Aunque esta entrada de Cine en el salón debería haber venido dedicada a dar cierre al repaso de esa terna de cintas animadas con las que Don Bluth alcanzó grandes cotas hace tres décadas; hacemos una pequeña pausa y aprovechamos la oportunidad que nos brinda hoy el estreno de esa nueva versión de 'Ceninienta' ('Cinderella', Kenneth Branagh, 2015) con la que la Disney sigue abundando en la inservible recreación en imagen real de sus clásicos animados de siempre, para traer a este particular rincón de Blogdecine el segundo título de la filmografía de un director que, a la vista de sus últimas incursiones cinematográficas, parece haber perdido el rumbo tan bien marcado con el que arrancó su trayectoria allá por 1989.
Proveniente del mundo del teatro, donde se había labrado un nombre de peso gracias a los diversos acercamientos que su compañía, la Rennaisance Theatre Company, había hecho sobre textos de Shakespeare, un Kenneth Branagh de 28 años se lanzaba a la aventura del cine con la adaptación de 'Enrique V' ('Henry V', 1989), un filme por el que sería comparado rápidamente con Laurence Olivier, que le valió la atención de la Academia estadounidense a través de tres nominaciones que lo habrían premiado como Mejor Actor y Mejor Director y de las que sólo consiguió la de Mejor Diseño de Vestuario en la ceremonia celebrada en febrero de 1990 y que es de esas rarezas que ostenta un 100% de votos positivos en Rotten Tomatoes.
Fue precisamente en la citada ceremonia cuando servidor, que por aquél entonces contaba con quince años, supo de la existencia de un cineasta que estaba llamado a convertirse —al menos durante un par de lustros— en uno de sus directores favoritos. Lamentablemente, la pobre distribución de aquella ópera prima, unido al hecho de residir en una ciudad con poca oferta cinematográfica, hizo que no fuera hasta dos años después, y de casualidad, que pudiera comprobar en primera persona cuáles eran los argumentos visuales y narrativos que el irlandés ponía sobre el celuloide. La cita, como podréis imaginar, se produjo con 'Morir todavía' ('Dead Again', Kenneth Branagh, 1991).
Clasicismo y teatralidad
Lo que en muchas ocasiones se utiliza como arma arrojadiza para atacar lo excesivamente afectado de las actuaciones o la dirección de una cinta, en el caso de Kenneth Branagh fue, hasta que su personalidad comenzó a diluirse, marca de fábrica que caracterizaba de espléndidas formas su manera de hacer cine. Obvia apreciación si de lo que se trata es de analizar los muchos méritos de 'Enrique V' o de cualquiera de las traslaciones de textos shakespearianos que han trufado su filmografía —con esa obra maestra que es 'Mucho ruido y pocas nueces' ('Much Ado About Nothing', 1994) a la cabeza— es en su cine "normal" donde mejor quedan éstas expuestas.
Considerando como tal el grupo formado por el presente filme, 'Los amigos de Peter' ('Peter's Friends', 1992), 'Frankenstein de Mary Shelley' ('Mary Shelley's Frankenstein', 1994), 'En lo más crudo del crudo invierno' ('In the Bleak Midwinter', 1995) y 'La huella' ('Sleuth', 2007), y dejando fuera por motivos más que obvios sus tres últimas incursiones tras el objetivo, queda claro atendiendo a cualquiera de ellas que la visión teatralizada de la puesta en escena de la acción es algo que en Branagh pesa tanto como la vehemencia que sus intérpretes —él incluído— ponen en que los personajes tengan ese halo de gravedad tan propio de los escenarios.
Y esto último es algo que cualquiera de los cuatro intérpretes principales de 'Morir todavía' exponen a la perfección y que sus secundarios rubrican de forma precisa: da igual que atendamos al detective encarnado por Branagh, a esa mujer amnésica que tan creíble hace Emma Thompson, al anticuario al que da vida ese monstruo llamado Derek Jacobi, a ese periodista que interpreta Andy García o que nos fijemos en Hanna Schygulla o en el pequeño papel reservado a Robin Williams; todos y cada uno quedan envueltos en unas maneras que se mueven a caballo entre el plató y las tablas de un escenario, aportando al resultado final una cualidad totalmente reconocible.
A que esa teatralidad bien entendida y fusionada con un clasicismo de formas que por momentos hace que su cine parezca extraído de otra época, quede amplificada notablemente acude la grandeza, el lirismo y lo desaforado de las partituras que Patrick Doyle ha ido creando para los filmes de su viejo amigo y compañero de escena. Una música que entiende a la perfección las cualidades que Branagh quiere aportar a sus cintas y que adquiere tintes operísticos tanto en 'Morir todavía', con esos créditos iniciales tan efectistas o ese clímax final tan "grandguiñolesco" —y magnífico, porque qué gran secuencia— o, por supuesto, en la megalómana escena de la creación de 'Frankenstein'.
'Morir todavía', Branagh mira a Welles y Hitchcock
Descritas con breves pinceladas las cualidades generales de lo que se entendía por cine Branagh antes de que éste quedara completamente despersonalizado en 'Thor' (id, 2011), atendamos ahora de forma estricta a lo que de particular hay en 'Morir todavía', una historia que se mueve entre dos épocas, que juega con las reencarnaciones y los amores que trascienden la muerte y el tiempo y en la que el estilo del cineasta destila bastantes recursos y muchas esencias del cine de dos de los realizadores más grandes de la historia del séptimo arte: Orson Welles y Alfred Hitchcock.
Ahora bien, que nadie que no haya visto este muy recomendable thriller de pinceladas fantásticas —muy, muy recomendable— se lleve a engaño pensando que Branagh incurre en la mera copia o en el homenaje mal velado para aportar a su segunda incursión en la gran pantalla algo del genio que puede encontrarse en cualquiera de los filmes de ambos cineastas. Antes bien, la brillantez que el irlandés imprime en 'Morir todavía' tiene más que ver con el hecho de que haya muchos momentos en los que el cinéfilo avezado pueda identificar la clara influencia de ideas o ambientes derivados de títulos puntales en las filmografías del estadounidense y el británico.
Por poner dos ejemplos, y sólo dos, cabría citar establecer aquí comparaciones, por ejemplo, entre el famoso travelling con el que Charles Foster Kane irrumpía en la redacción de su periódico en 'Ciudadano Kane' ('Citizen Kane', Orson Welles, 1942) y el soberbio plano secuencia en travelling circular con el que Branagh visualiza la primera sesión de hipnosis en su filme; o, hablando en términos más generales, de cómo toda la cinta queda fuertemente impregnada tanto por 'Rebeca' ('Rebecca', Alfred Hitchcock, 1942) como por 'Vértigo. De entre los muertos' ('Vertigo', Alfred Hitchcock, 1956) —por no hablar de obvias reminiscencias visuales y temáticas a 'Recuerda' ('Spellbound', Alfred Hitchcock, 1945).
Con tales referentes, la idea más clara que uno extrae de aquí es que Branagh era lo suficientemente inteligente para no caer en la burda copia sino, más bien, para posicionarse en un cine que no se dejaba amedrentar y que, como afirmaba el gran Roger Ebert, "no estaba interesado en hacer películas tímidas". Nada hay de timidez aquí y nada podríamos encontrar en las siguientes incursiones del cineasta en la gran pantalla. Una lástima que, llegado el momento, se haya dejado seducir hasta tal punto por Hollywood que su personalidad haya sido obliterada ¿por completo?. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.
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