Puede que al verano le queden dos telediarios, pero aunque nos queda un poco para disfrutar de él y sus calurosas noches, todavía tenemos un par de películas reservadas para grandes e interesantes sesiones de cine. Una de ellas es 'Le Skylab' (2011), la que fuera el cuarto largometraje como directora de la actriz Julie Delpy y que, sin lugar a dudas, es su mejor trabajo hasta la fecha.
Con este cuarto trabajo, la directora francesa aterrizaba por primera -y de momento- única vez en la Sección Oficial del 59º Festival de Cine de San Sebastián en el 2011. La película entusiasmó a la crítica y al público a su paso por el certamen y más tarde, también al jurado, que premiaría a la cinta con el Premio Especial del Jurado. Y no nos extraña: la celebración del cumpleaños de la abuela en una casita de campo en St. Malo en pleno verano que propone Delpy no podía ser más entrañable, buenrrollera y sobre todo, una oda a la familia.
Entre la autobiografía y la ficción
Muchos dirán que 'Le Skylab' es ese tipo de película que les gusta tanto a los franceses en las que no pasa nada y declararán que "está bien, pero no hay conflicto". Una sentencia cierta y a la vez errónea, porque el conflicto no siempre tiene que ser algo fácilmente reconocible, a veces, puede ser algo más sútil e incierto, en forma de idea y en la propuesta de Delpy lo hace con una premisa clara: la nostalgia y la importancia de la familia resumido en los retazos de un veranos en familia casi olvidados.
La película arranca con un viaje en tren. Albertine viaja con su marido y sus hijos de Londres -ciudad en la que reside- a su ciudad de origen, Paría. Viajan en asientos separados y la mujer pide a otros viajeros que cedan su asiento para que los cuatro miembros de su familia puedan viajar juntos. No lo consigue. Esto será el detonador para que Albertine recuerde el viaje que hizo a St.Malo, la tierra de su padre, cuando tenía 11 años en 1979.
El motivo de aquel viaje era asistir a la celebración del cumpleaños de su abuela en casa de su tía Suzette. Allí, se reunirá con todos sus tíos y primos, para celebrar y pasar unos días juntos en familia, algo que ocurre sólo una vez al año. Ese mismo verano, el Skylab, la primera estación espacial americana, fuente de fantasía para los más jóvenes de la familia, se convierte en una obsesión para Anna, la madre de Albertine, una mujer neurótica que se siente aterrorizada ante la posibilidad de que el satélite se estrelle en la costa oeste de Francia.
Sin duda, en 'Le Skylab', July Delpy mezcla, sin titubeos, recuerdos propios de infancia con ficción, un recurso que ha utilizado casi siempre en sus trabajos. Aún así, en este cuarto largometraje, ese carácter autobiográfico se siente / percibe más proununciado: quizás porque la trama gira enteramente a una familia y reserva algún papel a su propio padre, el también actor Albert Delpy.
De todas formas, es su forma de contar esos recuerdos y de construir esos personajes, de forma tan nostálgica y cercana y que inevitablemente hace que nos identifiquemos sin remedio, la que transmite la personalidad de la directora y lo que nos hace pensar que nos está dejando entrar en su memoria e indagar en, quizás, uno de los veranos que recuerda con más cariño.
Como nunca sabremos hasta qué punto la película es autobiográfica, tampoco sabremos por qué Albertine adulta decide recordar ese verano en concreto en que, más allá de la expectación de la caída del satélite, no pasa nada en especial. O quizá sí: quizá sea su último verano en St. Malo o el último verano alguna de sus abuelas o simplemente, su último verano antes de convertirse en una adolescente. Y es esto -y permítanme la redundancia-, lo que hace de esos recuerdos aún más nostálgicos y significativos.
La familia
Porque lo que realmente le importa a Julie Delpy es hablarnos sobre lo importante que es para ella la familia, pertenecer a un clan y como la infancia -las risas con los primos, los primeros amores, las peleas familiares- marca quienes seremos de adultos. Ahí es nada, lo sé, pero la directora consigue, de cierta forma, que su familia sea la nuestra, su diversión sea la nuestra y viajemos a ese verano en el que contamos historias de miedo en una tienda de campaña.
Su familia fictica está formada por un grupo de actores excelentes que, como ya pasaba en 'Pequeñas mentiras sin importancia' de Guillaume Canet, probablemente formen parte del círculo más cercano de la directora. Se nota en la forma en la que interactúan y se ríen. Destacan el siempre desinhibido y genial Éric Elmosnino, la propia Delpy, Noémi Lvovsky, la desaparedicda Bernadette Lafont, Emmanuelle Riva, Denis Ménochet o el genial Vincent Lacoste, aquí todavía adolescente y en uno de sus primeros papeles.
'Le Skylab' es tierna, divertida, nostálgica y en alguna ocasión, ciertamente triste. Uno quiere pertenecer irremediablemente a esa familia que canta, ríe y se pelea junta porque nuestras familias son iguales. Nos gusta 'Le Skylab' porque aunque "no pase nada", pasa mucho: nos devuelve a nuestra infancia en un viaje delicioso que suena a música de los 70 -y aunque hayas nacido en otra década, eso no importa-. Creedme.
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