Para compensar el fracaso en taquilla de la maja ‘Medianoche en el jardín del bien y del mal’ (‘Midnight in the Garden of Good and Evil’, Clint Eastwood, 1997), director y Warner decidieron hacer un film de género, esta vez protagonizado por la estrella, con vistas a atraer a un mayor número de público a las salas. El proyecto elegido fue la adaptación de una novela de Andrew Klavan que versaba sobre la condena a muerte de un inocente. Así pues Eastwood se sumaba a la moda de películas que denunciaban, cada uno a su modo, esa lacra tan grande en el sistema judicial estadounidense, que inundaban las carteleras de medio mundo en aquellos años. Desde las visiones personales de Tim Robbins, hasta James Foley o Bruce Beresford, con irregulares resultados los segundos, hasta llegar al mismo año del film que nos ocupa con la muy celebrada ‘La milla verde’ (‘The Green Mile’, Frank Darabont, 1999), el cine se hacía eco de algo que Eastwood trató con extrema sutileza pero con resultados contundentes.
Pero el referente cinematográfico más directo de ‘Ejecución inminente’ (‘True Crime’, 1999) está en un film de Henry Hathaway, ‘Yo creo en ti’ (‘Call Northside 777’, 1948), en la que un excelente James Stewart daba vida a un periodista que reabre un caso de asesinato convencido de la inocencia del reo. En la presente, Clint Eastwood da vida a Steve Everett, personaje hecho a su medida por cuanto estamos ante un outsider, siempre a contracorriente, mujeriego, solitario —con un matrimonio al borde del fracaso y una hija pequeña a la que descuida— y que sólo se fía de su olfato, el cual le ha metido anteriormente en problemas. Tras las cámaras demostró cuan inteligente puede ser, logrando que en un producto destinado a un público mayoritario éste se sintiese cuanto menos desconcertado, y todo por una secuencia final, duramente criticada, pero que ni mucho menos es lo que aparenta ser. Una vez más, Eastwood no deja que millones de consumidores de palomitas le digan lo que tiene que hacer, tal y como rezaba su inolvidable personaje en ‘Cazador blanco, corazón negro’ (‘White Hunter, Black Heart’, 1990).
El film da comienzo con la descripción del personaje central, Steve Everett, mujeriego empedernido que en un bar está ligando con una jovencita. Llama poderosamente la atención por el hecho de que Eastwood contaba ya 69 años, y quizá era demasiado mayor para dar vida a un don juan. Sin embargo resulta bastante creíble, ya que el actor juega con su propia imagen, todo un icono durante décadas. Actores como Cary Grant o Gary Cooper —éste por ejemplo en ‘Ariane’ (‘Love in the Afternoon’, Billy Wilder, 1957), film que caerá en el especial “El amor en 32 películas“— interpretaron a galanes cuando ya tenían una edad y nadie se quejó por ello. En cualquier caso es un detalle que no resta importancia al film, y no se repite, y además justifica el hecho de que Everett termine heredando una entrevista de la joven compañera de trabajo, la de un reo a muerte por cargo de asesinato, debido a que aquella muere en un accidente de coche.
La pena capital se llevará a cabo en 24 horas, y Everett tiene una intuición debido a que en la investigación que realiza encuentra ciertos aspectos no demasiado claros. Es precisamente ese tramo el que permite a Eastwood sacar el máximo provecho de un guión escrito a varias manos y comandado por Larry Gross, durante tiempo uno de los escritores de Walter Hill —próximo especial en estas páginas—; y en el que se describe sin miramientos el circo mediático que se forma alrededor de la ejecución. Todo ello con un cambio sustancial con respecto al libro y que fue idea del propio Eastwood, el condenado a muerte es negro, con lo que las connotaciones raciales son inevitables —algo que también quiso hacer en ‘Un mundo perfecto’ (‘A Perfect World’, 1993)—. Un cura empeñado en que éste, espléndido Isaiah Washington, se arrepienta de algo que no hizo —típico derechazo de Eastwood a la religión— y un testigo de dudosa credibilidad y ansioso por la fama, son enfrentados argumentalmente a los guardianes de la prisión, en cuyos rostros, sobre todo el del alcaide, se ven las dudas sobre la posible inocencia de Beechum (Washington). Con cuatro elementos Eastwood crea una tensión que recuerda a las de las películas clásicas de género, y una vez más pone sobre la mesa prejuicios morales de todo tipo. ¿Tendría el mismo final el sospechoso en caso de ser blanco, cometiéndose los mismos errores judiciales?
El ritmo del film es absolutamente endiablado, y cada dos por tres se nos dan detalles del tiempo que falta. Eastwood lleva hasta el límite el tempo y en un alarde de inteligencia juguetea con el mismo hasta sus últimas consecuencias. No sólo en el instante en el que le notifica a su jefe —maravilloso James Woods, en un personaje caramelo que posee los mejores diálogos del film, añadiendo una comicidad a la historia que recuerda a Howard Hawks y que en ningún momento resulta forzada a pesar de la seriedad de la trama— sus creencias sobre la inocencia de Beechum, y que en cierto modo representa una posible última cruzada para redimirse de sus errores del pasado. También en el angustioso tramo final, y que concluye con un impactante plano a ralenti de la mujer del acusado golpeando el cristal tras el cual su marido, inocente, muere a manos de la justicia. El verdadero final de la historia, al que prosigue un epílogo de corte fantasioso, irreal y cargado de ironía.
La ambigüedad más sutil baña todo ese epílogo. El tiempo ha pasado —es la primera elipsis larga del film—, es Navidad, y todo posee una iluminación brillante, totalmente opuesta al resto del film. Everett parece recuperado de sus fantasmas, tiene éxito como escritor, y a la salida de una tienda además de encontrarse con un vagabundo que representa a Santa Claus —anteriormente había sido negado—, Everett distingue a lo lejos a Beechum con su familia de compras, ambos se miran y parecen despedirse. Nadie más participa de dicho saludo, ni siquiera la mujer de Beechum, que debería estar eternamente agradecida al periodista de haber salvado al hombre que ama. La composición del plano, el más extraño de todo el film, con los personajes en los extremos más la extrema limpieza de la imagen hacen pensar en que ésta no es real, y revela a un Eastwood con muy mala leche, evocando de forma perversa al mismísimo Frank Capra. Sin duda uno de los finales más atrevidos de la filmografía de su director, quien siguiendo la tónica de su anterior film, con el que guarda más que numerosos parecidos, la verdad está en el ojo de quien la mira.
Anécdotas
‘Ejecución inminente’ está en cierto modo emparejada con el anterior trabajo como director de Eastwood, no sólo por ese jugueteo final con la irrealidad, sino por las coincidencias en el esqueleto de su trama. Un periodista que termina escribiendo un libro sobre un asesinato, y que de alguna manera sirve para destapar las miserias humanas. Tal y como comenta Carlos Aguilar en su libro sobre el cineasta —Clint Eastwood, Cátedra, 2009— también se puede relacionar con Samuel Fuller y su maravillosa ‘Corredor sin retorno’ (‘Shock Corridor’, 1963), estableciéndose un vínculo nada descabellado con el clásico director en cuanto a cierta sobriedad estético-narrativa.
Por otro lado, antes del rodaje del film, Eastwood fue tentado, como en otras ocasiones, por el maestro John Carpenter para que protagonizase su magnífica ‘Vampiros’ (‘Vampires’, 1998), que como todos sabemos terminó protagonizando James Woods, quien realiza una excelente interpretación en el presente film. Años después, en la laureada ‘Mystic River’ (id, 2003) podemos comprobar en cierta escena como el personaje al que da vida Tim Robbins visiona en la televisión precisamente ‘Vampiros’. ¿Casualidad? No.