Finalizado hace un par de semanas nuestro transitar por lo que el cine de los años ochenta fue capaz de ofrecernos en sus devaneos con el noveno arte —aunque como ya vimos fue más lo que no nos ofreció que aquello que nos legó y que hoy tiene consideración de pieza indispensable del séptimo arte— nos quedábamos con una nota amarga para abandonar los diez años que, en muchos otros géneros del cine siguen suponiendo una de las etapas más prolíficas y recordadas de la historia. Abrimos pues hoy la década que supondrá el asentamiento definitivo del cómic en la gran pantalla, dos lustros en los que daremos cuenta de casi una veintena de producciones que prepararan el terreno para lo que el "género" nos deparará una vez arribemos a las costas del s.XXI, y que servirán, en cierto sentido, de campo de experimentación para lo que llevamos viendo desde el año 2000.
Y si nuestra última entrada la habíamos dedicado al Castigador y a esa olvidable producción que la New World había puesto en pie con Dolph Lundgren en la piel de Frank Castle, con el artículo de hoy no abandonamos el universo Marvel para traeros la primera de las dos infumables producciones que se pudieron ver —aunque ya precisaremos de qué manera— hace veinte años y cuya impronta fue la de dejar tocadas y casi hundidas a las posibilidades de que la vertiente cinematográfica de La Casa de las Ideas pudiera llegar algún día a competir en la misma liga que aquellas con las que su Distinguida Competencia había reventado taquillas.
Steve Rogers, un héroe fuera de su tiempo
En los tres años que habían transcurrido desde que Jerry Siegel y Joe Shuster parieran a Superman, el último hijo de Krypton se las había apañado para convertirse en el icono americano por excelencia y en la personificación de la verdad, la justicia y el modo de vida estadounidense. Poco importaba que se tratara de un alienígena y que sus poderes —que por aquél entonces no eran tan inmensos como lo terminarían siendo con el transcurso de los años— lo alejaran de la clara empatía que los lectores podrían llegar a sentir con un héroe nacido en nuestro planeta. Y en esta tesitura, con el ataque a Pearl Harbor aún por llegar y la amenaza de la Segunda Guerra Mundial como un problema que Europa tenía que resolver de puertas para adentro, nacía en 1941 el Capitán América.
Hijo de dos padres de excepción, Joe Simon y Jack Kirby, y aparecido bajo el sello de Timely Comics —que años después se transformaría en Marvel Comics— el Capitán América no era más que el alter ego de Steve Rogers, un apocado americano medio que, elegido para un experimento militar secreto destinado a la creación de supersoldados invencibles llamados a combatir contra la sombra del nazismo, terminará convirtiéndose en un fornido superhéroe de habilidades físicas muy por encima de las del común de los mortales. Unas habilidades que ya en su primera aparición se ponían al servicio de la defensa de los ideales de la libertad con el personaje propinándole un puñetazo en la mandíbula a Hitler.
De ventas millonarias durante los años de la contienda bélica —los primeros números no bajaban del millón de ejemplares—, la popularidad del Capitán, y de los superhéroes en general, se fue extinguiendo trascendida la victoria aliada sobre las fuerzas del eje, y después de descender a límites que no justificaban su aparición, la serie fue cancelada en 1954 tras 78 números para, nueve años después, encontrar nuevas fuerzas en la Edad de Plata de los cómics. De nuevo bajo el auspicio de Kirby, ahora de la mano con Stan Lee, y como pieza fundamental de la operación de rejuvenecimiento de la figura del superhéroe que ambos habían comenzado en 1961 con 'Los cuatro fantásticos', la reaparición del Capi tuvo lugar en marzo de 1964 en las páginas del cuarto número de 'Los Vengadores'.
Es en dichas páginas donde se completan y terminan por asentar las bases sobre las que se construye la mitología del personaje ya que, unido a su origen, es aquí donde se explica que a finales de la Segunda Guerra Mundial el Capi había caído de un cohete experimental en las gélidas aguas del Atlántico Norte quedando en estado de animación suspendida hasta ser encontrado casi veinte años después por el grupo formado por Iron Man, Hulk, Thor y la Avispa. Devuelto pues a la actualidad comiquera, el Capitán América volvería a gozar de una segunda época de esplendor contando de nuevo con una colección propia en la que dejarían su impronta muy ilustres creadores como John Romita Sr., John Byrne, Jim Steranko, Steve Englehart o Gil Kane.
De la New World a la 21st Century Pictures
Que las opciones cinematográficas de Marvel estaban echadas por tierra tras los sendos fracasos que habían supuesto 'Howard...un nuevo héroe' ('Howard the Duck', Willard Huyck, 1986) y 'Vengador' ('Punisher', Mark Goldblatt, 1989) era una verdad que por mucho que se quisiera maquillar dejaba pocas opciones al universo Marvel de poder acceder a las multimillonarias taquillas que el 'Batman' de Tim Burton había cosechado al amparo de la Warner. Pero para Ron Perelman no había retos insuperables.
Magnate de Revlon que se había hecho con la compañía y la New World Pictures tras la escandalosa quiebra de la productora, la nueva figura a la cabeza de Marvel tenía planes aún más ambiciosos que los que ya habíamos comentado en nuestra anterior entrada de este especial de Cómic en cine, unos planes que pasaron por las adquisiciones de la editorial Malibú —cuyos métodos de coloreado por ordenador revolucionaron la industria—, o las licencias de los cromos deportivos de Fleer y Skybox International, amén de la distribución internacional de Panini o la juguetera Toy Biz. Todo ello enmarcado en una estrategia que pretendía algo muy evidente: extraer beneficios a las franquicias de cómics que fueran más allá de la página impresa.
Dentro de esos planes estaba, como no, seguir intentando sacar adelante un filme de cierta repercusión en la gran pantalla, pero con la situación tal y cómo la habían dejado las anteriores aventuras en el séptimo arte, los riesgos a correr había que minimizarlos aún más que con 'Vengador', y aquí es donde entra en juego la figura de un "tal" Menahen Golan: con la Cannon en la quiebra y separado de Yoran Globus, ese vendedor de humo que era el productor detrás de 'Masters del universo' ('Masters of the Universe', Gary Goddard, 1987) o 'Delta Force' ('The Delta Force', Menahen Golan, 1986) no cejaba en su empeño de ser el responsable de poner en pie la primera cinta con un superhéroe Marvel que batiera récords de taquilla.
Tras haberlo intentando de forma denodada con ese proyecto de 'Spider-man' que nunca vio la luz y al que estuvieron asociados —aunque nunca corroborados— nombres como los de Tom Cruise, Bob Hoskins, Lauren Bacall y el mismísimo Stan Lee, Golan comenzó una campaña de acoso y derribo con Perelman para que éste le diera la oportunidad de producir su siguiente apuesta en la gran pantalla, una apuesta que traía ya como director asociado a Albert Pyun —el que se habría encargado de filmar al trepamuros— y que, por muy descabellado que nos pueda parecer dadas las turbias circunstancias en las que Golan estaba envuelto, era la única opción medianamente viable de Perelman. Y así fue como, en 1989, el futuro inmediato de Marvel en la gran pantalla quedó en manos de la 21st Century Pictures. Pocos podían imaginar lo que se les venía encima.
'Capitán América', coqueteando con el desastre
Con fuertes limitaciones presupuestarias —datos poco concretos sitúan sus fondos en diez millones de dólares, sólo uno más que 'Vengador'— y con una filmación que se trasladaría casi de forma íntegra a Croacia para así abaratar costes, las implicaciones que estos dos hechos tuvieron en la producción, unidas a los dos nombres de sus máximos responsables, prefiguraron sin duda alguna el desastre en el que acabó convirtiéndose 'Capitán América' ('Captain America', ALbert Pyun, 1990), una cinta que ya en su momento era una antigualla y sobre la que los años han pasado como una apisonadora.
Ignorando por completo lo que por aquél entonces se cocía en las viñetas del protagonista —en aquellos años la etapa de Mark Gruenwald al frente de la colección del Capi había cosechado gran popularidad con sus temáticas políticas y sociales— y trastocando "sensiblemente" ciertos cánones del personaje, sorprende que las intenciones iniciales de Pyun y Stephen Tolkin, guionista de la cinta, fueran encaminadas a un "estudio de carácter de Steve Rogers, el hombre fuera de su tiempo, en lugar de centrar la atención en el Capitán América, el superhéroe del escudo".
Algo queda de dichas intenciones en los momentos iniciales del filme, un primer acto en el que ya se observan, y cómo, los muchos cambios sobre la historia del personaje derivados de las limitaciones prespuestarias. Entre ellos, el cambiar la nacionalidad de Cráneo Rojo de alemana a italiana —para así poder justificar el hecho de que la cinta estuviera rodada en la costa mediterránea— o el que Steve Rogers no sea un canijo al que el experimento del supersoldado cambia por completo de fisionomía, sino un soldado aquejado de una cojera secuela de la polio.
No contentos con violentar de manera tan evidente el canon del personaje, y tras esos primeros quince minutos en los que la proyección sabe más o menos cómo mantener el interés, la cinta comienza a irse al garete desde el primer enfretamiento entre el Capi —un "sosainas" con cara de bobalicón llamado Matt Salinger— y su archienemigo, una pelea ridícula, con diálogos acartonados que no transmite ninguna tensión y en la que podemos apreciar que el guión hace suyo lo de "tirar para adelante caiga quien caiga", funcionando a partir de aquí a base de sutilezas capaces de hundir el Titanic.
Aún así, esta es la parte más disfrutable de una función que nos depara sorpresas muy desagradables en cuanto se traslada al presente. Y si aquí habría mucho que hablar sobre los intérpretes —de los que sólo se salva un Ronnie Cox que parece ser el único consciente de la desarticulada broma que es toda la función—, la inexistente y anodina dirección de Pyun y una historia que avanza metiéndose en todos los lodazales posibles; lo que resulta más llamativo, al margen de esas orejas de goma que luce el Capi, es que las proezas heróicas del personaje se reduzcan a cuatro saltitos, un par de puñetazos mal contados y dos o tres secuencias de accíón que harían sonrojar a la serie B más casposa, elevándose esta visión del personaje como uno de los superhéroes más ridículos que se hayan visto en la gran pantalla con permiso de alguno que otro a los que ya llegaremos.
Tan olvidable resulta todo el conjunto —el clímax en el castillo carece ya de todo interés— que son las anotaciones sobre lo que rodeó a la producción las que se elevan como realmente interesantes a la hora de hablar de 'Capitán América'. Y si de entre ellas la más curiosa es el hecho de que Matt Salinger sea hijo de J.D. Salinger, el autor de esa oibra de capital importancia en la literatura estadounidense que es 'El guardián en el centeno', es en los muchos problemas que tuvo la cinta para su estreno donde encontramos la prueba última de lo equivocado de la totalidad de decisiones que rodearon a este filme.
Inicialmente previsto su estreno para el verano de 1990, las intenciones de Golan de abrir en 1.500 salas y las primeras y muy positivas impresiones de Stan Lee no fueron suficientes para ocultar el hecho de que los pases previos habían sido un desastre y que el filme iba a necesitar el rodaje de escenas adicionales para poder salir adelante. Retrasado pues a 1991, una fecha que habría coincidido con el 50 aniversario del personaje, la cinta terminaría por editarse directamente a video en 1992, exhibiéndose en pocos países con una paupérrima recaudación final de 10 millones de dólares que ponían en evidencia que algo había que hacer si Marvel quería tener opciones en el séptimo arte.
Paradójicamente, lo peor estaba aún por llegar...
Si queréis saber mucho más sobre esta y el resto de las cintas que han llegado a formar parte del Universo Cinematográfico de Marvel, haceos con este espléndido libro. No os arrepentiréis.
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