completamente abierta tal y como aquí queda expuesta.
Obviando la estructura en flashback de la página impresa y el hecho de que la historia comience en ellas con Emma yendo a casa de los padres de Clementine tras la muerte de su amada, Kechiche trata los ciento setenta y nueve minutos de metraje con una única direccionalidad temporal, asomándose a la vida de Adèle —el nombre se cambió debido a que todo el mundo durante el rodaje llamaba a la actriz por su nombre en lugar de utilizar el del personaje ficticio— un día cualquiera de instituto y dejándola, de la misma forma casual con que comenzó, cuando ésta abandona la galería en la que Emma expone su obra toda vez ha entendido que su relación con ella no volverá.
En el ínterin, lo que 'La vida de Adèle' nos ofrece es una montaña rusa de emociones que, visualizada bajo ciertos patrones que podrían asociarse al cinema verite, discurre a un ritmo espléndido e imparable apoyándose sobremanera en el falso naturalismo que ejerce el objetivo de Kechiche sobre la escena —tan falso como llegar a necesitar de diez días para filmar una de las tres escenas de sexo que jalonan el metraje— y, sobre todo, en la labor de Léa Seydoux y ese animal escénico que es Adèle Exarchopoulos.
La primera, casi siempre contenida en sus modos, encuentra en la escena de la ruptura la válvula de salida para dar rienda suelta a sus más vehementes maneras. Pero es en la segunda donde 'La vida de Adèle' encuentra su principal pilar de apoyo: de una belleza arrebatadora que nunca se oculta bajo intensas sesiones de maquillaje —algo que hay que agradecer a Kechiche—, la naturalidad y desnudez con la que la joven actriz se desenvuelve ante el ojo del cineasta conquista al espectador desde su primer plano, produciéndose esa mágica comunión entre lo ficticio de ella y lo real de nosotros que deriva en una total y completa empatía hacia el vasto campo de emociones que aborda.
Sufrimos cuando Exarchopoulos lo hace. Amamos y gozamos cuando ella suspira y jadea. Lloramos con intensa emoción cuando el amor se le escapa por esas indecisiones que tanto coste pueden llegar a acarrear en una vida, en cualquier vida. Y lo hacemos hasta tal grado que por momentos se nos olvida estar sentados delante de una pantalla asistiendo a una ficción. Quizás habría sido deseable que ésta se hubiera comprometido de forma más íntima con lo marcado por el cómic, pero poco importa que no lo hiciera finalmente cuando el resultado es de una intensidad, una pasión y una fuerza que, en última instancia, es capaz de arrastrar a cualquier objeción que se le interponga.
Otra crítica en Blogdecine | 'La vida de Adèle', en busca del color azul
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