Con las dos majors agonizando lentamente en un constante proceso de renovación/reinvención/reinicio que sólo hace poner en evidencia —en una más que en otra— el agotamiento de las fórmulas del cómic de superhéroes circunscrito a los universos de DC y Marvel, las miras del aficionado al tebeo yanqui llevan ya tiempo dirigiéndose hacia los mucho más verdes pastos que suponen el nutrido corpúsculo de editoriales estadounidenses que, mes a mes, demuestran que un muy alto porcentaje de sus cabeceras son capaces de merendarse sin más a cualquiera de las longevas instituciones de una u otra compañía.
Y si bien dicho proceso ha encontrado en las muy estimulantes propuestas de Image una fuente inagotable de lecturas que se alzan sin problemas como lo mejor que nos llega a través del charco, cabría aquí destacar también los encomiables esfuerzos de sellos como Avatar Press, Boom Comics, Dynamite Entertaiment, Oni Press, Valiant o, cómo no, IDW, casa que nos ha dejado en los últimos años espléndidos títulos entre los que destaca, por méritos propios, el '30 días de noche' en el que hoy centramos nuestras miras en este especial de Cómic en cine.
'30 días de noche', el cómic
La premisa de partida de '30 días de noche', inicialmente una idea que su creador, Steve Niles, pretendía llevar de forma directa a la gran pantalla pero que, por avatares diversos, terminó plasmando en la miniserie de tres números que IDW publicó en 2004; es, como poco, brillante. No en vano, tomar a esas legendarias criaturas del género de terror que son los chupasangres y colocarlos en el entorno de la fictia Barrow, la localidad más septentrional de Alaska en la que un mes al año no sale el sol, es una idea de esas que, en manos adecuadas —y las de Niles lo son— iba a dar mucho juego.
Tanto, que once años después de su primera aparición, trece son las miniseries y títulos derivados que han abundado en la fascinante mitología que Niles construía hace una década junto a el singular y siempre atrayente grafismo de Ben Templesmith, un artista cuya carrera le debe todo a unas sanguinolentas planchas de poderosa personalidad que se alzan, sí o sí, como lo mejor de la intensa y breve lectura que suponen las escuetas 100 páginas de que consta el grueso del primer volumen de la franquicia.
Una franquicia que, como decía, ha contado con extensiones intermitentes a lo largo de la última década y que, leída de una atacada se conforma como una de las aproximaciones más originales y frescas que se haya hecho al sub-género vampírico en los últimos tiempos. Un hecho éste que no hacía sino presagiar que su eventual traslación a la gran pantalla iba a alzarse como una producción a la altura de las circunstancias. Algo que se produjo, aunque no con toda la intensidad que hubiera sido deseable.
'30 días de oscuridad', vampiros que no dejan frío
Tras el éxito que cosechó la miniserie de '30 días de noche', Steve Niles tuvo las armas que necesitaba para tentar a los estudios acerca de la viabilidad del salto a la gran pantalla de su creación. Con productoras como Dreamworks o MGM interesadas en la adquisición de los derechos de adaptación, sería finalmente Senator International a través de la recién formada Ghost House Pictures la que se llevaría el gato al agua en un proceso que aún tardaría dos años en encontrar a David Slade como realizador y uno más en contratar a Josh Harnett, Melissa George y Danny Huston como protagonistas de este relato de terror.
Haciendo gala de nuevo de la misma solidez tras el objetivo que había ostentado en la fascinante 'Hard Candy' (id, 2005) si hay algo que destacar por encima de todo en '30 días de oscuridad' ('30 Days of Night', 2007) eso es la dirección de David Slade: efectivo hasta decir basta y tras haber aprendido muy bien las lecciones impartidas por Zack Snyder en el soberbio remake de 'El amanecer de los muertos' ('Dawn of the Dead', 2004), Slade afronta la realización del presente filme con armas más que suficientes para convencer al espectador.
Entre ellas destaca, no cabe duda, el fuerte contraste entre las dos vertientes narrativas del filme: la gélida y calma del inicio del filme y de las escenas que narran la supervivencia de los habitantes de Barrow en contraposición a la brutalidad que se nos muestra en los ataques vampíricos, siendo éstos últimos los momentos más álgidos del metraje, sobre todo cuando en ellos aparece un Danny Huston que se eleva como el mejor intérprete de un elenco en el que Harnett no molesta, que ya es decir, George está simplemente correcta y lo fugaz de Ben Foster no supone competencia alguna para el hijo del legendario John Huston.
Ahora bien, si soy de los que opinan que la dirección de Slade consigue que nos sintamos incómodos, planteando unas secuencias que saben cómo manejar el terror y los golpes de efecto, también es mi parecer que la cinta adolece de dos factores que, según el espectador, pueden arruinarle la función: lo estirado de un guión que denota en exceso el limitado trayecto que tiene la historia de origen y una duración que nunca queda justificada de forma plena en el desarrollo de los personajes y en ese mes que se supone que sobreviven al acoso de los chupasangres.
De hecho, creo que hubiera sido muy de agradecer que los responsables del libreto se hubieran tomado mayores molestias a la hora de transmitir con precisión que son 30 días los que transcurren y no, como parece cuando uno está viendo el filme, unas pocas horas: no hay en el rostro de los personajes un acuse del desgaste inevitable que produciría la permanente situación de huida y alerta que sufren los humanos durante las dos horas de duración del filme y tan "nimio" detalle da al traste —aunque sólo sea en parte—con las intenciones del mismo.
Unido como decía a lo estirado de la trama y a una pobre descripción de personajes creo que, aún contando con tales zancadillas, '30 días de oscuridad' es una digna producción de género que tiene brillantes notas puntuales —los quince últimos minutos de metraje son espléndidos— como para no terminar formando parte de ese amplio grupo de adaptaciones de cómic que, ni supieron interpretar las viñetas originales ni, en última instancia, dar con una voz propia que las sacara del montón en el que ya se agolpan incontables títulos de esos que uno no recomendaría ni a su peor enemigo.
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