‘El maquinista de La General’ (‘The General’, Buster Keaton, Clyde Bruckman, 1926) significó el inicio del fin de la carrera del genial, en todos los aspectos, Buster Keaton. La decadencia, años más tarde “borrada” gracias a los sempiternos escritores de Cahiers du Cinema, que reivindicaron la película como la obra maestra que es. Pero eso fue mucho después de las duras críticas recibidas cuando se estrenó, debido a que muy pocos consideraron de buen gusto el reírse de la Guerra Civil, lamentable episodio en la propia historia de los Estados Unidos.
La película recoge un hecho real, acaecido en 1862, cuando un agente de la Unión, dirigiendo un comando de 21 hombres, disfrazados de civiles, se adentraron en territorio enemigo con el objetivo de sabotear las líneas confederadas de ferrocarril, llegando a robar una locomotora en la misión. Keaton quería filmar con la verdadera locomotora de los hechos, pero en el museo que la albergaba no consideraban acertado prestarla para algo tan fútil, por decirlo suavemente, como el cine, un arte que no tenía demasiada edad y aún no estaba considerado por muchos con la seriedad que requiere.
Un héroe sin buscarlo
Keaton da vida a Johnnie Gray, un conductor de una locomotora, La General del título, en la que trabaja en un estado del sur, justo antes de que estalle la Guerra de Secesión, que enfrentaría al norte y el sur del país entre los años 1861 y 1865. Irá a alistarse animado por su novia, Annabelle Lee −¿referencia al último poema de Edgar Allan Poe?−, personaje a cargo de Marion Mack, quien sólo apareció en cuatro películas siendo ésta la última de ellas. Gray se encontrará con la negativa del ejército a admitirle, puesto que consideran que será más útil como conductor de una locomotora. El conflicto se ha creado, y con ello una elipsis de un año, durante el cual su novia no le habla, y él es una vergüenza para el resto del pueblo.
Tras ese año, Grey se verá implicado en la aventura de su vida, la cual le devolverá el favor de sus gentes, será considerado un héroe y recuperará al amor de su vida. Todo ello por un absoluto y puro golpe de suerte. El héroe de ‘El maquinista de La General’ es un héroe sin pedirlo, al verse arrastrado a una odisea sólo por actuar impulsivamente cuando un grupo de soldados de la Unión le roban su amada locomotora. Keaton sitúa la acción sobre las vías de ferrocarril en lo que es una larga y frenética persecución, primero de ida, luego de vuelta.
En esos dos bloques –separados por un menor en el que Grey, por hambre, da con un grupo de oficiales que preparan un ataque a las tropas del sur; la metáfora que se produce en la secuencia de Grey escondido bajo la mesa, lugar en el que recibe patadas involuntarias, e incluso le queman con un cigarro, es absolutamente genial teniendo en cuenta quién ganó la Guerra de Secesión− la imaginación es la reina de la función. Gags visuales, muchos de ellos basados en la “ausencia” de sonido, marcan el recorrido de Grey luchando, prácticamente sin querer, por su vida. Los instantes del cañón, o el del puente –el gag más caro de la historia del cine− son de los que no se olvidan.
Lo gracioso de la guerra
Con mucho ingenio, y sin reírse una sola vez a pesar de la comicidad, sobre todo física, de la que Keaton hace gala, el director/actor realiza una muy divertida crítica hacia el absurdo de la guerra, no dejando títere con cabeza. Su héroe termina siéndolo por pura suerte, los soldados de la Unión son retratados en algún momento como unos auténticos tontos. También la verdadera fuerza y razón humana, el amor, es introducida en todo su esplendor en la trama de forma muy ingeniosa al ser malinterpretado la incursión de Grey tras las líneas enemigas en busca de su locomotora como una demostración de amor verdadero al poner su vida en peligro para rescatar a una mujer. Keaton casi se ríe de la propia vida en sí, y de la forma que ésta tiene de ofrecerte las cosas que necesitas.
Además de los gags que se suceden, uno tras otro, durante la particular hazaña del protagonista, hay uno al inicio que juega de nuevo con la realidad histórica. Tras ser rechazado nada menos que tres veces para alistarse en el ejército, Grey sentencia todo enfadado que si pierden la guerra no será por su culpa. Casi una excusa por narrar lo que está a punto de suceder en el film, en el que el sur consigue la victoria cinematográfica en un episodio aislado de una guerra que en la realidad los aplastó muy merecidamente.
El público reaccionó de forma negativa, aunque quedó para la posteridad la anécdota de la gracia global que supuso el gag final, en el que Grey, ascendido a teniente, besa a su novia, mientras debe saludar a todo el regimiento de soldados que pasan por delante de ellos. El querer y el deber juntos de la mano como colofón a una aventura sobre lo grotesco de las contiendas, y sobre la mirada de los demás, empeñados en ver al protagonista como lo que no es en ningún momento, siempre sujeto al devenir de los hechos.
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