‘Citizenfour’ (id, Laura Poitras, 2014) obtuvo el Oscar al mejor documental en la pasada edición de los Oscars, ese premio que la Academia de Hollywood vende como si fuera sinónimo de calidad. Estando nominados otros trabajos como ‘La sal de la tierra’ (‘The Salt of Earth’, Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado, 2014) o ‘Virunga’ (id Orlando von Einsediel, 2014) no voy a discutir por el hecho de si lo merecían más o no. La eterna discusión que se produce sobre todo premio, que muchas veces, y como pensaban actores de la talla de George C. Scott, Marlon Brando o Paul Newman, es ridículo.
Pero lo que narra este documental es absolutamente terrible. Aquello con lo que una vez fantaseó George Orwell para un ya lejano 1984 parece cobrar fuerza en estos días de exceso de datos, información, y todo el mundo como auténticos locos deshumanizados, pendientes de sus mails, móviles y demás inventos que no sirven para otra cosa que tenernos controlados. ¿Existe realmente la libertad de la que muchos presumimos? Laura Poitras sugiere que no. ¿Lo demuestra?
El terror post 11-S
‘Citizenfour’ es la tercera entrega de una trilogía dedicada a la América post 11 de septiembre, una fecha que permanece como mancha en la historia de la humanidad, cuando una serie de locos que soñaban con satisfacer a un montón de vírgenes al otro lado de la muerte –hay que ser verdaderamente tonto para pensar semejante majadería− estrellaron dos aviones contra las Torres Gemelas de New York. En los Estados Unidos comenzó el reinado de la paranoia y se utilizaron medidas extremas para combatir el terrorismo, sobre todo el islámico.
El film es como un artículo de investigación filmado. En concreto recoge el encuentro de la directora, a la que nunca llegamos a ver pero oímos en más de una ocasión, con Edward Snowden, antiguo trabajador de la CIA y la NSA, que en el 2013 reveló una serie información supuestamente clasificada que mostraba la utilización de sistemas de espionaje masivo a los ciudadanos. En dicha reunión, que se largó durante varios días en un hotel de Hong Kong, estuvieron también presentes un periodista de The Guardian y otro del Washington Post.
El documental está filmado sin demasiadas estridencias ni trucos de los que echan mano muchos documentales ahora. Lo cierto es que formalmente no señala ninguna genialidad, o huella de autor, por parte de Laura Poitras. Ya fue suficiente valentía el hecho de atreverse a entrevistar a Snowden, quien se convirtió en fugitivo de la justicia de los USA, acusados de varios delitos de espionaje. Eso sí, gracias al montaje logra algún que otro instante de suspense, como aquel en el que suena la alarma de incendios del hotel, y Snowden comienza a ponerse nervioso. Instante que podría haber funcionado sin problemas en cualquiera de los found footage tan de moda. La realidad tomando prestado de la ficción y sus formas.
La decisión es nuestra
Uno no puede dejar de sentirse abrumado ante lo expuesto en el documental, y aunque evidentemente no llega a ninguna conclusión porque quizá la intención es hacernos pensar y reaccionar de una maldita vez, la cantidad de cosas que se desvelan atemorizan a cualquiera, sobre todo las “diferencias” que aplica la Ley de espionaje de los Estados Unidos, creada en 1917 y modificada a lo largo de los años, pero no en algunas de sus escandalosas secciones.
Una de las imágenes más llamativas de ‘Citizen Four’ es curiosamente la final tras una conversación entre uno de los periodistas y Snowden, esos trozos de papel en los que se han anotado detalles no dichos en voz alta, y que destaca a la figura más importante del poder en los Estados Unidos. Escalofriante y al mismo tiempo logra el enfado por parte de un público que, de no conocer el caso Snwoden –que ahora está siendo llevado a la ficción por parte de Oliver Stone, de quien uno se acuerda todo el rato en ‘Citizenfour’−, puede pensar que está ante una de esas tramas de una novela de John Le Carré, como bien apuntan en el film.
Pero que la justicia haya retenido varias veces a Laura Poitras desde que decidió realizar documentales sobre la seguridad en su país es un dato que debería inquietarnos. Está bien que se tomen medidas contra los locos que pueblan el mundo, pero de ahí a que un poder dictamine que se es uno de esos locos hay un paso cada vez más estrecho. Mails y redes sociales –Twitter no se cita en el documental, lo cual no sé si tranquiliza o no−, mensajes y compras hechas por ordenador. Un rastro que los más poderosos siguen desde la sombra que les brinda su posición de decidir todo.
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