Tras el éxito cosechado por la segunda entrega de la franquicia de Blade dirigida por Guillermo del Toro, era más o menos evidente que New Line volvería a apostar por el cazador de vampiros interpretado por Wesley Snipes en una tercera parte destinada en principio a cerrar la trilogía y abrir, según la pretensión original de David Goyer, una nueva producción —o, quién sabe, serie de producciones— que habría sido protagonizada por uno de los poquísimos hallazgos que este gargantuesco despropósito llamado 'Blade Trinity' (id, David S. Goyer, 2004) es capaz de ofrecer.
Cualquiera que tuviera el infortunio de ver la cinta que hoy nos ocupa sabe que me estoy refiriendo a los Nightstalkers, el grupo de cazadores de vampiros que encabezan las dos adiciones más notables del reparto de 'Blade Trinity' y, como decía, lo único que servidor destacaría de entre la inmensa cantidad de decisiones equivocadas que el guión y la dirección del sr. Goyer atesora durante las dos horas de metraje —dos horas menos siete en la versión estrenada en cines, dos horas y dos minutos en la editada en formato doméstico.
Unos villanos de pacotilla
De hecho, había mucho más potencial en lo que el responsable del libreto de 'Man of Steel' (id, Zack Snyder, 2013) tenía pensado inicialmente para el filme que aquello que finalmente pudimos ver en la gran pantalla hace una década, y hubiera dado más de sí esa idea de situar la acción veinte años después de lo narrado en la segunda entrega, con Blade como el último bastión de la lucha contra unos vampiros que ya controlaban el mundo, que la monumental chorrada que es el versionar a un chupasangre como Drácula en los modos y maneras que aquí hemos de sufrir.
Interpretado —eufemismo— por Dominic Purcell, el Drácula de 'Blade Trinity' es un personaje desvaído y carente de carisma o interés que, en manos de Goyer, se transforma en mero McGuffin de una trama que es una constante huida hacia adelante plagada de supuestas secuencias molonas de esas que hacen mucho ruido pero poco o nada plantean a nivel argumental. Tanto es así que, eliminando todo el sesgo de acción del metraje, lo que queda es de un escueto que asusta, y uno no entiende muy bien cómo diantres se dio luz verde a un proyecto que carecía de los mínimos herrajes que sí tenían sus predecesores.
No es que en cuanto a guión ambas fueran sendas maravillas del séptimo arte —a fin de cuentas venían firmadas por el mismo nombre—, pero al menos se molestaban en justificar a sus villanos y no los convertía en una caricatura, una pálida sombra de lo que podían haber sido que, por mor del lamentable trabajo de Goyer ya en guión ya en una dirección paupérrima, terminan por alzarse como lo más olvidable de una función que, para colmo de males, desaprovecha a Blade en favor de la cuota de pantalla de los insoportables Purcell, Triple H., Parker Posey o su Spitz de Pomerania vampiro (sic).
'Blade Trinity', tirar antes de usar
El malestar que las decisiones de Goyer llegaron a provocar en Wesley Snipes —que, recordemos, al margen de intérprete era productor del filme— llevaría a la estrella afroamericana a denunciar a New Line un año después del estreno del filme, aduciendo que no había percibido su salario completo, que se habían limitado sus decisiones en lo que al reparto y rodaje se refería y que su protagonismo se había visto disminuido sobremanera en favor de los personajes interpretados por Jessica Biel y Ryan Reynolds.
Sin tener conocimiento veraz de los dos primeros factores, cierto es que el último es algo que sorprende, y mucho: a fin de cuentas la película se llama 'Blade Trinity' y no 'Hannibal y Abigail matan vampiros con Blade', y el que los dos actores lleguem a ostentar mayor relevancia puntual en el argumento que el protagonista sólo puede justificarse a través de esa idea inicial comentada al principio. Pero vamos, que malestar de estrella al margen, hay que agredecerle a Goyer que supiera ver el potencial de lo único salvable del desaguisado que es el filme.
Y es que en Biel, y sobre todo en ese robaescenas que es Reynolds —mención aparte merecen las incontables puyas que éste va espetando a diestro y siniestro a aquél que se le pone a tiro—, encuentra 'Blade Trinity' los únicos instantes en los que a uno no le dieron ganas de salir del cine o, aplicado a este visionado, a apagar el reproductor y dedicarse a menesteres con más interés como la cría del escarabajo pelotero. Lo que sea con tal de no soportar el insufrible ruido que comporta una producción que cerraría, menos mal, una trilogía que nunca debió pasar de su segunda entrega.
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