Cada vez que, a lo largo de los últimos veintitrés años, he tenido la ocasión de hablar o escribir sobre 'Bola de Dragón', mis disquisiciones han comenzado apuntando al papel fundamental que la serie de Akira Toriyama, ya en su versión anime como, sobre todo, en su edición en papel, jugó en el asentamiento definitivo no ya del manga en nuestro país —la serie fue la avanzadilla del masivo desembarco del tebeo nipón que se produjo a principios de los noventa en España— sino de mi desaforada filia hacia un mundo, el del noveno arte, con el que llevaba coqueteando desde que había aprendido a leer.
De acuerdo que, coetáneas con ella, fueron muchas las lecturas, series y películas las que servidor llegó a consumir antes de darse por vencido y abandonar casi por completo el particular mundo del manga y el anime para comenzar a explorar orillas más occidentales; pero 'Bola de dragón' se mantuvo siempre ajena a ese proceso de gradual alejamiento y mis estanterías fueron testigo mudo de las compras reiteradas de todas y cada una de las ediciones con las que Planeta DeAgostini fue aprovechando el extraordinario filón de ventas que, a día de hoy, siguen siendo las aventuras de Goku y compañía.
'Dragonball', el manga
Publicada entre 1984 y 1995 por la todopoderosa 'Shônen Jump' —la revista de manga con mayor tirada de Japón— 'Dragonball' supuso a su creador, Akira Toriyama, pasar del reconocimiento más o menos extenso que había logrado con su anterior serie, la desopilante 'Dr. Slump', a ser considerado como uno de los mejores autores que ha dado la historia del manga. Tan abrumadora llegaría a ser la popularidad de la cabecera que no es de extrañar que las 156 millones de copias vendidas en Japón de los tomos en los que terminó recopilada, o los 230 millones que alcanza a nivel mundial la sitúen en segundo lugar entre las series con más ventas de la historia sólo por detrás de 'One Piece', una cabecera ésta a la que, en mi humilde opinión, gana por goleada.
La tremenda popularidad que alcanzó en sus dos primeros años de publicación llevaría a la Toei Animation al ineludible estreno del correspondiente anime en 1986, con 153 episodios que cubrían el argumento del cómic hasta el segundo torneo de artes marciales —donde Goku vencía a Piccolo— y que terminaría por ser conocido como 'Dragonball' a secas en contraposición a la continuación de 291 episodios que, con el namekiano ya adulto, sería denominada como 'Dragonball Z'.
Diferenciándose del anime en la no eternización de las varias sagas que la componen —todo el mundo recuerda lo de los segundos que faltaban para que Namek explotara—, Toriyama consigue con sus más de siete mil páginas un cómic que sabe como divertir, mantener la tensión y motivar a una lectura que, aunque en muchas ocasiones resulta rápida en exceso por las ingentes cantidades de viñetas que se dedican a las escenas de lucha, es de lo más gratificante. Poco se puede decir que no se haya dicho ya acerca de las inmensas virtudes del dibujante como narrador, sobre todo en lo que a las peleas atañe, dominando el nipón a la perfección los encuadres y nunca cayendo en la desorientación espacial que tanto abunda en los tebeos japoneses.
A ninguna página de ‘Dragonball’ puede achacársele el ser confusa o haber saltado de una viñeta a otra sin que la elipsis narrativa quede perfectamente definida. Esto, unido a la perfecta caracterización que Toriyama hace de todos y cada uno de sus personajes, desde los principales hasta el último secundario, y el derroche de imaginación y detalle que pone, no sólo en la creación de ellos sino en los fantásticos entornos donde va moviendo la acción, convierte a ‘Dragonball’ en todo un ejemplo de manga a seguir.
En cuanto a los guiones, mucho se ha criticado la simplicidad de los mismos y como el avance de la serie acusa, a partir de la inclusión de Piccolo y la posterior aparición de la citada denominación Z, el síndrome del “malo más grande”: los detractores de la serie siempre han arremetido contra el hecho de que, tras las inclusión de Vegeta, la frescura y humor de 'Bola de Dragón' se pierda en un afán del Toriyama escritor por poner a prueba los límites de su storytelling a la hora de concretar el siguiente supervillano. En mi modesta opinión eso resultaría negativo si el japonés repitiera esquemas cada vez que una saga acaba y comienza la siguiente.
Pero ese no es el caso. ‘Dragonball’ no acusa en ningún momento cansancio por parte de su creador y como mucho se le podría reprochar una cierta premura en los últimos números, cuando cierra como loco los flecos que le han quedado sueltos, y aún así estaríamos haciendo flaco favor a todo lo que se desarrolla en el resto de una colección que atesora tantos detalles a lo largo de su desarrollo que necesitaríamos de otro artículo tanto o más prolongado que éste para poder listarlos convenientemente.
Y es que, más allá de críticas más o menos fundadas o extremas loas, ‘Bola de Dragón’ hay que tomarla como lo que es, un entretenimiento de primer orden que no pretende mover a la reflexión profunda, sino hacer que el lector vuelva a una etapa de su vida donde bastaba con leer “Kamehameha” para ser transportados durante varios minutos a un mundo en el que todo era posible de la mano de unos personajes que para siempre quedarán bien guardados en nuestra memoria. Sirvan éstas líneas como sentido homenaje a una colección que tanto supuso para muchos aficionados en su momento y que, eso seguro, seguirá despertando pasiones en las futuras generaciones que a ella se acerquen.
'Dragonball Evolution', puro desperdicio
Veamos. De una parte, un manga con arcos argumentales susceptibles de haber sido trasladados directamente al cine sin mucho esfuerzo. De la otra, un anime que, quitando toda la paja, podría haber servido para establecer ciertas tónicas visuales de lo que hubiera sido esperable en la adaptación en imagen real a la gran pantalla de 'Dragonball'. Y con estos dos pilares, asentados y perfectamente cimentados, ¿a quién en su sano juicio se le ocurriría hacer tamaño despropósito cinematográfico como el que tuvimos el infortunio de contemplar en 'Dragonball Evolution' (id, James Wong, 2009)?. A nadie, ¿verdad?. No haré más preguntas, señoría.
Adquiridos los derechos a Toei en 2002, la adaptación de 'Dragonball' que la Fox pretendía poner en pie para terminar de consolidar la tremenda popularidad que en Estados Unidos había adquirido durante la década anterior el manga de Akira Toriyama fue, en primer lugar, puesta en manos de Stephen Chow, declarado fan de la creación del artista japonés y un director que, un año antes, había demostrado con 'Shaolin Soccer' ('Shàolín Zúqiú', 2001) tener la suficiente personalidad como para haber conseguido algo, al menos, tremendamente original.
Reculando y quedándose en tareas de producción, Chow daba inadvertido paso a que el desastre terminara reinando en este sub-producto que es la cinta dirigida por James Wong. Un filme cuyo guión pasó por incontables reescrituras, que fue producido por unos exigüos 30 millones de dólares y del que, sinceramente, me cuesta poder destacar algo positivo más allá de la efectiva —aunque poco inspirada— partitura que el hoy por hoy ubicuo e hiperactivo Brian Tyler —de un tiempo a esta parte el músico parece estar metido en todo aquello que huela a superhéroes y superproducción— compusiera para tamaño desaguisado.
Insisto, con lo fácil que lo tenía para enhebrar algo medianamente resultón, el libreto perpetrado por Ben Ramsey es un mal refrito que, si algo demuestra, es no tener ni la más remota idea de como trasladar la idiosincrasia de las páginas de Toriyama, sacándose de la manga giros y variaciones con respecto a éstas que no hacen sino empobrecer aún más la ya paupérrima percepción que dejan tanto la dirección de Wong —es un decir, el cineasta no sabe qué hacer con la cámara— como la horrenda labor de todo el equipo interpretativo, encabezado con esos dos errores de bulto que son Justin Chadwick y un desubicado Chow Yun-Fat que provoca vergüenza ajena.
Mira que tanto su versión china como "eso" que se filmó en Corea en 1990 habían puesto el listón en una cota de cutrez casi inalcanzable —en serio, buscad por ahí imágenes de la versión coreana, para llorar y no parar— pero el lamentable espectáculo al que aquí tenemos que acudir es de una entidad tal que huye de forma categórica tanto de terminar adhiriéndose al calificativo de "es tan mala que es buena" como de, por mor de un sentido del humor patético, convertirse en una comedia inadvertida con la que pasar el rato. Ni una ni otra, 'Dragonball Evolution' es tan MAL cine —tan anticine, cabría precisar— como lo era hace unas semanas 'The Spirit' (id, Frank Miller, 2008). Y ante eso, poco más hay que afirmar.
Otra crítica en Blogdecine | 'Dragonball Evolution', un desastre
Ver todos los comentarios en https://www.espinof.com
VER 54 Comentarios