Diversas eran las circunstancias que concurrían en 'Capitán América: El soldado de invierno' ('Captain America: The Winter Soldier', Anthony y Joe Russo, 2014) para que las expectativas del seguidor medio del Universo Marvel Cinematográfico no fueran desmesuradas. Para empezar, los dos antecedentes inmediatos, estrenados por los estudios el año anterior se habían saldado, como veíamos ayer y hace cosa de dos años, con resultados francamente desesperanzadores para con el futuro de lo que la vertiente en imagen real de las viñetas de La Casa de las Ideas fuera capaz de ofrecer.
Pero quizás de mayor importancia que haber transitado durante el 2013 por dos cintas de tan poca enjundia, era el que esta segunda entrega de las aventuras de Steve Rogers se iba a situar en el extremo opuesto del espectro de lo que pudimos ver en su espléndida primera parte, una cuya personalidad se alejaba determinada del resto de las cintas de Marvel y que aquí, con la acción teniendo lugar dos años después de la Batalla de Nueva York y el Capi trabajando para S.H.I.E.L.D, quedaría completamente obliterada.
Poco podíamos imaginar, no obstante, que lo que los hermanos Russo nos iban a ofrecer se iba a terminar situando por derecho como la primera/segunda mejor cinta que Marvel ha puesto en pie hasta la fecha. Un hecho insólito que, para empezar, dejaba atónitos a los que iban —íbamos— predispuestos a salir decepcionados una vez más de los cines con dos horas y cuarto de infarto que, y esto era lo realmente asombroso, conseguían hacer sombra a lo que habíamos visto dos años antes en 'Los Vengadores' ('The Avengers', Joss Whedon, 2012).
El oro/plata de Marvel
Contratamos a nuestros directores para el Capi porque abrazaron nuestra intención de lo que realmente queríamos hacer era un thriller político de los años 70 maquillado como una gran producción de superhéroes. Algo parecido fue lo que hicimos en el primer filme - apostamos por Joe Johnston porque pensábamos "Queremos hacer una cinta de los años 40 sobre la Segunda Guerra Mundial enmascarada como una gran producción de superhéroes". Me encanta que estemos haciendo una secuela para un título que es completamente diferente en género del primero.
Comencemos aclarando que tan extraño titular viene a querer expresar que, según cómo me pille el día, y dependiendo de cuál de ellas haya sido la última que haya vuelto a revisar —ambas suman ya cuantiosos visionados posteriores a su estreno en las salas de cine—, una veces afirmo con rotundidad que la mejor cinta Marvel es 'Los Vengadores' y otras, con el mismo aplomo y seguridad, que 'Capitán América: El soldado de invierno' se sitúa sin dificultad por delante de aquélla en virtud a numerosas razones.
De hecho, ahora que la distancia a ambas es prácticamente la misma gracias al repaso que le he dado a las dos de cara a estas entradas, creo —aunque no pondría la mano en el fuego, cuidado— que, de nuevo, hasta poder apercibirnos de lo que trascenderá pasado mañana en nuestra sala de cine más cercana, este fundamental hito en la corta historia en la gran pantalla del Universo Marvel que es el filme que hoy nos ocupa, supera a lo puesto en pie por Whedon gracias a ciertos valores que hacen de ella una cinta única que mira con respeto, como revelan las palabras arriba citadas de Kevin Feige, a un cine que nada tiene que ver con el de superhéroes.
Con las miras puestas pues en cintas como 'Los tres días del Cóndor' ('Three Days of the Condor', Sydney Pollack, 1975) o 'Marathon Man' (id, John Schlesinger, 1976), resulta incuestionable a la hora de acercarse a esta segunda parte que mucho es lo que Christopher Markus y Stephen McFeely se traen al libreto heredado de unos títulos marcados a fuego por un talante conspiranoico que, en esencia, es el que define a la presente producción y que, como afirmaría Markus, casa a la perfección con la figura de ese hombre fuera de su tiempo que es el Capitán América.
Unido a ello, a rendir homenaje a un tipo de películas del que poco rastro puede encontrarse en el cine actual, encontramos la que considero la mayor virtud de 'Capitán América: El soldado de invierno'; una que, paradójicamente, parte de superar la más clara desventaja que, por razones muy obvias, se planteaba entre el juego sobre terreno más que seguro en el que se situaba la cinta de Whedon con sus seis personajes y el inestable punto de partida que, en comparación, tomaba ésta al contar con un sólo héroe.
Vale que, por razones derivadas del discurrir de la acción, al Capi se le terminen uniendo aquí la Viuda Negra y el Halcón, pero, consideraciones de la suma relevancia de ambos al margen —sobre todo en lo que al tramo final del filme respecta—, está claro que aquí la estrella es UNA y no seis y que, partiendo de esa posición no aventajada, el filme de los Russo monta un espectáculo grandioso basado en un guión sobrio —y soberbio— que no da descanso al espectador gracias a una dirección enérgica y espectacular y a un ritmo sobresaliente que sólo decae en una necesaria secuencia.
Ésta, la correspondiente al descubrimiento por parte de Steve y Natasha de lo que supondrá el giro fundamental de la cinta, reviste tan suma importancia en el devenir de la acción que, por más que frene lo que hasta entonces habíamos visto, debe ser alabada por la necesaria parada que supone para preparar los ánimos de cara al IMPRESIONANTE clímax de la cinta, casi 45 minutos en los que el espectador, aún poniendo en ello toda su voluntad, no puede apartar la vista de lo que sucede en pantalla.
'Capitán América: El soldado de invierno', peliculón
No es fácil rodar un filme político que no sea tópico. Eso es lo que hace a un thriller político diferente de un thriller al uso. Y eso es lo que añade lo necesario a la paranoia de los personajes y a lo que el espectador experimenta de dicha paranoia (...) no cesamos en nuestro empeño de tener escenas que reflejaran, afortunada o desafortunadamente, el momento en que Edward Snowden destapó los escándalos de la NSA (...) leíamos los artículos en los que se cuestionaban los ataques con drones, los ataques preventivos, las libertades civiles, Obama hablando de a quien matarían...queríamos que todo eso apareciera en el filme porque sería un gran contraste con la forma de pensar de la generación del Capi.
Hasta ese punto intermedio, lo que 'Capitán América: El soldado de invierno' nos ha ofrecido es un tramo de metraje ejemplar. Desde ese punto, a lo que asistiremos será a un desenlace dispuesto a desencajar nuestras mandíbulas y a hacernos vibrar tanto o más de lo que ya lo habíamos hecho dos años antes con la Batalla de Nueva York. El conjunto, como cabría esperar de la unión de ambos extremos es, ante todo, una película con mayúsculas que, por ejemplo, dejaba muy atrás a todas las cintas de acción estrenadas durante el año pasado...con la excepción, por supuesto, de 'John Wick' (id, Chad Stahelski, 2014).
A apoyar esta tesis acuden en ayuda, antes del momento de inflexión del metraje, el asalto al barco que sigue al prólogo de la cinta, la espectacular secuencia en la que Nick Furia es atacado en las calles de Washington y la fuga de Steve del Triskelion, la base de operaciones que S.H.I.E.L.D tiene en el Potomac. Una terna de escenas rodadas con brío y claridad narrativa —algo que, como habréis observado en mis artículos, aprecio sobremanera— que nos descubren a unos cineastas especialmente dotados para la acción.
Y por si éstas hubieran sabido a poco —que lo dudo, la verdad— en la última hora y algo de proyección tenemos, primero, la escaramuza del Capi, la Viuda Negra y Sam Wilson con el Soldado de Invierno y, después, esos casi tres cuartos de hora a los que me refería antes en los que pasa de todo y en los que la épica de lo que se nos muestra está a un nivel que ya quisieran para sí, por ejemplo, las plúmbeas batallas de la última entrega de cierta reciente trilogía de la Tierra Media.
Pero 'Capitán América: El soldado de invierno' no es sólo acción sin medida. De hecho, si hay algo que servidor destacaría por encima de los muchos momentos en los que la adrenalina escala superando niveles de normalidad, eso es la precisión con la que quedan dibujados todos los personajes, ya sean las nuevas incorporaciones a la arena de esta vertiente cinematográfica del Universo Marvel —geniales Sam Wilson o ese Alexander Pierce encarnado por Robert Redford— como lo mucho que se sigue abundando en las personalidades del Capi, la Viuda Negra y Nick Furia.
Película ejemplar de espías, creo asimismo que las intenciones de los cineastas de conseguir una cinta que se hiciera eco de lo que recogen las declaraciones arriba incluidas de Anthony Russo quedan cubiertas por completo gracias a la seriedad de un filme que, salpicada de un humor sobrio y conciso —el chiste a costa de Samuel L.Jackson no puede ser más grande—, es lo más "adulto" salido de La Casa de las Ideas hasta que hace un par de semanas Netflix emitió los trece magistrales episodios de 'Daredevil'.
Compartiendo con la serie apadrinada creada por Drew Goddard un inesperado sentido de la violencia —aunque aquí no se llegue a los niveles hemoglobínicos de la producción para televisión—, nulos o prácticamente inexistentes son los argumentos que servidor podría esgrimir para, de una parte, bajar a esta cinta de un más que merecido sobresaliente y, de la otra, dejar de considerar que, cuando se mueve a este nivel, Marvel es una máquina imparable capaz de demoler a cualquier intento de la competencia.
Pero no se fíen de mis palabras. Podrán comprobarlo el año que viene cuando la guerra civil marvelita —que, recuerdo, estará al amparo de los dos hermanos que firmaron la cinta que hoy ha ocupado nuestro tiempo— cruce guantes con el amanecer de la justicia decera. Me atrevería a afirmar con rotundidad, aquí y ahora —y más aún a la luz de cierto anodino teaser— quien terminará besando la lona de dicho enfrentamiento. ¿Y vosotros?
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