Estoy convencido de que uno de los grandes motivos de que muchas personas tengan una opinión tan negativa sobre el cine español se debe a que se ha desatendido demasiado la idea de una película como gran entretenimiento de masas. Es cierto que ha habido grandes éxitos —el año pasado ‘Lo imposible’ (Juan Antonio Bayona, 2012) se convertía en la segunda película más taquillera de todos los tiempos en España— y cada vez se están dando más pequeños pasos en esa dirección, pero aún estamos muy lejos de ser auténticamente competitivos más allá de un puñado de títulos al año.
No han sido pocos los comentarios que veían en ‘Combustión’ (id, Daniel Calparsoro, 2013) una especie de respuesta española a la franquicia ‘A todo gas’ guiándose únicamente por la presencia en el relato de varias carreras ilegales de coches. Si nos limitásemos a ello, bien podríamos decir que ‘Tres metros sobre el cielo’ (id, Fernando González Molina, 2010) ya lo hizo antes, pero no deja de ser una estrategia publicitaria para intentar engatusar a los amantes de esa saga mientras esperen a que su sexta entrega llega a los cines españoles dentro de unas semanas. Es un buen movimiento, pero tengo mis dudas sobre que vaya a servir de algo, ya que ‘Combustión’ es una película bastante endeble que ni siquiera cumple unos mínimos como producto de entretenimiento.
Los pies de barro de ‘Combustión’
Ya a finales del año pasado tuve una mala experiencia con ‘Invasor’ (id, 2012), último trabajo tras las cámaras de Daniel Calparsoro. Sin embargo, su labor de dirección estaba lejos de ser lo peor de la función, llegando a brillar de forma puntual en los flashbacks bélicos, pues era el guión el elemento que empezaba a destruir la película. En ‘Combustión’ nos encontramos ante un caso similar, ya que el libreto de Carlos Montero y Jaime Vaca presenta multitud de debilidades —extremadamente previsible, diálogos monótonos, personajes y situaciones mal definidas, etc.— que hacen un flaco favor a las posibilidades de ‘Combustión’ de ser algo más que una cinta vulgar.
Sin que sirva de precedente, el problema no está ya en la presentación de los personajes, ya que ésta es, aunque algo tópica y previsible, relativamente funcional. Tenemos a unos estafadores y a su nuevo objetivo, quien acabará cayendo en las redes de la mujer que los primeros usan como señuelo para tener acceso a la casa o negocio de sus víctimas. Las cosas se complican cuando hay que enredar las relaciones entre ellos, tardando bien poco en reducir a poco más que relleno a uno de los integrantes de la banda e iniciando una poco inspirada relación a tres bandas entre los personajes interpretados por una guapísima Adriana Ugarte, el nulo Alberto Ammann y un Álex González un tanto insípido y con el que cuesta sentir empatía alguna por mucho que comparta nombre con su personaje.
Un accidente cinematográfico
Otro de los reclamos que se ha utilizado durante la campaña previa al estreno es que supuestamente Mario Casas, Miguel Ángel Silvestre y Blanca Suárez no quisieron participar en ‘Combustión’ por su alto contenido erótico, pero al final todo queda reducido a una única secuencia que cumple correctamente su cometido, pero es también donde todo empieza a irse completamente al garete. Ella empieza a desarrollar una bipolaridad en cuanto a sus sentimientos que no lleva a ninguna parte —todos sabemos con quien va a acabar—, Ammann se limita a seguir siendo un actor con un grave déficit de talento —aunque, eso sí, sin llegar al patetismo alcanzado hace poco en ‘Tesis sobre un homicidio’ (id, Hernán A. Golfrid, 2012)— y el personaje de González sufre un degradación total que lo convierte en un sinvergüenza que roza lo despreciable por mucho que hagan esfuerzos por matizar al máximo este aspecto.
Calparsoro hace lo que puede para intentar enmascarar la paulatina degradación del guión, pero lo cierto es que nunca consigue dotar de emoción alguna a las carreras de coches —son todas tan previsibles que sencillamente lo tenía imposible—, y es una pena, porque es entonces cuando echa el resto. Por lo demás, opta por priorizar las set pieces —la primera estafa de la banda— sobre el conjunto, cayendo en un error aún más grave por haber confiado en exceso en la casi omnipresente banda sonora de Carlos Jean. No tengo nada en contra de su música más allá del mero hecho de que simplemente no es para mí, pero sus temas no funcionan nada bien en ‘Combustión’, ya que dan a la película un tono de relato juvenil que no encaja lo más mínimo con lo que vemos en pantalla.
La progresión dramática también está llena de altibajos, ya que las transiciones entre las historias de ladrones, las carreras de coches y la trama amorosa no están correctamente ejecutados, dando la sensación de que se salta de una a otra de forma un tanto gratuita, alcanzado una absurdez extrema cuando se centran en la —falsa— amistad entre los personajes de Álex González y Alberto Ammann. Soy consciente de que sirven para revitalizar la adormilada adicción a la adrenalina del primero, pero es que carece de sentido alguno que éste confíe en el novio oficial de ella que encima había intentado estafarle.
Lo que nos ofrece ‘Combustión’ es una valiente apuesta por el cine comercial español, pero eso es insuficiente si luego presenta tantas debilidades como los blockbusters más endebles que nos llegan desde Hollywood de forma regular. Con todo, el camino a seguir es que se hagan más películas como ésta en nuestro país, pero, a poder ser, mejores que esta olvidable producción en la que lo único que merece ser salvado de la quema es lo guapísima que sale en pantalla Adriana Ugarte.
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