Figura fundamental en el noveno arte, el nombre de Jacques Tardi es uno de esos que siempre hay que terminar citando cuando se habla de lo más granado que la BD francobelga nos ha dejado en las cuatro últimas décadas. Y lo es, ante todo, por la capacidad que ha demostrado a lo largo de su trayectoria de tratar géneros muy dispares con una efectividad tan brillante como el personal estilo gráfico que siempre han detentado sus viñetas.
Y si bien son muchas las obras que trufan su extensa producción, a la hora de tener que destacar aquellas por las que siempre será recordado, está claro que a sus aproximaciones al género bélico con magistrales ejemplos como '¡Puta Guerra!' o 'La guerra de las trincheras'; a ese magnífico ejercicio histórico que fue 'El grito del pueblo'; o a los muchos títulos que podríamos citar de su maestría a la hora de tratar el noir habría que sumar, sí o sí, el surrealismo aventurero que le llevó a crear, a mediado de la década de los setenta, a Adèle Blanc-Sec.
'Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec', el cómic
Aparecida por primera vez en 1976, y con una última aventura publicada por la editorial belga Casterman en 2007 —supuestamente Tardi está elaborando la que sería la número diez en las andanzas de su peculiar heroína— 'Las aventuras de Adèle Blanc-Sec' es un cómic que, más allá de su clara vocación aventurera, termina sirviendo de crisol a tantos géneros que, por ende, resulta casi tan inclasificable como su protagonista, una escritora de populares novelas de ficción que terminará derivando su actividad hacia el periodismo de investigación, excusa perfecta para poder dar rienda suelta a sus necesidades de vivir al límite.
Situadas inicialmente en la primera década del s.XX en las calles de París, las páginas de la serie son todo un compendio de excéntricas decisiones por parte de un autor que no le hace ascos a nada con tal de proporcionar un constante sentido de la sorpresa a un tebeo protagonizado por una mujer adelantada a su tiempo en la que se observan no pocas influencias del Arsène Lupin que Maurice Leblanc creaba en 1905 y que comparte con Adèle una dudosa doble moral y una clara ausencia de respeto por la ley.
Mezcla despreocupada de hechos reales acaecidos en los años en los que se sitúa la acción con elementos fantásticos tales como la aparición de un pterodáctilo en su primera aventura o una momia en la cuarta, cabría destacar como curiosidad del devenir de la serie el que, llegado el momento de que su protagonista participe en la Primera Guerra Mundial, Tardi decida criogenizarla después de hacerle sufrir graves heridas debido a que, en sus palabras "su enérgica naturaleza hizo imposible buscarle un lugar apropiado en la contienda. No se le habría permitido luchar, y ella habría aceptado ser enfermera lo mismo que quedarse en casa enrollando vendas".
'Adèle y el misterio de la momia', alocada diversión
"Indiana Jones en enaguas", así es como Luc Besson se refería en su momento a Adèle Blanc-Sec. Una definición bastante acertada de lo que podemos encontrar en 'Adèle y el misterio de la momia' ('Les aventures extraordinaires d'Adèle Blanc-Sec', Luc Besson, 2010), primera entrega de una pretendida trilogía —de la que nada se ha vuelto a saber— que, en el caso que nos ocupa, toma elementos de dos de los primeros álbumes de la creación de Tardi para insertarlos en una trama completamente inventada por el cineasta francés.
Y si bien la intención inicial de Besson era haber puesto en manos de otro la responsabilidad de dirigir la cinta, el productor terminaría asumiendo dicho manto porque, según él "cuando comencé a escribir el guión me enamoré de él. Y cuando, tras haber elegido a una media docena de buenos realizadores, seguía poniendo pobres excusas para no contratarlos, tuve que rendirme a la evidencia: si me estaba resultando tan difícil elegir a un director era porque tenía que dirigirla yo mismo". Una decisión ésta que terminará jugando a favor de lo alocado de la película.
En este sentido, 'Adèle y el misterio de la momia' guarda no pocas concomitancias con otra alocada producción firmada por Besson a mediados de los noventa. Me refiero, cómo no, a 'El quinto elemento' ('The Fifth Element', Luc Besson, 1997): salvando las obvias distancias entre la acción que discurre en el París de principios de siglo y ese futuro hiper abigarrado que mostraba la cinta protagonizada por Bruce Willis, hay en ambas grandes similitudes que hablan, y mucho, de la personalidad del encargado de ponerlas en pie.
Entre ellas, las que más resaltan son, de una parte, la fortaleza de su protagonista —un elemento que también acerca al presente filme a otras cintas de Besson que giran en torno a mujeres de gran personalidad y fuerte carácter— y, de la otra, lo enérgico y estrambótico del ritmo narrativo de la cinta, que no deja ni un minuto de descanso al espectador llevándolo de aquí para allá de la mano de, y hete aquí otro punto más de concordancia, unos personajes de potente definición caricaturesca que provocan la carcajada en no pocas ocasiones.
Tan alocada es la caracterización del conjunto, que a la memoria cinéfila del espectador acude rauda otra referencia fundamental que añadir a la divertida mezcolanza que es la cinta, la que supone la maravillosa 'Amélie' ('Le fabuleux destin d'Amélie Poulain', Jean-Pierre Jeunet, 2001): viendo una y otra resulta muy obvio que tanto hay en 'Adèle...' de la cinta de Jeunet como aquello que es extraído de 'El quinto elemento', resaltando por ejemplo de la primera esa hiper-narración en off que desvela mucho más de lo que vemos en pantalla.
Con la muy acertada encarnación que de ella hace Louise Bourgoin —sin duda lo mejor del filme a nivel interpretativo—, y la acertada partitura compuesta por Eric Serra como valores que sumar al preciso diseño de producción y a los geniales anacronismos que éste introduce aquí y allá, 'Adèle y el misterio de la momia' queda claramente clasificado como uno de esos necesarios escapismos a los que de cuando en cuando conviene acercarse para olvidarse durante su hora y media larga del mundanal ruido. Querer escarbar más allá es un ejercicio de futilidad.
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