Después de ponerse a las órdenes del alemán Wolfgang Petersen en su mejor película americana, ‘En la línea de fuego’ (‘In the Line of Fire, 1993), Clint Eastwood rompió por primera vez una de sus promesas más sonadas: que nunca volvería a ponerse a ambos lados de la cámara. Pero antes de hacer lo propio con ‘Un mundo perfecto’ (‘A Perfect World’, 1993), el nombre del director estuvo asociado a uno de los proyectos más jugosos, y hasta cierto punto locos, que se han expuesto en un despacho de Hollywood. Se trataba de una nueva versión de ‘Los siete magníficos’ (‘The Magnificent Seven’, John Sturges, 1960), remake en clave de western de una de las obras maestras de Akira Kurosawa, ‘Los siete samuráis’ (‘Shichinin no samurai’, 1954), que recordemos ya bebía del western, debido a la admiración del director nipón hacia dicho género.
Semejante proyecto, que muy probablemente nacía del reciente éxito de ‘Bailando con lobos’ (‘Dances with Wolves’, Kevin Costner, 1990) y ‘Sin perdón’ (‘Unforgiven’ Clint Eastwood, 1992), requería de la unión de varias majors para poder financiarlo, y contaba en sus papeles principales con Eastwood, Costner y Tom Cruise. Nunca se le dio luz verde, pero sí llegó a plantearse, y a algunos se nos cae la baba de sólo pensarlo. Llama la atención que la película que reúne a la dos primeras estrellas mencionadas no sea un western, sino un thriller enmarcado dentro del subgénero denominado como Americana. El resultado es una de las obras mayores de su autor, llena de una dureza difícilmente soportable, sobre todo en su parte final, que en cierto modo evoca el final de ‘La jungla de asfalto’ (‘The Asphalt Jungle’, 1950), admirada obra de John Huston, junto con Eastwood, el director que mejor ha retratado a los perdedores en el cine.
‘Un mundo perfecto’ era en principio una película que iba a dirigir Steven Spielberg con Denzel Washington en el papel principal. No sería la única vez que el Rey Midas cediese uno de sus proyectos a Eastwood —sin ir más lejos su siguiente película, ‘Los puentes de Madison’ (‘The Brdiges of Madison County’, 1995)—, producto de la excelente relación que tiene ambos directores desde hace tiempo. Con Eastwood el frente del proyecto, éste seguía interesado en conservar a Washington en el reparto, lo cual hubiera añadido connotaciones raciales a la historia, pero la Warner impuso a Kevin Costner, que por aquel entonces gozaba de una mayor popularidad. Resulta irónico que el film no cubriese las expectativas comerciales que se esperaba del mismo, algo totalmente injusto. Un fracaso a todas luces inmerecido, pero que contentó a la mayor parte de la crítica.
El guión de John Lee Hancock —más tarde director de sandeces como ‘El Álamo. La leyenda’ (‘The Alamo’, 2004) o ‘The Blind Side’ (id, 2009)—, en la primera de sus dos colaboraciones con Eastwood, encierra una durísima historia de aprendizaje, en un marco de road movie y ciertos ecos del western. La influencia, reconocida por el propio guionista, está en la película ‘Los valientes andan solos’ (‘Lonely Are the Brave’, David Miller, 1962), extraño film admirado tanto por Hancock como por Eastwood. La historia de ‘Un mundo perfecto’ da comienzo con la fuga de dos presos, que en su huida toman como rehén al niño pequeño de una familia. Eliminado uno de los dos presos —en un contundente asesinato fuera de plano—, el preso que queda, Butch Haynes (Kevin Costner) y Phillip (T.J. Lowther), el niño secuestrado, serán perseguidos por el Ranger de Texas Red Garnett —Eastwood en un muy secundario pero vital papel—, y su equipo, a los que acompaña la psicóloga Sally Gerber (Laura Dern), no demasiado bien recibida por el hecho de ser mujer. Recordemos la época en la que la película está ambientada, los años 60.
Mientras muy inteligentemente Eastwood narra, a aveces con humor, a veces con algo de dureza, la entrañable relación de dos personajes a los que les une la falta de un padre que los abandonó siendo pequeños, y cuya odisea estará atada por lazos paterno filiales, se nos va preparando psicológicamente para algo en lo que Eastwood entrenaba hasta ese momento, y que a partir del presente film se convertiría casi en marca de la casa: los tramos finales de sus películas son puñetazos directos al estómago, en los que no suele haber ni la más mínima concesión al espectador, recordándonos lo cruel y dura que suele ser la realidad. Y más aún cuando el film da comienzo con una secuencia de carácter onírico —Butch tumbado en un prado al lado de una careta del fantasma Casper, con los ojos abiertos y sonriendo, para después cerrarlos, mientras un helicóptero le sobrevuela— que otorga al relato un toque de fantastique, algo con lo que Eastwood siempre jugueteó —y que alcanza su máxima expresión en su magnífica e incomprendida ‘Más allá de la dela vida’ (‘Hereafter’, 2010)—. Los ojos se cierran definitivamente al final del film, y Garnett, que se siente responsable de los actos de Haynes —fue quien medió para que fuera encarcelado largo tiempo por un delito menor, pensando que así se reformaría— espeta un doloroso “yo no sé nada, absolutamente nada”.
La infancia perdida, uno de los temas que más obsesionan a Eastwood, se cristaliza en los instantes más violentos del film, una violencia implícita que alcanza su cenit en la impresionante secuencia en la casa de la familia negra, probablemente la secuencia más violenta de la década de los 90 por la indescriptible incomodidad que emana. Se trata de la explosión psicótica de Haynes, que pretende acabar con lo que considera un mal padre, encontrándose con el inesperado disparo por parte de Phillip, ya anunciado en su primer encuentro en casa del segundo, cuando Haynes le pide que le apunte con una pistola. El mensaje no puede ser más claro: Haynes trata de borrar las huellas de la mala paternidad, y es él quien termina abatido por su pequeño compañero, que le considera como el padre que nunca tuvo. La agonía se extiende al exterior, cuando Haynes y Phillip terminan al pie de un árbol, y la policía ha cercado el lugar. Sin caer en el sentimentalismo barato, Eastwood consigue una emotividad fuera de lo común, sobre todo en el momento en el que Phillip le pregunta a Haynes si quiere que le disparen, estropeado salvajemente por el doblaje español en el que se cambia la frase por un ridículo “¿crees que quieren matarte?”. Sólo con el entendimiento por parte de Phillip de la drástica situación y las intenciones de Haynes, el emotivo abrazo del primero tiene un sentido completo y supone su primer paso de verdad hacia la madurez.
Kevin Costner nunca estuvo tan bien como a las órdenes de Eastwood en ‘Un mundo perfecto’, y el director no deja títere con cabeza al mostrar sin recelos hasta qué niveles puede llegar la estupidez humana —ese francotirador imbécil que recibe dos de los golpes más deseados en una película, o las distintas opiniones sobre lo que sería un mundo ideal en el que vivir—. Por el camino quedan alusiones a un país que estaba a punto de derrumbarse —el asesinato de J.F. Kennedy—, maravillosas metáforas sobre el paso del tiempo —un coche es una máquina del tiempo—, y cómo no, al lejano western —esa excelente secuencia nocturna a la luz de una hoguera, en la que Garrett y Gerber se sinceran—. Dos años pasarían hasta que Eastwood regresase por todo lo alto, superándose a sí mismo con una de las películas atemporales por excelencia del séptimo arte, y también gracias a Steven Spielberg, pero de eso hablaremos en el próximo capítulo de este largo especial.