Resulta un poco triste para un servidor finalizar el especial de Clint Eastwood con una película como 'Golpe de efecto' ('Trouble with the Curve', Robert Lorenz, 2012), que si bien tampoco es un horror de film, sí supone poca cosa en la filmografía de una leyenda de la talla de Eastwood. Un producto totalmente alimenticio que supone, eso sí, el regreso del mítico actor a trabajar delante de las cámaras, algo que para los que le admiramos siempre supone un plus. No obstante esta película se hizo por el simple hecho de que la actriz/cantante Beyoncé —cualquiera de las dos cosas podría ser discutible— iba a protagonizar el nuevo proyecto de Eastwood como director, un remake, el tercero ya, de la maravillosa 'Ha nacido una estrella' ('A Star is Born', William A. Wellman, 1936), pero aquella quedó embarazada retrasando la producción.
Y aunque el director asegura que dicho remake se hará —también se rumorea que antes podría hacerse cargo de un musical titulado 'Jersey Boys'—, afortunadamente sin Beyoncé, que finalmente le dijo que no por problemas de agenda —el que se lleve el papel masculino, que entra de lleno en el universo eastwoodiano, será el que goce de todos los elogios, además de suponer por parte del director la carta de amor más clara a su influencia menos comentada, la de William A. Wellman—, tenemos que conformarnos con esta peliculita que se queda a medio camino en todas sus propuestas, aunque por supuesto nos regala un trabajo actoral de primera categoría, y cierta ironía en su más que simple argumemnto, obra y gracia de Randy Brown, que se estrena en la escritura de guiones con este trabajo. El film es la ópera prima de Robert Lorenz, habitual colaborador de Eastwood y que parece no haber aprendido demasiado trabajando a su lado.
Viendo la película uno no se explica qué vio el actor/director en ella de interesante para regresar a la interpretación cuatro años después de 'Gran Torino' (id, Clint Eastwood, 2008). Imagino que el hecho de tner que esperar a Beyoncé para su otro proyecto, y la insitencia de Lorenz durante años para que le dejase dirigir una película le convencieron finalmente. De esa forma se tomaba un respiro, ciñéndose únicamente a labores de interpretación con uno de esos personajes que sólo Eastwood es capaz de interpretar: un veterano ojeador de béisbol que en el otoño de su vida y carrera se está quedando ciego, deberá realizar un viaje para observar a una joven promesa del deporte mientras arregla ciertos problemas de comunicación con su hija, papel reservado a Amy Adams.
No deja de resultarme irónico ciertos aspectos del guión comparándolos con la propia carrera de Eastwood. En el film, el personaje central es un clásico de la vieja estirpe, con métodos a la vieja usanza, despreciando con mucho sentido común y coherencia a los nuevos listillos que creen que saben mucho por manejar ordenadores. Los viejos métodos enfrentados a los nuevos. El sabor de la vida enfrentado al frío regusto de las estadísticas y los análisis a distancia. El mamar la calle enfrentado a horas de estudio encerrado. El clasicismo de algunos directores enfrentado a la parafernalia y la filigrana visual de otros muchos realizadores actuales. El cine entendido a la forma de Eastwood, el último clásico vivo, y el de la nueva horda de directores hambrientos por un éxito. ¿Era consciente Eastwood de que su colega Lorenz es limitado o simplemente sabía que el guión no daba para más?
Esa es la única lectura interesante que me atrevo a destacar en esta floja película. El resto camina por los senderos más trillados jamás vistos. Una historia de reconciliación entre padre e hija que incluye un trauma del pasado cogido con pinzas, una historia de amor previsible y una subtrama de béisbol cuyo principal conflicto aparece a la hora y veinte minutos resolviéndose sin armar demasiado revuelo ni impacto. En otras palabras, una película simple, a ratos agradable y nada más. Afortunadamente podemos disfrutar de la interpretación de Eastwood, tan cascarrabias como es habitual en sus últimas apariciones en pantalla; Amy Adams, que puede con cualquier cosa que le echen; Justin Timberlake, el más flojo del reparto pero aguantando la presión de estar ante tanto talento, y cómo no, un plantel de secundarios que lo borda, John Goodman, Robert Patrick y hasta Matthew Lillard con un odioso, y maniqueo, personaje.
Lorenz ha contado con el equipo habitual de Malpaso, con la excepción en la banda sonora de la cual se ha encargado Marco Beltrami sin poner demasiado empeño en ello, todo hay que decirlo. Todos cumplen con su trabajo como si se tratase de una jornada laboral en la que hay que cumplir y listo, pero a veces ni eso. Si no, que alguien me explique por qué la película posee unos diez minutos finales totalmente vergonzosos e indignos de alguien que ha trabajado tantos años al lado de un maestro, y con este supervisándole. Concesión tras concesión tras concesión, blandura y final harto feliz con un Eastwood caminando solo, como de costumbre, pero sin el poso de amargura que el relato pide a gritos en determinados momentos.
Para el recuerdo me quedo con esas entrañables conversaciones entre Gus (Eastwood) y sus amigos de siempre sobre cine comparando a los actores de color con los blancos, haciendo rabiar a uno de ellos asegurando que Sammy Davis Jr. es más guapo que Robert Redford y que Ice Cube es más completo que Robert De Niro, ya que al salir en una película se le puede llamar actor, y además canta rap, mereciendo estar al lado de grandes como James Cagney o Spencer Tracy. Impagable.
Este especial concluirá con una especie de anexo en 1001 Exeriencias.
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