Dos filmes, rodados de forma casi simultánea y estrenados con poco más de un año de separación. Esa era la intención primigenia de los Salkind, y para ello fue contratado Richard Donner, para hacer frente a un reto complicado que, como veíamos la semana pasada en el artículo correspondiente a 'Superman' (id, 1978) le había costado muchos disgustos a un cineasta que había entrado en el proyecto con la ilusión propia del amante del personaje al que se le ofrecía la oportunidad de su vida.
Con la intención de hacer de los dos filmes el canon por el que después se midieran las inevitables secuelas, Donner tuvo que imponer una y otra vez su visión —y la de Tom Mankiewicz— a unos productores cuyo poco temple se fue erosionando conforme el rodaje durante 1977 iba avanzando y los enfrentamientos con el director se hacían más y más recurrentes. Pero el estruendoso éxito de 'Superman', sus más de 300 millones de recaudación, el halago unánime de crítica y público, y los varios Oscar a los que estuvo nominado parecieron motivos más que suficientes para provocar un hiato en la dificil relación que Donner mantenía con los Salkind y su socio, Pierre Spengler.
15 de marzo de 1979
De toda la mierda que me ha pasado en este negocio esta fue la que me rompió el corazón Richard Donner
Impulsado por el éxito de la primera parte, Donner pretendía hacer la segunda más grande y atrevida, con la plena esperanza de poder volver a sorprender al público como ya lo había hecho gracias a nuevas mejoras en las técnicas de efectos visuales. Y si quería lograr llegar a tiempo a la fecha de estreno inicialmente prevista para el verano de 1980, tenía que empezar a rodar en febrero de 1979, sobre todo para evitar perder los nombres clave del equipo técnico que habían colaborado con él en el primer filme.
Sin nuevos incentivos económicos sobre la mesa —algo que habla de forma muy negativa acerca de los Salkind— el agente de Donner le sugirió que no volviera a Inglaterra para una secuela que le llevaría dos meses más de rodaje en los que se filmarían las secuencias necesarias para completar el guión inicialmente previsto, a los que se sumarían unos cuantos más de segunda unidad. Pero 'Superman' significaba para Donner mucho más que dinero. Era su pasión y, en sus palabras "estaba determinado a finalizar el trabajo por el mero hecho de que quería proteger lo que había realizado".
Excitado por la oportunidad que la secuela le otorgaría de cara a revisitar y reimaginar todo aquello que había aprendido durante el rodaje de la primera parte en lugar de confiar plenamente en lo que se había filmado dos años antes, Donner se encontró con un Alexander Salkind reticente a sufragar el compromiso del cineasta —o a tolerar su franqueza una vez más llegado el caso—. Declarando su intención de "no formar parte de la franquicia más allá de la segunda parte", un inesperado y escueto telegrama rescindía oficialmente su contrato el 15 de marzo de 1979. A Donner se le partía el alma.
Adiós Richard, ¡hola Richard!
Rodamos barato y rápido Margot Kidder
Con el firme propósito de controlar de forma férrea todos los aspectos de la producción sin tener que hacer frente a la constante oposición del director al cargo de la misma, Alexander e Ilya Salkind retomaron su colaboración con Richard Lester, con el que ya habían cosechado bastante éxito en las dos entregas de 'Los tres mosqueteros' (‘The three musqueteers’, 1973), y se pusieron manos a la obra para acometer un rodaje que fue como la seda con todo el trabajo de pre-producción ya hecho y las bases del personaje perfectamente asentadas.
Estrenada con gran éxito, la sombra de 'Superman' alentó al público durante los momentos iniciales a acudir en masa a las proyecciones de 'Superman II' (id, 1980), y se llegó a percibir que la cinta podía barrer el récord de taquilla logrado por su predecesora, algo que finalmente quedó en agua de borrajas, saldándose la recaudación del filme en unos nada desdeñables 108 millones de dólares que, no obstante, suponían poco más de un tercio de lo que la cinta de Donner había logrado dos años antes.
Ajenos a todo el tumulto que la producción de la cinta había acarreado, pocos fueron los que se llegaron a dar cuenta de las notables diferencias entre el material rodado por Lester y aquél que Donner había filmado dos años antes: no sólo las apariencias de Christopher Reeve y Margot Kidder habían cambiado ostensiblemente —el primero con mucha más masa muscular, la segunda con diferente tono de cabello y más delgada— sino que el tono con el que Lester se había aproximado al guión hacía mucho más hincapié en un humor de inclinaciones slapstick, obviando en la gran parte del metraje el halo de verosimilitud que Donner había logrado aportar al personaje con su ejemplar trabajo.
Tendrían que pasar tres años desde su estreno para que un nuevo montaje de 146 minutos hiciera su aparición y comenzara a alimentar la controversia que durante una década y media rodearía a 'Superman II'. Dicho montaje, que incluía parte del material rodado por Donner, sólo vió la luz fuera de Estados Unidos, y hasta la aparición de internet los comentarios acerca de la autoría sobre la película no comenzaron a correr como la pólvora. Unos comentarios que, tras un montaje editado por fans del personaje, terminaron provocando que la Warner considerara oportuno financiar —aunque Donner no vería ni un céntimo del proyecto— el ya famoso 'Superman II: the Richard Donner cut' (id, 2006).
Dos montajes, dos películas bien diferentes
Con la de veces que había visto el montaje que se estrenó en 1980 durante los veintiséis años que transcurrieron hasta que en 2006 tuve en mi poder la edición de Richard Donner, y el cariño que siempre le he profesado a la película a pesar de ciertas irregularidades que ahora pasaré a comentar, resultó difícil valorar en su justa medida una nueva película que se apartaba —aunque no radicalmente— de aquella con la que estábamos más que familiarizados.
Concretar el montaje de 2006 no fue fácil para Richard Donner. Tener que retrotraerse treinta años en el tiempo y abrir viejas heridas fue un proceso doloroso. Y aun así, ante la oportunidad de poder por fin ofrecer a su público la visión de aquella cinta que pretendía ser piedra angular del universo cinematográfico del personaje junto a la primera parte terminó pesando más que cualquier malestar, consiguiendo el realizador contar con todo el material que había rodado en 1977 y logrando la Warner llegar a un acuerdo con los herederos de Marlon Brando para poder utilizar todo el metraje que el desaparecido actor había filmado en la piel de Jor-el.
(De aquí en adelante, spoilers) Junto al arranque, la incorporación del padre de Kal-el en la trama es el cambio más significativo que introduce el nuevo montaje de Donner. En lo que respecta al comienzo, en lugar de llevarnos a París para justificar la explosión en el espacio —en la que sin duda alguna es la mejor escena con la que cuenta la cinta de Lester—, es en el resumen inicial de la primera parte en el que el cineasta nos explica como el misil de Lex Luthor que Superman logra desviar al espacio exterior es el causante de destrozar la Zona Fantasma en la que están encerrados Zod, Ursa y Non.
Pero, como decía, es la reincorporación del personaje de Jor-el el que supone la alteración más sustancial que Donner hace con su montaje, ya que al recuperar el metraje rodado por Brando, se da completo sentido a aquella frase de "el padre se convierte en hijo y el hijo en padre", sacrificándose el kriptoniano para que Clark pueda recuperar sus poderes después de haberlos perdido por amor a Lois, algo en lo que ambas cintas coinciden.
Valoraciones comparativas
Tras volver a ver ambas versiones del filme de cara a este artículo, he de constatar que resulta complicado decantarse por una de ellas. Ambas tienen grandes virtudes y también similares carencias, aunque resulte evidente que en el montaje de Donner éstas últimas son más que perdonables. La cinta de Lester, comentaba más arriba, hace gala de momentos de excesivo humor que no están en el montaje de Donner y que restan eficacia a un conjunto al que el cineasta norteamericano no aporta personalidad alguna, algo que habría sido sencillo considerando el terreno tan abonado sobre el que tuvo que sembrar.
Lo que no resulta extraño, no obstante, es que el metraje se apoye más en el humor, dado que al prescindir de Donner, y por lo tanto de Mankiewicz, los Salkind volvieron sobre los pasos de lo escrito por el matrimonio Newman, y ya dejamos claro la semana pasada cuáles eran las cualidades de su guión: al estar carente casi por completo de esa obsesión por el tono camp con la que David y Leslie Newman caracterizaban su libreto, la cinta de Donner resulta mucho más acorde con el tono de la primera pero, por contra, al sólo poder contar con el material rodado por él mismo, adolece de una mejor coherencia, avanzando el filme a saltos que entorpecen su lectura fluida.
Del filme estrenado en 1980 me quedo, como decía antes, con toda la secuencia de París, con el fugaz plano del Monte Rushmore —mucho más efectivo que el del Obelisco de Washington que lo sustituye en el filme de Donner— y con el enfrentamiento de Superman y los tres criminales kriptonianos en la Fortaleza de la Soledad. Del de Donner no guardo ningún momento en concreto, sino la sensación global de que, de haber contado en su momento con el apoyo de los Salkind, el cineasta podría haber rodado una segunda parte a la altura de la primera, consiguiendo ya con este monstruo de Frankenstein que es su montaje dar una visión conjunta y global sobre el personaje bastante más cohesiva que lo que logró Lester con su cadáver exquisito.
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