El estreno hoy de 'Sicario' ('id, Denis Villeneuve, 2015) abre, al menos en lo que a este redactor se refiere, la cuenta atrás para las últimas ocho producciones del año hacia las que tengo un interés que se mueve entre lo moderado y el paroxismo. Huelga decir, obviamente, que a éste último extremo sólo accede cierta producción galáctica que se estrenará en 36 días y unas seis horas —y no, no llevo la cuenta exhaustiva, para nada...— y que hacia la moderación van dirigiéndose un grupo variado en el que se cuentan dos cintas de animación, la última entrega de una saga, lo nuevo de tres directores consagrados, un filme argentino y el esperado regreso del cineasta canadiense que hoy nos ocupa.
De hecho, esta entrada de Cine en el salón que hoy le dedico a 'Prisioneros' ('Prisoners', 2013) es, más que la entrega de turno de la mirada que los viernes hacemos desde este rincón a uno de los estrenos de cartelera, el pago de una deuda contraída hace dos años cuando, por razones que no vienen al caso, dejé pasar la oportunidad de hablar del soberbio thriller protagonizado por Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal. Un "delito" imperdonable cuando, como es el caso, se trata de una cinta sobresaliente que confirmaba a Villeneuve como uno de los directores con más personalidad que podemos encontrar hoy en día en el mercado estadounidense.
Prodigio de narración
Creo que uno de los mejores valores a resaltar de 'Prisioneros' es cómo, superando en tres minutos las dos horas y media de duración, Villeneuve consigue tenernos pegados al asiento sin que podamos levantar ni un sólo segundo la vista del fascinante e hipnótico relato que entreteje al poner en imágenes el guión de Aaron Guzikowski. Un relato agónico en no pocos momentos que habla a través de esa cualidad de saber atrapar la atención del público hasta tal punto que resulte imposible apartar de ella la mirada de algo muy concreto: la capacidad del cineasta para rodar una historia sencilla que hemos visto mil veces de tal forma que sea completamente diferente.
Lo es, diferente, gracias a la soberbia y atenuada fotografía de Roger Deakins —una injusticia, como tantas otras cometidas por la Academia año tras año, el que este artista no se alzara con la estatuilla el año pasado— que consigue aumentar sobremanera el tono tenebroso del relato y que ayuda a que el desasosiego que éste produce aumente no pocos enteros. Lo es también por la superlativa labor de edición que efectúan Joel Cox y Gary Roach, perfectamente maridada con la dirección. Y lo es, por supuesto, por la suma precisión con la que éste trata todo el conjunto, convirtiendo lo que en manos de otro no habría pasado de telefilme en una elocuente disección sobre la condición humana.
Como si de un cirujano se tratara, Villeneuve va eliminando con su escalpelo las capas que hacen de sus personajes ciudadanos normales, y conforme avanza el metraje los va despojando a todos de ese falso manto para, en un sentido u otro, ir empujándolos hacia los rincones que nunca querríamos mirar, esos de los que hablaba Nietzsche cuando decía que al mirar al abismo, el abismo te devuelve la mirada. Aquí el abismo es el que se abre ante los pies de dos familias cuando sus hijas son secuestradas, dando comienzo la peor pesadilla imaginable para cualquier padre, esa que nunca queremos plantearnos y que aquí se nos expone con toda crudeza.
Dechado de interpretación
Una crudeza que pretende —y consigue— dar respuesta a la típica pregunta de ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar por tu familia?, y que nos sitúa en la muy incómoda posición de tener que observar(nos) mientras se nos muestra tal y como podríamos llegar a ser sometidos a la imposible situación de que uno de nuestros hijos nos fuera arrebatados. Y en ello, en que nos creamos a pie juntillas que los personajes que se pasean por la pantalla podríamos ser nosotros mismos, juegan un papel increíble la asombrosa elección de los intérpretes que encabezan el reparto del filme.
Comparados con los dos nombres que se llevan la palma, es obvio que Maria Bello, Terrence Howard y Viola Davis salen "perdiendo", pero ello no debería ser óbice para echar por tierra el verismo que cada uno, en su singular acotación, aporta a las muy diversas formas de afrontar la tragedia: desde la negación de Bello, que se sumerge en su propio mundo de semi-inconsciencia a la incapacidad de Howard para hacer frente a una situación que le supera. A ellos habría que añadir, en otros extremos, lo que encontramos de manos de Melissa Leo y y Paul Dano, espectaculares ambos.
Pero todo queda empequeñecido cuando es a Hugh Jackman y a Jake Gyllenhaal a quiénes hemos de valorar. El primero consigue aportar tal carga de humanidad a su personaje que los momentos en que su entereza y resolución ante el terrible camino que elige se desmoronan, cuesta no conmoverse y sentir como real lo que se nos muestra en pantalla. Otro tanto cabría afirmar del segundo, un detective inagotable que ve como las muchas ramificaciones del caso comienzan a minar su estado de ánimo y que, en secuencias como aquella en la que está a punto de darse por vencido, se descubre como uno de los mejores intérpretes de su generación.
'Prisioneros', asombro de guión
Todos los esfuerzos que hemos ido describiendo hasta ahora habrían sido en vano, no obstante, si el libreto de Aaron Guzikowski no supiera huir de esa clasificación de historia de telefilme al uso a la que apuntaba antes y se dirigiera con firmeza, en su soberbia construcción, hacia lo que encontramos en esas ejemplares muestras del género que son, por ejemplo, 'Seven' (id, David Fincher, 1995) o 'Mystic River' (id, Clint Eastwood, 2003), otra cinta ésta última que giraba en torno a similares disquisiciones a las que aquí se ponen en valor.
'Prisioneros', como los dos ejemplos citados en el párrafo anterior, consigue evitar una y otra vez que el espectador pueda anticiparse al ritmo que la narración impone a los acontecimientos, y al hacerlo añade aún más valores que la apartan del común de los thrillers: construida a modo de puzzle inconexo, es alucinante asistir a cómo las piezas del mismo van siendo postuladas con sumo cuidado por Guzikowski y colocadas con especial esmero por Villeneuve para alcanzar un resultado final que, después de algún que otro visionado sigue sorprendiendo aún más que aquélla primera vez en la sala de cine.
Y ese es, quizás, el último escalón que 'Prisioneros' debía salvar y salva con suma facilidad para que la considere como uno de los mejores títulos de su género; el que con cada nueva revisión haya encontrado en ella motivos para querer volver a verla a sabiendas de que, al hacerlo, no serán pocos los hallazgos que cabrían ser clasificados bajo el apartado de novedosos. Soy consciente de que es muy pronto —sólo han pasado dos años desde su estreno— para tildarla de clásico del género, pero considerando lo poco que éste suele prodigarse en títulos que valgan la pena lo único que me resta por decir es...tiempo al tiempo.
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