Por más que sea uno de los países a los que más le debemos los amantes del cómic, Reino Unido, lugar de nacimiento de nombres como Neil Gaiman, Alan Moore, Garth Ennis, Mark Millar, Grant Morrison, Frank Quitely, Alan Davis o Dave Gibbons nunca ha tenido mucha suerte en lo que a traslación de sus personajes al séptimo arte se refiere. Tanto es así que, hasta ahora, en lo que llevamos de especial sólo ha habido un título que se haya dignado a acercarse a la prolífica producción aviñetada que se desarrolla en la "pérfida Albión", un filme que, por más que viniera firmado por Joseph Losey, no era nada del otro mundo y tampoco hacía gran justicia al tebeo original.
Desafortunadamente, y con las miras puestas en otros territorios, otros géneros, o quién sabe qué, las aproximaciones a la innumerable cantidad de historias y personajes que el cine hará a partir del filme que hoy nos ocupa no serán mucho más abundantes, y de aquí a la conclusión de nuestro repaso a la incidencia que el cómic ha tenido en el mundo del celuloide —y estamos hablando de que, a estas alturas, todavía restan casi un centenar de títulos— sólo nos encontraremos con tres películas más que representan al tebeo británico. Y considerando la más que cuestionable calidad del primero, y la irregularidad de la segunda, creo que no es descabellado afirmar que el genio de lo desarrollado en las islas inglesas, nunca ha llegado a trascender al fotograma.
'Juez Dredd', el comic
Aparecido por primera vez en el segundo número de la legendaria '2000 A.D' a finales de los años setenta, el hierático e hiperviolento Juez Dredd es, sin duda alguna, uno de los personajes más emblemáticos —sino el que más— que ha surgido del cómic británico. Obra y gracia de John Wagner y nuestro Carlos Ezquerra, por sus páginas han pasado algunos de los guionistas ingleses que más éxito llegarían a cosechar al otro lado del océano, y los citados Ennis, Morrison o Millar contaron en un momento dado u otro las historias de este personaje tan peculiar.
Policía, jurado, juez y ejecutor, Juez Dredd es el máximo representante del cuerpo de jueces de Mega City Uno, una ciudad estado que ocupa buena parte de lo que antaño fuera la costa este estadounidense y en la que la población se hacina en gigantescos bloques en los que habitan más de 50.000 personas. En esta situación, en la que el crimen está al orden del día y en cualquier esquina de la inmensa urbe, los jueces son la primera y última línea de defensa para mantener la ley y el orden, una ley que cumplen tan a rajatabla que en no pocas ocasiones la interpretación que hacen de la misma es poco menos que sorprendente.
Con tantísimos años e historias a sus espaldas, apuntar con el dedo a un arco argumental en concreto que supere a todos los demás resulta harto complejo. Aún así, si ha habido un autor que puso y sigue poniendo de acuerdo a los lectores que a él se acercan como lo mejor que ha pasado por la serie, ese es el gran Brian Bolland, que en los números que dibujó para el personaje, coincidió con Wagner en la creación de algunas de las historias más recordadas del brutal Dredd, unas historias que, leídas ahora, tantos años después de su publicación, siguen siendo tanto o más grandes que el primer día y son una de las mejores muestras de lo que el lector puede encontrar en tan salvaje colección.
'Juez Dredd', Stallone NO era la ley
La historia no tenía nada que ver con Juez Dredd, y el Juez Dredd no era realmente el Juez Dredd. John Wagner
En este momentáneo erial por el que estamos transitando desde hace unas entradas en el mundo del cómic en el séptimo arte, 'Juez Dredd' ('Judge Dredd', Danny Cannon, 1995) no es más que un simple eslabón de una cadena que, salvo una honrosa excepción que veremos la próxima semana, seguirá prolongándose a lo largo de cinco o seis entregas más, acercándonos así al fin de la década de los noventa y, por ende, del s.XX.
Pero no nos adelantemos y centremos nuestra atención en este vehículo ruidoso, desestructurado y desangelado con el que Sylvester Stallone pretendía seguir exprimiendo ese momentáneo renacimiento que conoció a mediados de los noventa y que le devolvió temporalmente la fama tras las equivocadas decisiones que fueron 'Oscar ¡quita las manos!' ('Oscar', John Landis, 1991) y, sobre todo, '¡Alto!, o mi madre dispara' ('Stop!, or My Mom Will Shoot', Roger Spottiswoode, 1992).
Iniciado por 'Máximo riesgo' ('Cliffhanger', Renny Harlin, 1993) y continuado por la hilarante 'Demolition Man' (id, Marco Brambilla, 1993), la adaptación de las aventuras del personaje creado por Wagner y Ezquerra supuso, antes de la olvidable 'Asesinos' ('Assassins' Richard Donner, 1995) la muestra inequívoca de que Stallone había perdido el rumbo...uno que tardaría en encontrar casi una década —pero eso es otra historia.
Y es que 'Juez Dredd' es un cúmulo de decisiones que se mueven entre lo ligeramente equivocado y lo plenamente erróneo, y ni cuando la vi hace veinte años le encontré maldita la gracia, ni ahora, con casi cinco lustros a sus espaldas, he visto atisbo alguno de ella, no sirviendo la cinta ni como ese escapismo momentáneo de ciencia-ficción que uno esperaría encontrar en una producción basada en el personaje de cómic.
(Importan poco o nada, pero atención a los spoilers) Por más que su guión se base en los orígenes del popular juez —con el personaje de Rico y el hecho de que ambos sean clones de un veterano juez— la desafortunada trama que plantea la cinta, con el héroe de Megacity expulsado de la ciudad y que así el malo-maloso pueda hacerse con el poder de la misma no sin antes tener que hacer frente a, ¡oh , sorpresa!, Dredd vuelva para arreglar el día; es tan tópica, tiene tanto diálogos de saldo —atención a las frases del personaje del insoportable Armand Assante o las coletillas de Stallone—, atesora tantos personajes salidos de tono en un sentido u otro —no me hagan hablar, por favor de Rob Schneider— y funciona tan a destiempo que resulta complicado señalar algo que destaque entre la suma mediocridad que envuelve a este desaguisado.
El que sea complicado no significa que sea imposible, y a algún momento reseñable en el campo de los efectos visuales, y ciertas capacidades en la dirección de Cannon —un tipo que terminó emigrando a una pequeña pantalla en la que lleva desarrollando el grueso de su actividad en calidad de director y productor desde hace una década— viene a sobrepasar con creces el soberbio trabajo que, desde los pentagramas hace Alan Silvestri con una de las partituras más enérgicas que le hemos podido escuchar al compositor de 'Depredador' ('Predator', John McTiernan, 1989), un score ejemplar indigno de las imágenes a las que tiene que acompañar y que, a la postre, es lo único que se mantiene en la memoria tras el visionado de esta olvidable y olvidada producción cuyo batacazo en taquilla sólo es comparable al hoyo en el que su estrella se metería durante un par de lustros.
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