La última película de Jessica Hausner con Mia Wasikowska llega a cines españoles tras incendiar Cannes y Sitges
Se estrena ‘Club Zero’, lo nuevo de Jessica Hausner que fue presentado el Festival de Cannes 2023, y que cuenta con un guion coescrito junto a Géraldine Bajard. Una inteligente sátira sobre las dietas milagro, la relación con las clases sociales y el conflicto con el medio ambiente, en la que Mia Wasikowska interpreta a una profesora reclutada por un internado de élite para hijos adolescentes de padres muy ricos para dirigir un curso sobre nutrición sugerido por los padres de un selecto grupo de alumnos.
La profesora dedica sus sesiones a asegurarse de que su grupo conoce todos los beneficios de su nueva asignatura de "alimentación consciente", prometiéndoles la certeza de alcanzar sus diferentes objetivos al tiempo que “salvan el planeta” y se garantizan una vida más larga. Como si fuera una versión esperpéntica de ‘La ola’, los alumnos, eufóricos por las promesas, confían ciegamente y siguen a su líder en la ejecución de su absurdo plan, inspirado en las no menos absurdas dietas reales “keto” o “paleo” extremas.
Esto es, lo que se bautiza como "alimentación consciente" va convirtiéndose en un obvio "dejar de comer", lo que es lo mismo que poner una lente a los diferentes grados de “ayuno intermitente” que plantean los gurús de este método. Mia Wasikowska crea una presencia magnética, con una representación de la pulcritud impostada de los típicos adalides de una causa que somatizan su presunción con una mueca autocomplaciente, con una cuidado aspecto desfavorecedor que aumenta el patetismo latente en su personaje.
La puesta en escena opta por un tono inexpresivo y opciones minimalistas en el diseño de producción, con una fotografía cruda, que recoge colores pastel muy rudimentarios que combinan la ropa que llevan con las paredes de las habitaciones pochas, que dan el aspecto y la sensación de una película de Wes Anderson, con el que se ha comparado, pero mucho más decadente. Los decorados son inmaculados, pero el uso de colores vivos como el amarillo, el verde, el rojo y el naranja no crean una sensación alegre, sino de una falsa mascarada.
Una comedia cáustica de terror contemplativo
Esa visión idealizada que esconde algo turbio se acrecenta con la elección extremadamente percusiva del compositor Markus Binder, similar a la de su última película, ‘Little Joe’, que acentúa el cinismo de Hausner al dejarnos ver cómo estos adolescentes caen en este estilo de vida "consciente" como parte de una charada social que, hoy por hoy, muchos ven como algo tolerable y lógico. Se ha achacado que muchas de su metáforas son demasiado abstractas, y que el guión serpentea hacia el final, pero quizá muestra cosas que realmente nos son incómodas por reconocibles.
La percepción del espectador sobre cómo "vivimos para comer/comemos para vivir" se reta para plantear nuestro papel o responsabilidad en la rutina diaria, a través de lo sencillo que resulta sembrar una idea estrambótica en las mentes de cinco estudiantes. Con la provocación que podría proponer un Yorgos Lanthimos aletargado, ‘Club Zero’ juega con el espectador, y resula casi una burla de algunas ideas tomadas como progresistas en occidente que resultan propias de un elitismo que deja atrás las necesidad de los menos pudientes.
De forma brillante, la película duda de la forma en la que la educación apoya ciertas ideas aceptadas como mejores para el planeta y dirigidas al freno del consumismo excesivo sin cuestionar quién puede permitirse estas medidas dentro de un sistema que esencialmente deja fuera a todas las clases cuya preocupación básica es una subsistencia que la aristocracia no contempla como un problema crítico por opulencia sistemática.
Ideas subversivas sobre clase y alimentación
Todo el subtexto sobre ideología, capitalismo y preocupaciones medioambientales de ‘Club Zero’ son un verdadero desafío a las normas sociales asimiladas en occidente, planteando cuestiones la normalización del consumo de alimentos “sanos” como una percepción social que puede rebatirse con datos estadísticos y la idea de que la “mala alimentación” es un problema adquirido que mantiene un sistema de clases en el que el cambio climático no depende de los receptores de la producción como de quienes ponen en circulación procesados y carnes de producción intensiva.
Hausner parece difamar las falsas dietas, pero lo que subraya es el elitismo que permite el lujo de plantearse poder incorporarlas al día a día, lo que deja abierta la objeción hacia la propia religión, mostrando cómo se puede convencer a nadie de cualquier idea con el uso de las posiciones de autoridad pertinentes. Uno de los momentos más controvertidos de la película, que provocó quejas y abandonos en la proyección del Festival de Cannes, tiene que ver con la escena del vómito autoinducido.
Una forma gráfica de mostrar las consecuencias de provocar trastornos alimentarios en un ámbito familiar es el “reciclaje” de la ingesta hasta el punto más grotesco, un paroxismo que rompe líneas rojas pero muestra el verdadero horror bajo un techo que cuenta con todas las herramientas emocionales necesarias para manejar e inducir a personas previamente amasadas por la sociedad y el entorno. Quizá los medios son drásticos, pero la reflexión está servida y dispara sin silenciador, con humor taciturno y estética cuqui, a los cultos cool, los popes del detox y el ciclo familiar de las diferencias de clase más silenciosas y malsanas en torno a nuestra función más primitiva y esencial.
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