Si fuera de la industria norteamericana de la que estuviéramos hablando, es muy probable que ahora mismo pudiéramos contar por decenas las adaptaciones que de álbumes y series europeas podríamos haber tenido la fortuna —o la desgracia, que de todo hay en capilla— de haber visto en la gran pantalla tras el éxito que supuso para la cinematografía francesa esa primera y olvidable entrega de las aventuras de los irreductibles galos que fue 'Astérix y Obélix contra el César' (‘Astérix et Obélix contre César’, Claude Zidi, 1999).
Aunque tampoco podemos quejarnos ya que, en los quince años que han pasado desde dicho filme, y dejando de lado las inevitables y aún más infumables secuelas que éste ha generado, once han sido las producciones que nos han llegado desde allende los Pirineos. Una decena mal contada de títulos que comenzamos hoy a desgranar con el que, muy probablemente, sea el peor de todos ellos y una de las excusas más vergonzosas que se ha buscado un productor para intentar llevar a los cines a los incontables seguidores de un personaje que, al menos en el país vecino, es toda una institución.
'Blueberry', el western en estado puro
Corría el año 1963 cuando un guionista llamado Jean-Michel Charlier, fundador de la mítica revista 'Pilote', y un joven dibujante de veinticinco años que respondía al nombre de Jean Giraud, se embarcaban en comenzar a narrar las aventuras ficticias de Mike S. Blueberry, un teniente del ejército confederado que, acabada la Guerra de Secesión, y gracias a la intercesión del general Ulisses E.Grant, seguirá en activo al servicio del gobierno viviendo mil y una aventuras como experto en asuntos indios.
Poco podían imaginar que su creación llegaría a convertirse en una leyenda del noveno arte, cimentando la fama de ambos en este mundillo antes de que Jean Giraud se reiventara en la década de los setenta como Moebius y comenzara a ser considerado como uno de los más grandes artistas francobelgas que ha dado la historia del medio. Y quizás sea precisamente el hecho de que Giraud continuara dibujando 'Blueberry' durante cuarenta y siete años después de su nacimiento lo que llame primero poderosamente la atención de tan longeva y soberbia serie.
Cualquiera que alguna vez se haya acercado a las páginas de tan magistral western, habrá podido apreciar la increíble diferencia que siempre ha existido —quizás más en los comienzos que en la en los últimos álbumes— entre el Giraud que podemos observar en 'Blueberry' y el que, transmutado en Moebius, hemos podido disfrutar de títulos como 'El incal', 'Mayor Fatal', 'Arzach' o 'El mundo de Edena', tan imprescindibles en el mundo del cómic como en el de la ciencia-ficción contemporánea.
En 'Blueberry', asistimos al proceso de evolución que sufrió el autor en sus dos primeras décadas de profesión a través de una serie con la que, en sus propias palabras “he aprendido los mecanismos de la narración del cómic tradicional. Además, me ha permitido mantener una larga relación con el público, porque es un personaje muy conocido, y me ha dado la posibilidad de vivir de una manera agradable. Los libros que firmo como Moebius se venden mucho menos, aunque curiosamente son los que me han dado mayor reputación artística”.
Más allá de lo ironicamente paradójico de la declaración de Giraud, que entronca a la perfección con su “doble personalidad”, encontramos en las planchas de 'Blueberry' un relato apasionado y apasionante sobre un mundo —el del “lejano oeste”— que, por muy pasado que sea, revive con toda su fuerza en la inmensa habilidad que derrochan los autores, con un personaje lleno de matices y de un carisma incuestionable que evoluciona ante nuestros ojos de la misma manera que lo hace el dibujante.
Ya sea dejándose llevar por la fértil imaginación de Charlier ya, una vez fallecido éste en 1989, tomando las riendas completas de la cabecera —a la que le salieron “hermanas” como 'Marshall Blueberry' o 'La juventud de Blueberry', sin duda de menor calado— para llevarla a cotas que pocos podrían haber imaginado, lo que podemos contemplar en las páginas de Jean Giraud es algo que las palabras fallan al querer describir y que álbumes como 'Gerónimo', 'O.K. Corral' o 'Dust' demuestran más allá la loa más soberbia que uno fuera capaz de redactar.
'Blueberry, la experiencia secreta', en el peyote está el diablo
Para mí, Moebius es un icono viviente, el que me dio la “educación mística”. Su ejemplo fue mi inspiración a la hora de decantarme por Bellas Artes— él me enfrentó a mundos y visiones que me influenciarían enormemente como artista. Por todo ello, me pareció lógico combinar los universos de Giraud en un único film, ya que a mí también me atraía el mundo del western y nunca se había tratado el género desde la óptica de la mística. Jan Kounen
Según parece, tras rodar 'Dobermann' (id, 1997), Jan Kounen quería "hacer una película sobre el tema de las experiencias místicas", algo que obsesiona al realizador neerlandés y que, por ejemplo, le ha llevado a someterse en más de un centenar de ocasiones al ceremonial ayahuasca, un rito propio de las tribus nativas del Perú amazónico en el que se ingiere un brebaje de altas propiedades psicotrópicas. De hecho, sólo hay que asomarse a algunas de las secuencias de la cinta que hoy nos ocupa para ser consciente de hasta qué punto estaría bajo el influjo de la citada sustancia a la hora de ponerse tras las cámaras.
Y es que sólo sometido a las visiones que se supone se derivan de la ingesta de la ayahuasca —o, para el caso, de cualquier otro alucinógeno— se puede explicar lo que diantres pasaba por la cabeza de Jan Kounen para rodar 'Blueberry, la experiencia secreta' ('Blueberry, L'expérience Secrète', 2004). Ya lo avisan sus créditos iniciales, y se quedan cortos: estamos aquí ante un relato cinematográfico que se inspira de soslayo en los cómics creados por Charlier y Giraud, hasta tal punto que no sería erróneo afirmar que lo que aquí encontramos del personaje es el nombre...y poco más.
Cabe pues preguntarse, quizás con más intensidad que nunca, qué necesidad había de coger a un personaje con una mitología y personalidad perfectamente definidas en las páginas del cómic, prescindir de todas ellas y sacarse de la manga un guión que dice pertenecer al western pero que en realidad no es más que la puesta en escena de lisérgicas visiones del protagonista entremezcladas con una trama de venganza de lo más endeble que bien podría haber sido escrita por el becario más torpe del departamento de guiones más casposo de la peor productora que fuéramos capaces de imaginar.
Trillado hasta decir basta en incontables ejemplos del género, debería quedar claro que, nos aproximemos a ella bajo el punto de vista que nos aproximemos, calificar a 'Blueberry, la experiencia secreta' de western es hacerle flaco favor a los muchos y muy variados ejemplos que engrandecieron el género cinematográfico estadounidense por antonomasia o, cómo no, a sus variaciones italianas: esto no es un filme de "convoys"...de hecho, me cuesta trabajo llegar a calificarlo si quiera como filme.
Con ninguna conexión pues con el material aviñetado, y con las pocas que lo unen a las "películas del oeste", lo que un espectador despistado que acudiera a verla pudo encontrarse hace una década es un producto que, trascendido sus minutos iniciales, dedica todos sus esfuerzos a trasladar esas experiencias místicas y chamánicas de las que el cineasta se muestra tan enfervorizado seguidor, abusando para poder plasmarlas en celuloide de unas técnicas de efectos digitales que se derrochan en crear nieblas negras de formas aterradoras que, supuestamente, ahondan en las entrañas de Mike Blueberry.
Alternando dichas secuencias con aquellas normales —eufemismo— que van desarrollando —otro eufemismo— la trama, y con un plantel de actores que, encabezado por Vincent Cassel, se pasea por delante de la cámara sin saber muy bien qué hace por allí, encontramos en los minutos finales de metraje lo que mejor describe al gargantuesco despropósito que es este infame título: sin idea alguna de cómo cerrar la narración, sea del tipo que sea, lo que Kounen pone en escena para rematar la faena es lo más anticlimático que se pueda imaginar. Para que os hagáis una idea, es como si yo dejara...
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