Que el cine patrio debe apostar por el género es algo obvio desde hace ya bastante tiempo. La aceptación de las últimas obras de directores como Enrique Urbizu y Alberto Rodríguez así lo demuestran. Daniel Calparsoro ha estrenado 'Combustión', que filmó inmediatamente después de la desastrosa 'Invasor', producida por VACA films, una de las pocas productoras que apuestan por el cine de género para animar el mediocre panorama patrio antes de que el espectador, siempre poco exigente, termine de huir de nuestro cine. Pero una cosa es ser poco exigente y otra tonto, y al público de este país lo tratan muchas veces como tal. Películas como la presente no atraen más público a las salas, lo alejan, y más cuando poseen un mal guión, peor narrado y desarrollado.
Que una película como 'Combustión' copie sin descaro fórmulas estadounidenses —en concreto cierta saga que estrena su sexta entrega y preparan la séptima— no es un problema. Pero sí lo es el copiar lo peor de una cinematografía que también se luce en sandeces de órdago. En el film de Calparsoro está lo peor del cine yanqui, lo más básico, con el triste añadido de ser español y lo que eso conlleva. El ridículo hecho película con actores que, o estaban borrachos cuando aceptaron los papeles, o deberían despedir a sus respectivos respresentantes en caso de tenerlos. Ni siquiera el público al que parece destinada la película, teenagers con las hormonas disparadas y el cerebro en nula actividad, parece que vayan a quedar satisfechos con semejante majadería en la que sólo hay una escena bien filmada.
(Frome here to the end, Spoilers) 'Combustión' narra la historia de un grupo de ladrones que utilizan a a una chica de muy buen ver para engañar a pardillos llenos de pasta a los que robarle. El nuevo objetivo será Mikel (Álex González), un niño pijo prometido con otra niña pija que tiene en su haber una joyería, el principal interés de la banda. Pero como el plan en concreto es una completa mierda —no encuentro otra palabra para definirlo, y es extendible al guión— deciden cambiar de objetivo. Pero hete aquí que Mikel se siente enormemente atraído por Ari (Adriana Ugarte) ya que según él en una frase de diálogo absolutamente magistral le espeta en sus morros que es muy especial. Así pues el punto más interesante del guión, el de dos seres humanos parecidos pero que viven en mundos muy distintos, se echa a perder a favor de intensificar los elementos básicos de la historia.
El supuesto atractivo de una película como 'Combustión' está en el supuesto espectáculo que ofrecen sus escenas de acción. Calparsoro debió cogerle gustillo al tema en su anterior film en el que destrozaba dos coches en una persecución por las calles de A Coruña, y que aquí opta por llevarlas a otro contexto, el de las carreras ilegales. Ni una sola de las mencionadas secuencias tiene tensión, emoción o un mínimo de lo que sea para alterar un poquito al sufrido espectador. Calparsoro no se ha dado cuenta de que la emoción en las persecuciones que el séptimo arte nos ha ofrecido está no sólo en el ritmo —aquí eso es confundido con atropello, nunca mejor dicho— sino en el peligro que corren todos sus personajes en tal situación —cítese cualquier ejemplo donde haya una persecución, y valdrá—. Aquí se los lleva a un lugar aislado, los pone a correr en paralelo y ni un triste accidente hay. Esto es la versión patria de 'Fast & Furious' pero a lo cutre y dando mucho menos de lo que se promete.
Y no, las piernazas de Adriana Ugarte, que con ese rostro debe huir por completo de este tipo de productos, no valen como comodín a la falta de acción o emoción. Y tampoco esa escena light de sexo destinada a disparar aún más las hormonas de los teenagers. Si los personajes viven al límite el polvo tendría que ser húmedo, sucio, morboso y no de spot publicitario con la horrorosa música de Carlos Jean como aditivo para vomitar. Por no hablar de cosas más serias como las elipsis, mal realizadas o un montaje confuso que alterna día y noche a gusto del flipado. En la película las cosas suceden porque sí; desde el encuentro de los dos personajes centrales, forzado y totalmente increíble, hasta las inexplicables motivaciones del personaje de Álex González, más perdido que su personaje. Claro que las del personaje de Alberto Ammann son de órdago. Por cierto, segunda vez en un año que este actor hace de villano y segunda vez que desaprovecha todas las posibilidades del mismo, y mira que tiene fuentes de inspiración.
Con todo diré que hay una escena que me gusta y que demuestra que Calparsoro sabe hacer algo bien si quiere. Es aquella en la que Mikel lleva a sus nuevas compañías al piso de su ex prometida. Desde que entra hasta que van hacia la caja fuerte Calparsoro se luce con la puesta en escena en un plano secuencia soberbio donde todo está cuidado, y si no fuera porque a esas alturas la historia no tiene ni emoción ni interés estaríamos hablando de un momento antológico. También es interesante que el film no entra a realizar juicios morales de ningún tipo como sí hacen muchas veces en el cine estadounidense, nos sirve una historia de vividores y amantes de las emociones fuertes que no piensan en hacer lo correcto, sino en vivir para sí mismos. La pena es que todo se diluye y la historia de amor, con más posibilidades de las que parece, se anula con los diálogos más aberrantes del cine en mucho tiempo.
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