‘Deuda de sangre’ (‘Blood Work’, Clint Eastwood, 2002) supone uno de los trabajos tras las cámaras de Eastwood más criticados por el personal en bastantes ámbitos. El público del nuevo milenio no encajó bien una película sencilla, deudora de Don Siegel, y alejada de toda la pirotecnia que los films policíacos poseen en la actualidad, con lo que le dio la espalda a la película en taquilla. En el otro extremo de las apreciaciones que ‘Deuda de sangre’ disparó, nunca se me olvidará cómo en un programa del mítico ¡Qué grande es el cine!, precisamente cuando emitieron ‘Los puentes de Madison’ (‘The Bridges of Madison County’, Clint Eastwood, 1995), uno de los contertulios declaraba su amor ante el film que no ocupa citándolo como una de las mejores película de la última etapa de Eastwood.
Personalmente ni me parece una de las peores películas de su director —considero ‘Firefox’ (1982) o ‘Infierno de cobardes’ (‘High Plains Drifter, 1973) peores— y tampoco considero que estemos ante un trabajo ejemplar, pero sí hay en ella elementos suficientes para no condenarla. ‘Deuda de sangre’ derrocha clasicismo por los cuatro costados, lo cual en el momento de su estreno, en pleno desarrollo de la era digital en el séptimo arte, pagó muy caro. En su contra juega una historia muy convencional a la que Eastwood aporta una gran sobriedad que evita el desastre pero no puede evitar cierta sensación de insatisfacción. Por otro lado la película supone una especie de despedida —es el último thriller policíaco protagonizado por el actor— y es un preámbulo a terrenos más oscuros explorados en sus siguientes y fascinantes películas.
Con ‘Deuda de sangre’ se estrena como director de fotografía Tom Stern quien sigue desarrollando planteamientos heredados de Jack N. Green y este a su vez de Bruce Surtess, auténtico maestro de la iluminación. Llama la atención que, a pesar de contener un par de secuencias oscuras tan del gusto de Eastwood, en realidad nos encontramos ante una de sus películas más luminosas, acorde con su trabajo de dirección, uno de los más transparentes, si se quiere expresar así. El inicio del film no puede ser más prometedor: Terry McCaleb (Eastwood) es un veterano agente del FBI, experto en escenarios de crimen y también muy popular a nivel mediático, debido a que un asesino en serie le deja mensajes en dichos escenarios. McCaleb revisa la casa donde se ha cometido un asesinato —atención a los sutiles movimientos de cámara en dicha secuencia— para más tarde iniciar una persecución a pie con el asesino, que ha vuelto allí y el agente reconoce por sus zapatillas de deporte, detalle este que recuerda sobremanera a uno de los trabajos más redondos del Eastwood actor, ‘En la cuerda floja’ (‘Tighrope’, Richard Tuggle, 1984).
La mencionada persecución, con la luz de un helicóptero como único punto luminoso de referencia —detalle que también recuerda al film de Tuggle— culmina con un ataque al corazón a McCaleb y el asesino libre. Una elipsis de dos años nos indica que ahora McCaleb está retirado y disfruta de un nuevo corazón trasplantado —Angelica Huston, cuya presencia parece un homenaje a su padre, da vida a la doctora que se encarga de sus revisiones—. Pronto recibirá la visita de Graciella (Wanda De Jesus) que le revelará que el corazón que lleva es el de la hermana de Graciella, asesinada en una tienda y cuyo caso aún no se ha resuelto. McCaleb se sentirá en la obligación moral de ayudar a Graciella llegando con ello a terribles conclusiones —el asesinato se programó para que McCaleb recibiera un corazón compatible—. Una vez más y como en tantas otras películas de Eastwood, la mujer como motor emocional de los hechos, y en el caso de McCaleb la oportunidad de enfrentarse a su enemigo y con ello empezar una nueva vida. ‘Deuda de sangre’ posee uno de los finales más esperanzadores de la filmografía de su director, por otro lado muy coherente con todo lo que narra.
El gran problema de la cinta radica, entre otras cosas, en el personaje del asesino en serie al que da vida un muy justo, como siempre, Jeff Daniels. Un malvado con muy poco que decir —incluso las motivaciones para matar son evitadas— y cuyo descubrimiento casi parece un chiste. Es muy fácil adivinar la identidad del asesino antes de que esta nos sea desvelada y todo lo relacionado con él —la película se centra sobre todo en McCaleb— es con diferencia lo más flojo de una película cuyas mayores virtudes están en los pequeños detalles. El ya mencionado inicio, el conciso tiroteo cuando McCaleb ve que le siguen, o la tensa planificación en el bote de Noone (Daniels) cuando el ex agente le descubre son instantes en los que Eastwood demuestra un gran dominio del lenguaje narrativo, aquel por el que se merece la denominación de cineasta clásico. ‘Deuda de sangre’ se empareja en cierto modo con ‘Impacto súbito’ (‘Sudden Impact’, 1983) por cuanto es Graciella la que acaba con la vida de Noone, tomándose la justicia por su mano ante un McCaleb impasible. Un mensaje que no escandalizó tanto como cuando se estrenó la cuarta entrega de Harry Callahan.
La película supuso también la despedida con su colaborador Lennie Niehaus —extraordinario jazzman del que recomiendo oír sus grabaciones de los años 50—, que posteriormente volvería a trabajar con Eastwood en un par de ocasiones haciendo arreglos orquestales. Curiosamente realiza una de sus mejores composiciones a la órdenes del director de ‘Sin perdón’, un emotiva melodía que refuerza la historia de amor —algo forzada—, y en otros desprendiendo un gran aroma a cine negro que nos devuelve a los tiempos de Lalo Schifrin o los films noir de Otto Preminger. Una joya musical escondida en unas imágenes cuya sobriedad se ve afectada por una trama criminal endeble —aunque la parte de la investigación está muy bien llevada—. Eastwood volvería a contar con Brian Helgeland para su siguiente y celebrado film, con el que se adentrarían en los aspectos más oscuros del ser humano.